Tren Literario

Tren Literario
No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

sábado, 14 de octubre de 2017

¿Qué nos ha hecho el teclado?

Hace algunos años la pluma era la espada literaria. Con ella se danzaba y se patinaba con la tinta. La tinta era maniobra elegante o torpe paso por el papel, según las destrezas del autor. Aparecían también esas curiosas manchas que sin razón aparente saltaban entre los márgenes para darle al escrito un título de irrepetible, magnánimo, cual sello de originalidad y también de unos traspiés de la misma pluma, llevados por una rapidez de los dedos.

Ahora se escribe más rápido y artificialmente. Véanse primero las devoradoras del papel: las máquinas de escribir. Hemos tenido miedo de que se nos vayan volando las ideas como palomas que no regresan. Por ello abandonamos la pluma, porque pensamos muy rápido y no nos podemos permitir el lujo de trazar demasiado lento. Aunque nos cueste la danza y se nos olvide el papel. No hay que ser ingratos: es menester escribir a mano por lo menos un día a la semana, para que no se desaparezca ese bello artilugio en nuestro próximo salto evolutivo.

Hay que ver lo bien que se nos da el pensamiento. Así tanto, que no dudamos la llegada de escribir con la mente. Así ya no habrá ni que usar los dedos, pues tan pronto pensemos las frases irán apareciendo mágicamente en la pantalla. Pero ponga un ojo de belleza: tal vez esto nos devuelva al sutil arte de la caligrafía, porque podremos levitar la pluma con la mente, meterla en el tintero y ponerla a escribir sobre el papel. De tanto que vamos en los avances tecnológicos, buscaremos el híbrido perfecto. Así, ni mucho que nos volvamos más artificiales ni tan poco que tracemos muy lento; o peor aún: que se nos corra la tinta como un río por sobre toda nuestra literatura ahora manchada.

No. El teclado no nos ha hecho nada. Nos ha vuelto más perezosos y a la vez más rápidos. Quizá esté alguien por allí que se resista al golpeteo. Hemos visto a muchos usar el índice para ir de letra en letra, mirando hacia abajo y no al papel mágico donde aparece todo. Entonces se devuelven al bolígrafo y se recuerda ese detalle intrínseco que todos llevamos: el impulso por sostener algo y hacer trazos con sentido. Vemos las recetas casi incomprensibles y los papiros con textos memorables. Ya se nos antojan esos garabatos y gariboleos, esas mayúsculas con patas de prodigiosa longitud, como una A que enmarca las cuatro primeras líneas de cualquier cuento.

Seguid mi consejo pues. No hay que desprestigiar al teclado, pero concédase un día a la semana para recordar esas raíces que fluctúan por dentro de las venas, allí donde la sangre se fusiona con la tinta y las ideas, que sin esto un ser humano no está completo y pronto perderá la locura, volviéndose demasiado cuerdo y aburrido.

Por si se lo pregunta... sí. Estas letras son de teclado, pero le aseguro que hay una versión en caligrafía. Sólo es cuestión de preguntar por ella y con gusto se la obsequio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario