Las horas más complicadas son las de la madrugada. No hay ruido, no hay luz que moleste, pero la fuente de pensamientos que opera antes del sueño profundo es causa de un insomnio ensordecedor. Vuelta para un lado, para el otro, boca abajo, arriba, resorte, contorsión y dos almohadas que caen del colchón. La sábana se vuelve insoportable, pegajosa, remolino de hilos, acalora, aprisiona. Luego los pocos sueños no se recuerdan con tanta facilidad. Por ello conviene guardar una libreta en el cajón más cercano, para sellar con tinta las ideas y rescatarlas del vórtice subconsciente antes de que se hagan diminutas como migajas de pan.
Esta noche estoy cansado. Esta noche mis párpados contienen un plomo muy pesado, se cierran las ventanas. No me costará trabajo penetrar en las realidades adyacentes. Ni lo siento, lo hago sin esfuerzo. Así, me voy con tu mano, etéreo misticismo que los senoi han venerado. Se están fundiendo los acetatos que son mi vida, una misma imagen en dos dimensiones. En la distancia el viento cobra voces y las hojas escriben garabatos invisibles sobre las superficies. Unas lágrimas de luz lunar bañan mi cama y no tengo que preocuparme por limpiar el colchón. Unos cientos de ojos celestes parpadean a millones de veces por segundo. La cortina respira.
Suavidad de terciopelo cubre un lánguido cuerpo. Adentro en la mente comienzan las guerras de recuerdos, memorias, historias. Las formas palidecen y tiemblan, mientras que las trémulas sombras de la habitación danzan. Una mala fusión de paralelismos entrega como resultado una agitación. Veo que algo muerde a Leuksna (sabor lunar) y regreso súbitamente al movimiento corporal y un cerebro despierto. Todo está justo como lo dejé antes de cerrar los ojos.
El aleteo es el responsable de mi insomnio. Es un aleteo insoportable, altisonante, grosero. Ofende los frágiles tímpanos que reposaban. Es el aleteo el culpable de que uno de los clones de Leuksna haya sido mordido. Así no puede trabajar la parte desconocida de la mente, no como yo quisiera. Quiero evitar encender la luz. Busco tentativamente. A ciegas, con la percepción. Luego con los oídos, aunque el sonido del aleteo se vuelva frustrante.
Las palmadas han pasado de moda. Las palmadas nocturnas ante una situación crítica de insomnio son estereotipos olvidados. Por eso, he reforzado mis tácticas y cierro los puños en varios lugares al azar donde mis oídos me aconsejaron. En las penumbras veo el movimiento de mis manos. ¿Será el único aleteo a diez kilómetros a la redonda? Me ha escogido a mí, justo a mí en esta noche donde el insomnio se ausentaba. El aleteo cesa, pero sé de antemano que es sólo una tregua, porque comenzará tan pronto demuestre con mis párpados que quiero volver al sueño.
“Atraviésate justo por allí, por el rayo de luz de Leuksna”, pienso, hablo en voz baja. Donde vea el aleteo, estarán mis puños. Después provoco un cataclismo de telas. Emergen dos montañas en la cama. Mis rodillas se han elevado. Luego el cataclismo se transforma en ciclismo. Todo. Todo con tal de ahuyentar al aleteo que interrumpe mi sueño esta noche. Ahora mis manos y brazos son cómplices de un torbellino de cobijas. Desde las fauces surgen soplidos cálidos de un gigante enojado. Y el aleteo no está presente.
Silencio. Compostura. Dos minutos después regresa el aleteo. La fuerza bruta es inútil, debo utilizar la calma. El aleteo se acerca por la oreja izquierda y resulta ensordecedor. Es una guerra oficial. Aún con todo no encenderé las luces, porque me sentiré derrotado de antemano. No quiero otorgarme una ventaja, debo ser capaz de maniobrar en estas condiciones. Uno de mis ojos entra al baño de luz lunar y quedo hipnotizado temporalmente. Es como si estuviera recibiendo energía y paz simultáneas.
En breves momentos el aleteo cruza el haz. Ha sido interceptado. El puño lo contiene. La desfiguración de un mosquito no me interesa. Ahora regreso a mi sueño.
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