Tren Literario

Tren Literario
No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

martes, 18 de enero de 2011

Sopa de letras.


En el restaurante que está junto al mar se escuchan las olas mientras come. Pierde la vista unos instantes hacia el horizonte bicolor, aguamarino, turquesa, con retazos de jade. Piensa que si fuera un cangrejo, le gustaría ser cobijada por las tibias aguas del arrullo acuoso, mientras que en la arena dejaría sus memorias de ese mismo día.

            A veces los comensales que van llegando la traen de vuelta a la realidad, con sus mesas y sillas, con los ventiladores del techo de ramas y vigas de madera, con las lamparitas de aceite donde las llamas cabecean de sueño. Mira de nuevo su plato y sonríe. Contiene una sopa calientita, humeante. Hoy no cometerá canibalismo, porque hoy quisiera ser un cangrejo que juega a esconderse, una tortuga de cien años y aún joven, una mantarraya que explora las cercanías de playa, un pelícano que entibia sus alas con la calidez marítima.

            El horizonte la llama, allí donde la esfera de luz se derrite en azules metálicos. Un mesero llega en mal momento para preguntar si todo está bien. Ella no tiene ganas de contestar, sólo asiente una vez, solemnemente. Sus ojos titilan como las estrellas, pero no llora. Mira de nuevo la sopa y quiere esperar a que esté un poco más fría.

            De pronto se siente traicionera, porque los cangrejos pensarán que ella es una devoradora de crustáceos. Culpable. Pero es mentira, es sólo un plato de sopa de letras. Esto no lo sabrán los cangrejos, porque en el restaurante sirven mariscos a todas horas y la fachada es grave delatora. Ella modificará los pensamientos de los habitantes de la arena. Desliza un billete sobre la mesa, más que suficiente, excede el valor de la sopa. Gentilmente toma el plato y camina hacia la escalinata que baja al nivel del mar. La arena es tibia y sus pies lo saben.

            Se sienta en la textura de terciopelo natural. El plato al frente. Algunos cangrejos corren y ella cree que están alarmados, pero la verdad es que están comunicando a los demás que ella no es caníbal, que consumirá un inocente plato de sopa de letras. Ahora se han revuelto las oraciones allí dentro. Ella está a punto de llorar, mirando la primera estrella.

            Se escuchan unos pasos apresurados. ¡La impertinencia del mesero se aproxima! La inoportuna cortesía que ahora resulta un fastidio. La ignorancia gentil de alguien cuya única preocupación es con los clientes. Ella se adelanta. Sin voltear, levanta la mano derecha y sincroniza la pregunta del mesero con el ademán del pulgar. “Sí, todo bien”. “Tienes buena propina, déjame”, piensa. Se retira lentamente el intruso no sin antes exponer por duplicado que está a disposición de cualquier cosa. Irónico. Cualquier cosa menos lo que ella desea: privacidad.

            Se sumerge la última parte allá en el horizonte. Justo allí se desbordan las lágrimas. Ella comienza a escribir con las letras de la sopa, en el mismo caldo. “No soy caníbal” ha querido poner, pero falta una “L”. Los cangrejos la miran desde sus guaridas. Tiene ganas de que se acerque una tortuga para acariciarla suavemente. Sus ojos se han cerrado y la bendita música de las olas es un abrazo para su alma.

            Cinco, siete, diez minutos. No quiere abrir los ojos ni hablar con nadie. Algo le tira de la falda, unas pinzas. En las piernas recibe el cosquilleo de muchas caminatas. Ella será ahora una estatua. Abre los ojos muy despacio. Sus amigos crustáceos lo saben, ha triunfado. Ellos se disputan las letras más gordas. El más pequeño trepa por el cabello. El menor movimiento puede ahuyentar a todos, pero respira con confianza, como las olas que suben y bajan, los cangrejos están acostumbrados a eso. Las letras de la sopa están libres de culpa, al igual que su corazón y su cerebro.

            Repentinamente todos huyen atemorizados, pero el que estaba en el pelo se atora, titubea. Una sombra, una mirada al cielo, es un pelícano, pero la mano de ella es más rápida y resguarda al cangrejo en el calor de su pecho. El aleteo y las patas provocan disturbios en su cabeza. Ella resiste. El plato de sopa se derrama. Ella ya no quiere ser un pelícano. “Desgraciado, ya vete, no te lo daré”.

