Tren Literario

Tren Literario
No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

lunes, 16 de noviembre de 2020

Sin temor a equivocarme.

 Somos, sin temor a inundarme, agua escondida. Adentro, hacia la superficie, van los sentimientos flotando en barcas y algunas viscerales esencias merodean en el fondo de la mente. Agua turbulenta que luego se apacigua y agua que se vacía cuando las tragedias secan el alma. Somos ríos rápidos de enamoramiento y mansos lagos de estancia larga.

Somos, sin miedo a quemarme, fuego o flama. Ese que a veces calienta el estómago y que sube por la garganta porque el combustible se mueve. Ese que llega por arriba de la cabeza en un arrebato de locura temporal y ese mismo que como vela inmóvil puede acariciar el rostro de un diminuto ser apenas recibido en el mundo. Un fuego que guía al alma en la noche y otro quizá que quema los residuos de antiguos romances cenicientos.

Somos, sin preocupación a volar hacia la perdición, aire. Ese que viene en ráfaga instantánea, que nos tira de frío, que nos devuelve al hogar primigenio. Aire que sale del espíritu a través de un mecanismo un tanto extraño, por la boca; ese que pronuncia sentencias, maestrías de discurso, conjuros varios. Ese mismo que en un suave vórtice nos eleva cual hoja de otoño para aproximarnos a la verdad.

Somos, sin temor a quedarme enterrado, tierra. La misma que desde siglos nos moldeó para volvernos unos gigantes o seres de mediana estatura. Esa que nos hizo habitarla para ser habitados por ella, pues vida produce vida y se revierte el proceso en un bucle precioso. La mescolanza tibia o helada que nos ancla a la existencia.

Somos las estelas de polvo cósmico de milenios: perdurable creación que también genera vida.

Cuando todo lo anterior se afianza en forma de indomable espíritu que pelea por existir, somos, sin temor a quedarme sin conciencia, el genuino proceso del tiempo vuelto personas, el inteligente hábito de la luz, la tiniebla, el mar, el desierto, los tréboles, la lluvia y el canto de aves exóticas: somos todo lo que implica la fusión de los elementos, algo mucho más que un golem de materia inanimada y algo mucho menos que una divinidad omnipresente.

domingo, 8 de noviembre de 2020

Nostálgica compañía.

 Desde la ventana superior podía observarse, a través del fino telescopio, la silueta de aquel demasiado romántico hombre. La lente escudriñadora, como ojo de la verdad, detectó entre sus manos el fino encaje de lencería negra que recién le había sustraído a la posible afortunada compañera.

Más a la derecha, sobre la silla acojinada, varias pantaletas rojas y negras tapizaban el entramado original de la tela. Sobre la mesa descansaban algunos sostenes, de encaje también, como si hubieran sido confrontados en batalla; y entre abolladuras se elevaba el erotismo.

Las zapatillas negras se asomaban, acechantes, por la esquina de la base de la cama, buscando un delicado pie al cual atrapar para recuperar la seductora compostura que originalmente traían desde el diseño.

Flotando con el aire del exterior, colgado en la ventana, el baby doll se transfiguraba en una preciosa mujer invisible que danzaba frente al espejo.

El telescopio acabó con todos los rincones de aquella habitación semi oscura. Pronto volvió a enfocar al hombre, romántico, vestido de frac; luego a sus manos: en ellas estaba prisionera una copa de vino a punto de agotarse. Y allí apareció el sentido de la escena: si toda aquella colección tuviera dueña, todo sería perfecto. Todo lo había comprado él. Escribió el guión para el momento ideal. Así que terminó de sorber el último trago de Memorias de Torrenegra, cauvernet sauvignon de 1970, y concluyó su velada con esta frase:

"Si existieras, amada mía, todo esto sería tuyo".