Tren Literario

Tren Literario
No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

miércoles, 18 de octubre de 2017

Escape.

Ella abre los ojos.

Ella tiene una chispa en las pupilas.

Me mira como si no me conociera.

Es la amnesia.

Después de unos minutos de silencio y un masaje en la nuca, logro que me sonría y me abrace. Sus neuronas parecen devolver el juicio que había estado nublado. Gira la cabeza en varias direcciones, buscando algo. No lo encuentra y vuelve a cerrar los ojos. Así, como durmiendo para no ver la realidad, me pregunta cosas.

— ¿Cómo es que logramos escapar? Cuéntame esa historia.

Su voz es débil. Me sostiene las manos. Muy lentamente me desprende las gafas, buscándolas con el tacto. En su respiración escucho un silbido muy diminuto y frío, como si se le estuviera tapando la tráquea en una enfermedad que la va a matar.

Entonces le cuento el escape.

Habían pasado tres días desde que comenzó la situación de emergencia. No habíamos podido encontrar la única salida y los sistemas de seguridad seguían activos, manteniendo las puertas selladas. Íbamos avanzando por los túneles que se parecían mucho y consumíamos los kits de supervivencia. Los mapas estaban deteriorados, ¿lo recuerdas? Tú estabas herida.

Después de estar demasiado tiempo en ese mundo subterráneo, donde la tecnología nos resolvía la vida, volver a lo simple se tornó irritante y extenuante. Varias zonas se quedaron sin energía eléctrica. Cojeabas de la pierna y tuve que cargarte un sinnúmero de ocasiones para que no desfallecieras. Casi siempre llegábamos a un túnel sin salida o con una puerta sellada con seguridad nivel 3 y debíamos dar marcha atrás para elegir otro camino.

En ocasiones oíamos pasos y debimos escondernos lo mejor posible entre los escombros y máquinas inertes y vacías de energía. Había sobrevivientes que nos rastreaban para aniquilarnos.

Cuando dije esa palabra, "aniquilarnos", a ella le brota un gran interés en su rostro. Pretende levantarse del lecho de donde está pero la recuesto nuevamente y acaricio su cabello.

— Descuida —le dije— todo eso ya terminó y ahora estamos a salvo, aquí.

Continué la historia.

Tú compartías de tus provisiones y nos turnábamos para dormir un poco, sin tener noción del tiempo. Todos los relojes se habían apagado en la gran falla. Tus amigos, desafortunadamente, habían sido eliminados durante el protocolo del apagón. Ahora sólo quedábamos tú y yo, huyendo por los túneles para encontrar la única salida disponible, a kilómetros de lejanía entre las paredes y los laberintos de pasillos. Parecía que te recuperabas de la pierna, pero es que a veces con buen descanso te sentías mejor y podías mejorar tus pasos y tu ritmo al seguirme.

— ¿Todos murieron? —pregunta ella mirando hacia la ventana.

Asentí.

Tú y yo nada más en la fábrica. Tú, yo y los androides que nos perseguían. No, espera. Ya todo terminó. No te asustes, aquí estoy. Ningún androide logró alcanzarnos.

Su respiración se vuelve agitada y el silbido que le proviene del pecho se hace más agudo. Cierra los ojos y me aprieta las manos con vehemencia. Acariciando sus nudillos logro calmarla.

— ¿Quieres que pare?
— No, necesito saber cómo escapamos, continúa.

Bien. La mayoría de los androides de la fábrica se descargaron con la gran falla provocada. Sólo quedaron esos prototipos de "energía renovable" que buscaban reconectar todo el sistema. Ya era tarde, pues nuestros amigos habían corrompido la programación y el núcleo central. Tú fuiste muy valiente. En varias ocasiones decidiste ir por los pasillos correctos y gracias a ello evitamos la confrontación con los androides. Sus palabras de alerta te horrorizaron muchas veces, como si se te helara la sangre en el cuerpo y entonces te quedabas estática y fría, pero te abrazaba y te hablaba para hacerte reaccionar.