            Al fin levanta el vuelo lejos de allí. Abre sus manos con cautela y el cangrejo la mira, saliendo cuidadosamente de su pequeña concha. Ella sonríe y se enjuga las últimas lágrimas. Después libera al pequeño cangrejo y éste corre a todo lo que le permiten sus extremidades, a casa. La próxima oscuridad del cielo está por caer. Ella recoge el plato y se pone de pie, y antes de irse, lee lo que las letras de la sopa formaron: “Un día más”.

miércoles, 5 de enero de 2011

Aleteo.


Las horas más complicadas son las de la madrugada. No hay ruido, no hay luz que moleste, pero la fuente de pensamientos que opera antes del sueño profundo es causa de un insomnio ensordecedor. Vuelta para un lado, para el otro, boca abajo, arriba, resorte, contorsión y dos almohadas que caen del colchón. La sábana se vuelve insoportable, pegajosa, remolino de hilos, acalora, aprisiona. Luego los pocos sueños no se recuerdan con tanta facilidad. Por ello conviene guardar una libreta en el cajón más cercano, para sellar con tinta las ideas y rescatarlas del vórtice subconsciente antes de que se hagan diminutas como migajas de pan.

            Esta noche estoy cansado. Esta noche mis párpados contienen un plomo muy pesado, se cierran las ventanas. No me costará trabajo penetrar en las realidades adyacentes. Ni lo siento, lo hago sin esfuerzo. Así, me voy con tu mano, etéreo misticismo que los senoi han venerado. Se están fundiendo los acetatos que son mi vida, una misma imagen en dos dimensiones. En la distancia el viento cobra voces y las hojas escriben garabatos invisibles sobre las superficies. Unas lágrimas de luz lunar bañan mi cama y no tengo que preocuparme por limpiar el colchón. Unos cientos de ojos celestes parpadean a millones de veces por segundo. La cortina respira.

            Suavidad de terciopelo cubre un lánguido cuerpo. Adentro en la mente comienzan las guerras de recuerdos, memorias, historias. Las formas palidecen y tiemblan, mientras que las trémulas sombras de la habitación danzan. Una mala fusión de paralelismos entrega como resultado una agitación. Veo que algo muerde a Leuksna (sabor lunar) y regreso súbitamente al movimiento corporal y un cerebro despierto. Todo está justo como lo dejé antes de cerrar los ojos.

            El aleteo es el responsable de mi insomnio. Es un aleteo insoportable, altisonante, grosero. Ofende los frágiles tímpanos que reposaban. Es el aleteo el culpable de que uno de los clones de Leuksna haya sido mordido. Así no puede trabajar la parte desconocida de la mente, no como yo quisiera. Quiero evitar encender la luz. Busco tentativamente. A ciegas, con la percepción. Luego con los oídos, aunque el sonido del aleteo se vuelva frustrante.

            Las palmadas han pasado de moda. Las palmadas nocturnas ante una situación crítica de insomnio son estereotipos olvidados. Por eso, he reforzado mis tácticas y cierro los puños en varios lugares al azar donde mis oídos me aconsejaron. En las penumbras veo el movimiento de mis manos. ¿Será el único aleteo a diez kilómetros a la redonda? Me ha escogido a mí, justo a mí en esta noche donde el insomnio se ausentaba. El aleteo cesa, pero sé de antemano que es sólo una tregua, porque comenzará tan pronto demuestre con mis párpados que quiero volver al sueño.

            “Atraviésate justo por allí, por el rayo de luz de Leuksna”, pienso, hablo en voz baja. Donde vea el aleteo, estarán mis puños. Después provoco un cataclismo de telas. Emergen dos montañas en la cama. Mis rodillas se han elevado. Luego el cataclismo se transforma en ciclismo. Todo. Todo con tal de ahuyentar al aleteo que interrumpe mi sueño esta noche. Ahora mis manos y brazos son cómplices de un torbellino de cobijas. Desde las fauces surgen soplidos cálidos de un gigante enojado. Y el aleteo no está presente.

            Silencio. Compostura. Dos minutos después regresa el aleteo. La fuerza bruta es inútil, debo utilizar la calma. El aleteo se acerca por la oreja izquierda y resulta ensordecedor. Es una guerra oficial. Aún con todo no encenderé las luces, porque me sentiré derrotado de antemano. No quiero otorgarme una ventaja, debo ser capaz de maniobrar en estas condiciones. Uno de mis ojos entra al baño de luz lunar y quedo hipnotizado temporalmente. Es como si estuviera recibiendo energía y paz simultáneas.

            En breves momentos el aleteo cruza el haz. Ha sido interceptado. El puño lo contiene. La desfiguración de un mosquito no me interesa. Ahora regreso a mi sueño.