La primera tontería venía porque se desviaba del propósito de romance de ocasión única. Si su amiga, por ejemplo, tenía un encuentro casual en algún bar y todo terminaba en cama, debía hacerse la pregunta de mayor peso posible: ¿puedo enamorarme y estar junto a él? Si venía más de una negativa, cualquier intento de relación futura debía quedar descartado.
La segunda inmadurez consistía en intentar amar una pantalla. Si su amiga había guardado la esperanza de amar a aquel muchacho, tendría que ir a verlo por lo menos una vez cada semana, porque el cuerpo necesita contacto. Sin el contacto físico lo demás simplemente se pierde. No se puede amar a una pantalla, ni a una voz. Punto.
No obstante su amiga Nice, acortado de Berenice porque le resultaba muy tedioso de pronunciar, creyó que en verdad había encontrado el amor durante ese corto viaje a Francia. Llegó muy emocionada y lo primero que hizo fue contarle todo con lujo de detalles a Mica.
—Funcionará si crees que funcionará —dijo Nice, abusando de su redundancia.
—¿Sabes qué pasa? Tarde o temprano querrás su cuerpo pegado al tuyo. Y al no tenerlo sólo habrá sufrimiento. Recuerda lo que te dije sobre la estupidez doble. Ni siquiera te hiciste la pregunta crucial.
—Sí, sí. No lo veré cada semana. Será cada mes. Sólo la volví flexible.
—A las pruebas me remito. Nada más.
Esa tarde Mica recordó sus propios fallos. Alguna relación a distancia le salió mal. O varias. Simplemente se apagaba el asunto. Todo lo que falta siempre se sustituye por lo que está más a la mano. Por eso ella había "engañado" a su Anton alemán. Tanta insistencia por parte de él para arraigar un noviazgo era absurdo. Después de un mes, era simplemente un personaje de algún libro. Uno con conciencia de las cosas. Más valía tener a un Rogelio feo pero tangible que un Anton al otro lado del mundo. Y más cuando el alemán vendría un par de veces al año. ¿Ser fiel? ¡Ja! Se es fiel a los deseos, al cuerpo, al hambre, al sueño. Dejó de escribirle a las dos semanas y aceptó la realidad tal cual era. Eso fue en abril.
Llegó octubre y por el día 15 se apareció Anton. Buscó a Mica y la encontró en fachas. Ella pensó que era el repartidor de pizza.
—¿Micaela? ¿Puedo pasar? —dijo él, con un renovado aire de satisfacción.
Ella titubeó. Se arregló el cabello. Lo invitó a sentarse y se acicaló un poco. El día anterior había estado en algún frenesí con Rogelio, pero bueno, venía esta oportunidad para otro romance de ocasión. Anton quería hablar y ella quería moverse. Anton intentó buscar explicación y Mica se esmeró en que no había ninguna. Sólo se desataron los besos, como siempre. Y luego el sexo, muy bueno. Cuando todo culminó ella pensó que Anton quedaría más tranquilo, como león que acaba de comer y prefiere dormir, pero no. El alemán tocó el amor, las palabras, las fibras del romance.
—¿Cada cuánto te veré? —hizo la pregunta crucial. La antiestupidez.
—Bueno, he arreglado que venga cada dos meses y...
—No es suficiente, Anton. Que sea cada quince días.
Mica pensó que iban a negociar. Incrédula. Anton se aferró a sus tiempos y dijo que no había ningún otro arreglo. Le habló de la paciencia y de su hermana que se había casado con un brasileño al que veía una vez al mes, hasta que después de tres años él se mudó a Alemania. Y Mica se volteó en la cama, dio la espalda: comparar relaciones era también estúpido.
—¿Tienes dónde dormir? —dijo, seca.
—No. Pensé que si no te encontraba me iba a un hotel cercano. Pero te encontré.
—¿Cuánto tiempo te quedas?
—Dos días, salgo a las seis y de allí hacemos lo que tú quieras.
