En estas fechas del año siempre me llegan los recuerdos mordaces de vísperas anteriores: aquellas mesas vacías, regalos perfectamente envueltos que no contenían nada (yo mismo los ponía para sentir que alguien me apreciaba), luces rotas y un frío inconsolable. Es por ello que, pese a la objeción de numerosas y selectas personas con las que he intercambiado la tentativa de esta idea, mañana por la noche cometeré una atrocidad: un suicidio rápido y efectivo. Será con un puñado de pastillas elegidas al azar, quizá medicamentos caducos y todo ocurrirá mientras duermo plácidamente. No me gustaría sentir ninguna clase de dolor, al menos físico. Tampoco necesito estudiar los suicidios cometidos por otras personas, porque los informes siempre son elaborados por la maña del peritaje.
En todo caso y con profundo análisis me he conseguido cartas ingeniosas que habrán dejado algunos otros suicidas verdaderos: esos que no pregonan ni amenazan con quitarse la vida en cada instante, pero que dejan simplemente un mensaje para que después alguien lo encuentre y trate de entender un poco el motivo del abandono de la vida. En dichas cartas aparece siempre el mismo monstruo: la soledad. Viene acompañado además de una mascota igual de terrible: la depresión. Ese monstruo ha carcomido ya numerosos intentos de voluntad aparentemente indoblegable. Apenas comienzo a creer en la humanidad, pronto alguien se encarga de llamar al monstruo con el que convivo a diario. La última vez fue alguien que no me correspondió el saludo (y no entiendo por qué).
Como todo buen suicida respetable aquí he dejado estas notas interesantes para que quien las halle logre entender esta pesada carga de soledad multiplicada. Nadie me ha abrazado hoy, ni ayer, ni hace dos semanas. Intenté cocinar algo y se me quemaron los ingredientes. Lo que aquí relato no es con el fin de que alguien a tiempo logre leer la carta para prevenir que esto ocurra. De todas maneras, nadie llegará a mi rescate, el monstruo de la soledad no lo permitirá. Ya he preparado todos mis pendientes y ordenado mi cajón: la carta quedará expuesta arriba del pequeño buró para que sea fácil de encontrar.
Probaré por última vez mis galletas favoritas, un té y alguna fruta cítrica que ayude a sintetizar todo lo que hará reacción tarde o temprano dentro del cuerpo. No es bueno suicidarse con el estómago vacío. Se convierte uno en un fantasma con hambre perpetua, dicen. Para saber si es cierto este cuento... prefiero no averiguarlo y mejor llevar en el alma el sabor de la naturaleza que alguna toronja me entregue.
Damas y caballeros, es hora ya del suicidio. Mañana por la noche será, como he dicho.
La ventaja de esto es que me zafaré de algunas deudas bancarias. Ya no podrán cobrarme ni a ningún familiar porque he estado mucho tiempo solo. Lamentaré si acaso el dinero que ciertas personas me debían y que nunca me pagaron. Debería cobrarles muy a mi pesar de que ya no podré gastar dinero físico estando yo convertido en algo etéreo. También se librarán de esas deudas...
Pensándolo bien creo que primero debo cobrarles para poder realizar el suicidio con tranquilidad, porque tampoco debe llevarse uno al otro mundo estos pendientes. Estoy seguro que el monstruo de la soledad querrá acompañarme a recuperar ese dinero...
Si descubro que están solos de todas formas les cobraré, porque con más razón no tienen los gastos propios de algún matrimonio. ¿Qué se han creído esos ingratos? Cretinos. Creen que pueden ir por la vida estafando y engañando. Está resuelto: acabo de tomar la determinación de posponer el suicidio hasta nuevo aviso. Voy a ir cobrando el dinero que se me debe uno a uno, con buena disposición pero con un as bajo la manga por si se niegan a pagar. El monstruo de la soledad es mejor acompañante de ellos, así que lo enviaré para darles alguna buena opción: podrían quitarse la vida, apenados de no haber pagado a tiempo; aténganse a las consecuencias. Nadie quisiera jamás un abrazo de alguien como ellos. Estoy contento de la libertad que tengo y del tiempo de sobra.
Aún quedan tantas cosas por hacer: les voy a enviar regalos vacíos para que vean su propia vacuidad al asomarse al interior de la caja. Entonces sí, los recuerdos mordaces los volverán locos y tendrán la tentativa de cometer una imprudencia, de agotarse la vida en unos segundos. Les cortaré los cables de teléfono para que nadie pueda llamarles. Los aislaré. Se aislarán solos porque yo sólo seré la consecuencia de algo que ellos mismos provocaron.
Yo, el monstruo de la soledad, me comprometo fielmente a hacer compañía pesada y duradera a aquellos que gasten su dinero en intereses superfluos. A aquellos que, teniendo deudas enormes con personas de buena fe que confiaron en ellos, prefirieron aislarse y evadirse con la deuda. Y pronto, muy pronto, les nacerá la idea de que deben suicidarse. Pronto será la hora de otro suicidio y me llevaré entre las manos la nota que escriban.