Se nos acabaron las provisiones. Fuimos encontrando algunos laboratorios pequeños que pudiste abrir con una tarjeta y conseguimos más. Recuerdo que muchas batas blancas estaban envueltas en sangre. Muchos cuerpos estaban carbonizados porque los androides los habían dejado así. Esa vez entraste en pánico y saliste huyendo. Tardé mucho tiempo en volverte a encontrar y francamente creí que te habían capturado ellos, pero te vi, recobramos la compostura y seguimos el mapa.

Creímos haber llegado a la salida, pero era sólo una división de sectores. Aún nos faltaba otra zona completa por cruzar, pero nos resultó más sencillo porque los androides de ese nivel dependían de recargas constantes. Aprovechamos para pasar entre ellos mientras dormían enchufados, con el corazón muy acelerado y tus temblorosas manos sudando frío y agitándose como peces fuera del agua.

Estábamos a punto de cruzar otro sector y logramos ver una señal intermitente y luminosa que indicaba la ruta de evacuación. Antes de llegar a ella, se reactivó alguna parte de la energía del sector y los androides nos cerraron el acceso a unos cuantos pasos. Tuve que contenerte durante algunos minutos porque temblabas de todas partes y te derrumbaste. Estuviste llorando en el suelo con el rostro hundido entre las palmas. Después vi que uno de los mapas luminosos aún funcionaba y encontramos una ruta alterna.

En esos pasillo nos persiguió un androide con una de esas varas que carbonizan al instante. Al vernos, su alarma emitió un escalofriante sonido, como el que producen algunos discos rayados cuando han dejado de tocar y gradualmente se deforma la voz o la canción contenida en él. Estallaste en miedo y corriste por delante mío. Te seguí el paso cuanto pude hasta que tropezaste con unos cables al descubierto y el poco voltaje que aún quedaba te hizo entrar en shock. Allí te desmayaste. Te levanté sobre mis hombros y corrí hacia adelante sin voltear a mirar. Se escuchaba el androide y lo sentí tan cerca que juraría que la vara eléctrica de quince mil voltios con la que quería alcanzarme, zumbaba cerca de mis oídos.

Ella vuelve a temblar aquí, ahora. Le acaricio la nuca y se va calmando. Le teme demasiado a las varas eléctricas. Mira en varias direcciones y después mantiene el contacto visual conmigo. Asiente con la cabeza para que le siga contando.

Gracias a esos cables del suelo, que aparecieron varias veces en algunos pasillos, el androide terminó por entrar en corto circuito. Allí donde yo había evadido él cayó. Vi cómo se le freía la cabeza entre gritos y chirridos. Se escuchaba como si estuvieran rompiendo mil veces las cuerdas de un violín.

Continué cargándote durante varios pasillos, descansando en áreas seguras y alejadas del ruido. Intenté hacerte recobrar el sentido pero sólo movías los ojos y delirabas. Comenzó tu problema de respiración y tenías fiebre. Encontré más víveres y me abastecí lo suficiente como para continuar. Llegamos aquí.

— Lo lamento — dice ella.
— ¿Lamentarlo?
— Fui una carga. No recuerdo cómo escapamos.

Ella comienza a ver las ventanas, las cortinas. Mira los muebles. Comienza a reconocer que esta habitación grande es sólo un cuarto de simulación de viviendas fuera de toda esta fábrica interminable.

Ella cierra los ojos y le brotan lágrimas.

Ella los abre y sus pupilas tienen una chispa.

— Aún no hemos salido, ¿verdad? —me dice.

Niego con la cabeza. Continúo.

Encontré estas habitaciones que antes fueran de investigadores del sector. Hay suficientes recursos para vivir.

— Deseo contarte algo...

Ella comienza a contarme una dulce historia del primer caso exitoso de la reconstrucción después de un accidente. Cerebro y corazón intactos, todo lo demás reparado y fusionado con nanotecnología de androides. Hace largas pausas y se queda mirando estática las ventanas. En uno de sus silencios le hablo.

