Librada en la noche disfruta su exposición. Ha retratado cuarenta y dos rostros desconocidos en la calle. Ahora está aquí haciendo sonar las copas de vino y escuchando blabladurías de críticos hipócritas.
Las fotos miran a todos con hambre, con sueño, con desdicha. Todo es ojos. De miseria, de falta de hogar, de carencias. Hay una causa de por medio para reunir fondos y hacer una labor altruista. Algunas obras se están subastando. Entre ellas, "sin cielo", los ojos de un niño de siete, sentado en la banqueta buscando un trozo de pan que se le ha caído. De repente él voltea porque ve a una señora con una cámara. -Click-, allí está su miseria. Ella le acaricia el fleco y le regala un billete de cien.
¿Cuántos clicks son odiados por tante gente? Ella es querida. Es la fotógrafa amistosa.
La subasta sigue.
— ¡Cinco mil trescientos a la una...
— ¡Cinco mil setecientos!
Y sigue la subasta hasta que el respetable señor Guillermo compra "sin cielo" por diez mil quinientos.
Suenan las copas, Librada da breves discursos sobre el motivo de su obra. Algunos comienzan a bostezar. Poco a poco la sala se vacía.
El sr. Guillermo camina hasta su coche mientras mordisquea una dona. Antes de llegar a su auto alcanza a ver de reojo una mano que se estira. No se digna a mirar esos ojos maravillosos. Sólo deja caer el trozo de pan.
El niño voltea pero esta vez no hay click. Sólo un cielo que deja caer panes de vez en vez.
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