Me vuelvo un pequeño observador de los mundos que contengo. Está la galería de arte donde numerosas pinturas están incompletas. El magistral jardín casi infinito donde las frutas se reproducen una vez al día. El castillo en ruinas en su valle inexplorado. El desierto donde llueve ligero todo el año. La laguna donde se escuchan aullidos de mujeres lobo. El espejo dentro del espejo de esa delicada habitación donde todo lo creado tiene su origen.
También están los ríos de sangre y huesos, con montones de ruina y almas errantes. Deambulan siempre las copias de material genético: mi hermano que no es mi hermano y que es una falsedad. Mi padre que es sólo copia del real. Voy creyéndome que es mi familia y al despertar deduzco que han sido proyecciones de ese cajón de irrealidades oscuras llamado subconsciente.
Así es el sueño. Entro a mi propio cuerpo convertido en un microscópico experimento y veo los paisajes dentro. Veo, a su nivel, a las células compañeras que también tienen conciencia. Unas puras y otras contaminadas.
Ver cómo hay guerras internas por posesión de territorios. Sentir cómo duele un estomágo que no me pertenece. Todo es de ellos y ellas: los diminutos que nos habitan.
Irme creyendo que con lo que haga acá afuera puedo terminar con algunas de esas sangrientas guerras. Buceando en el rojo siempre...
No soy uno. Sólo me ocupa uno distinto cada día.
27 letras y la infinita imaginación. Letras que vienen desde algunas profundidades, de otras sinceridades del alma y de curiosidades del espíritu.
Tren Literario

No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn
lunes, 26 de mayo de 2014
viernes, 9 de mayo de 2014
Maravillosos ojos.
Librada en la noche disfruta su exposición. Ha retratado cuarenta y dos rostros desconocidos en la calle. Ahora está aquí haciendo sonar las copas de vino y escuchando blabladurías de críticos hipócritas.
Las fotos miran a todos con hambre, con sueño, con desdicha. Todo es ojos. De miseria, de falta de hogar, de carencias. Hay una causa de por medio para reunir fondos y hacer una labor altruista. Algunas obras se están subastando. Entre ellas, "sin cielo", los ojos de un niño de siete, sentado en la banqueta buscando un trozo de pan que se le ha caído. De repente él voltea porque ve a una señora con una cámara. -Click-, allí está su miseria. Ella le acaricia el fleco y le regala un billete de cien.
¿Cuántos clicks son odiados por tante gente? Ella es querida. Es la fotógrafa amistosa.
La subasta sigue.
— ¡Cinco mil trescientos a la una...
— ¡Cinco mil setecientos!
Y sigue la subasta hasta que el respetable señor Guillermo compra "sin cielo" por diez mil quinientos.
Suenan las copas, Librada da breves discursos sobre el motivo de su obra. Algunos comienzan a bostezar. Poco a poco la sala se vacía.
El sr. Guillermo camina hasta su coche mientras mordisquea una dona. Antes de llegar a su auto alcanza a ver de reojo una mano que se estira. No se digna a mirar esos ojos maravillosos. Sólo deja caer el trozo de pan.
El niño voltea pero esta vez no hay click. Sólo un cielo que deja caer panes de vez en vez.
Las fotos miran a todos con hambre, con sueño, con desdicha. Todo es ojos. De miseria, de falta de hogar, de carencias. Hay una causa de por medio para reunir fondos y hacer una labor altruista. Algunas obras se están subastando. Entre ellas, "sin cielo", los ojos de un niño de siete, sentado en la banqueta buscando un trozo de pan que se le ha caído. De repente él voltea porque ve a una señora con una cámara. -Click-, allí está su miseria. Ella le acaricia el fleco y le regala un billete de cien.
¿Cuántos clicks son odiados por tante gente? Ella es querida. Es la fotógrafa amistosa.
La subasta sigue.
— ¡Cinco mil trescientos a la una...
— ¡Cinco mil setecientos!
Y sigue la subasta hasta que el respetable señor Guillermo compra "sin cielo" por diez mil quinientos.
Suenan las copas, Librada da breves discursos sobre el motivo de su obra. Algunos comienzan a bostezar. Poco a poco la sala se vacía.
El sr. Guillermo camina hasta su coche mientras mordisquea una dona. Antes de llegar a su auto alcanza a ver de reojo una mano que se estira. No se digna a mirar esos ojos maravillosos. Sólo deja caer el trozo de pan.
El niño voltea pero esta vez no hay click. Sólo un cielo que deja caer panes de vez en vez.
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