Llevo aquí contigo seis meses y medio y hasta hoy logré reanimarte y reconstruir tus partes dañadas. Te necesito para que escapemos. Aquí no hay androides. He sellado las puertas de los otros sectores, sólo que no tengo mapas.

Ella recorre lentamente con su mirada su propio cuerpo. Pretende levantarse y nota que le falta una pierna. Allí donde llega su rodilla se ven cables y nanotecnología fluyendo como río luminoso de colores neón. Ella ya lo sabe. Se desprenden más lágrimas de sus ojos.

En un estupendo cambio de humor, me sonríe y el silbido que produce al respirar se acentúa.

— Cuéntame ahora la historia de cómo te enamoraste de mí y me besaste varias veces mientras me reconstruías...

Me mira como si me conociera de toda la vida...

sábado, 14 de octubre de 2017

¿Qué nos ha hecho el teclado?

Hace algunos años la pluma era la espada literaria. Con ella se danzaba y se patinaba con la tinta. La tinta era maniobra elegante o torpe paso por el papel, según las destrezas del autor. Aparecían también esas curiosas manchas que sin razón aparente saltaban entre los márgenes para darle al escrito un título de irrepetible, magnánimo, cual sello de originalidad y también de unos traspiés de la misma pluma, llevados por una rapidez de los dedos.

Ahora se escribe más rápido y artificialmente. Véanse primero las devoradoras del papel: las máquinas de escribir. Hemos tenido miedo de que se nos vayan volando las ideas como palomas que no regresan. Por ello abandonamos la pluma, porque pensamos muy rápido y no nos podemos permitir el lujo de trazar demasiado lento. Aunque nos cueste la danza y se nos olvide el papel. No hay que ser ingratos: es menester escribir a mano por lo menos un día a la semana, para que no se desaparezca ese bello artilugio en nuestro próximo salto evolutivo.

Hay que ver lo bien que se nos da el pensamiento. Así tanto, que no dudamos la llegada de escribir con la mente. Así ya no habrá ni que usar los dedos, pues tan pronto pensemos las frases irán apareciendo mágicamente en la pantalla. Pero ponga un ojo de belleza: tal vez esto nos devuelva al sutil arte de la caligrafía, porque podremos levitar la pluma con la mente, meterla en el tintero y ponerla a escribir sobre el papel. De tanto que vamos en los avances tecnológicos, buscaremos el híbrido perfecto. Así, ni mucho que nos volvamos más artificiales ni tan poco que tracemos muy lento; o peor aún: que se nos corra la tinta como un río por sobre toda nuestra literatura ahora manchada.

No. El teclado no nos ha hecho nada. Nos ha vuelto más perezosos y a la vez más rápidos. Quizá esté alguien por allí que se resista al golpeteo. Hemos visto a muchos usar el índice para ir de letra en letra, mirando hacia abajo y no al papel mágico donde aparece todo. Entonces se devuelven al bolígrafo y se recuerda ese detalle intrínseco que todos llevamos: el impulso por sostener algo y hacer trazos con sentido. Vemos las recetas casi incomprensibles y los papiros con textos memorables. Ya se nos antojan esos garabatos y gariboleos, esas mayúsculas con patas de prodigiosa longitud, como una A que enmarca las cuatro primeras líneas de cualquier cuento.

Seguid mi consejo pues. No hay que desprestigiar al teclado, pero concédase un día a la semana para recordar esas raíces que fluctúan por dentro de las venas, allí donde la sangre se fusiona con la tinta y las ideas, que sin esto un ser humano no está completo y pronto perderá la locura, volviéndose demasiado cuerdo y aburrido.

Por si se lo pregunta... sí. Estas letras son de teclado, pero le aseguro que hay una versión en caligrafía. Sólo es cuestión de preguntar por ella y con gusto se la obsequio.