Este era un escritor que se tomaba sus diálogos tan en serio, que se salía a las calles a escuchar los diálogos de las personas para poder ser fiel a la realidad. Después se buscaba los escenarios y adaptaba todo a la conversación que había escuchado; aunque más bien eran unas conversaciones bastante aburridas que trataban sobre la carga del tránsito y los nubarrones que se acercaban cada día.
Fue en una de estas ocasiones que fue a ver una obra de teatro, pero al llegar a su casa y reproducir la conversación notó que estaba clonada y plagiada. Era el libreto de la obra. No obstante la obviedad de esta situación había decidido terminar de reescribir toda la obra. Por aquello de no entumirse y de hacer trabajar los dedos.
Entonces optó por ir a escuchar diálogos de niños y comenzaron a suceder cosas interesantes; sólo que las situaciones estaban ligeramente cortadas, porque los niños se daban cuenta de que él los espiaba y confundidos y temerosos se movían a otras partes, o regresaban a sus casas. Además eran bastante erráticos, porque luego gritaban y se hablaban todos al mismo tiempo y eso no se puede poner en un diálogo.
Finalmente se dio cuenta que en realidad eso de que uno habla y el otro escucha no siempre es efectivo; y que todos los autores mienten un poco, porque hacen que sus personajes digan mentiras y sean muy ordenados para hablar. Quiso saber cómo podía hacer para que el lector leyera dos voces distintas al mismo tiempo, así como uno oye dos simultáneamente.
Es así que, tristemente, los ojos no pueden traslapar esas voces y hay que leerlas por separado. A menos, claro está, que alguien lea y se oigan al mismo tiempo.