El tiempo tiene colgados en una de sus infinitas paredes, como trofeos de su inmortal viaje, los cráneos de millones de personas. Les ha devorado los ojos en sopa de sangre y los nervios se añaden al gran caldero de la sabiduría. Esto prueba que el tiempo sí perdona, porque ya no corre ni apresura a los dueños de las vidas que ya no existen.
Si el tiempo se personalizara tendría los cabellos más largos del universo, dando vuelta a dos que tres galaxias y metiéndose por agujeros negros, pero no es humano el tiempo. Es la conciencia de los condenados a vivir. Vive de muertes, de historia, de cataclismos, de destrucciones. ¿O acaso se le registra de igual modo en una escena que no cambia durante diez años? Es un asesino progresivo, dichoso y altivo. Te clava la vejez sin que te des cuenta hasta que la llevas en el tuétano.
“No tengo tiempo”, dice uno. ¡Qué estúpido es! Si no lo tuviera estaría muerto, enterrado a miles de décadas en el pasado. Alejarse de la mano del tiempo es olvidarse. Es un collar benigno que se marchita día con día. Es una pulsera maligna que te amenaza noche tras noche. Es un préstamo alterno. Nadie posee el tiempo y éste los posee a todos. Ingenuos.
“Voy a matar el tiempo”, dice otro. ¡Semejante osadía, llena de falta de inteligencia! No puede quebrar lo abstracto, siendo abstracta ya la misma mente que piensa en lo abstracto primigenio. Edúcate, inculto, dirás mejor: “Voy a darle vida al tiempo”, asesinándote con permiso en cada actividad que realizas.
Nunca les hables del tiempo a los niños, porque en ese momento comienzan a cronometrar su existencia. Los adultos envejecerán más rápido porque han contraído la infección viral del ciclón de Crono.
La furia se revela, el tiempo se enojó porque ni los cráneos trofeos resistieron el giro del planeta y el paso de los días. Y así el tiempo te colecciona la vida, luego la muerte y ve a saber qué cosa después…