Llegaron a un acuerdo. Esos dos días fueron de frenesí. Micaela le inventó pretextos a Rogelio, no tenía que darle muchos. Por las tardes la cena y de postre el sexo bueno. Y por bueno, era ese donde Anton mantenía la boca cerrada y todo lo demás hablaba por sí solo. Luego llegó el día de la partida y de Anton salió la promesa de que en cuatro meses estaría de vuelta. ¿Y qué? Ella no prometió nada. Disfrutó. Él llamó varias veces desde Alemania y ella encontró unos 14 mensajes en la contestadora, 26 correos electrónicos y una postal. Sólo había transcurrido un mes. Cualquier cosa a distancia se convertía en una amistad inevitable. Para el noviazgo había que estar, moverse, caminar, comer, discutir, confrontar y tocar.
Nice le llamó el día siguiente para contarle sobre la videollamada con el francés.
—Es una simple pantalla, Nice —contestó Micaela, enojada.
—Es que por lo menos lo puedo ver.
—Conformista. Si quieren hacerlo interesante de verdad escríbanse cartas, como Romeo y Julieta. Lo demás es estupidez. Ya me conoces.
—El hecho de que a ti no te haya funcionado no quiere decir que debes arruinar las ilusiones de las demás —la desafió Nice.
Mica colgó. No sabía si su enojo venía de aquella piedra telefónica o de que escucharía a su amiga llorando después del rompimiento. Tarde o temprano iba a pasar. Le pidió a su amiga que no la visitara hasta dentro de un mes, cuando el francés llegara.
—¿Me condicionas tu amistad? —preguntó Nice.
—No, tonta. Sólo te enseño que en una relación debe haber contacto físico. ¿Qué no ves que incluso entre tú y yo hay plenitud de contacto?
—Eso es distinto. Yo no me voy a casar contigo, ni vamos a tener sexo.
—Un mes, Nice. Un mes.
Y así se hizo. Pero al mes llegó el francés para quedarse otro mes entero. A Nice no le costó mucho evadir a Micaela. Todo era salir con aquel hombre, el noviazgo se avivaba. Hasta que partió de nuevo. Y después estuvo la llamada a su amiga.
—¿Se puede saber por qué estupidez me llamas hasta ahora? —le reclamó Mica.
—Qué voluble. ¿Así me recibes? Dijiste un mes. Te di dos. ¿No te bastó?
—¿Y qué? ¿Allí sigue tu relación a distancia?
—No. Se fue ayer.
—Bueno, ya olvídalo entonces. Lo cortaste, como es debido.
—Yo no soy tú.
Aquella conversación terminó muy mal. Ambas colgaron, indignadas. Y se buscaron al día siguiente, cuando las mareas estaban sin tormenta. Mica fue a verla a su casa.
—Bueno, ¿y todavía crees que va a funcionar? —preguntó Mica, suspicaz.
—Sí, porque así lo creo. Y así lo quiero.
—Déjame demostrarte que no. Porque te aprecio.
—¿A qué te refieres?
Entonces le mencionó aquel experimento controlado. Mica tenía un par de amigas en Francia. Localizarían al novio de Nice, para hacerlo desistir de su fidelidad. Nadie más iba a saber nada. Mica quería demostrar que tenía la razón. Relaciones a distancia eran una estupidez doble. Punto.
No se sabe en qué momento accedió Nice a aquello. Todo se planeó como se esperaba. El francés era espiado por una de las amigas, mientras que la otra era la carnada. Mica estaba segura de que por muy inocente y dedicado, cualquier hombre debía recurrir a la carne, al tacto, porque era un mal necesario. Después de varias citas infructuosas, la amiga francesa llamó a Mica.
—Mon cheri, tu hombre es un ingenuo, pero derecho. Le vendría bien convertirse en párroco. O en monje. Siempre dice que está comprometido con la tal Berenice.
—¿Me puedes jurar esto? ¿Y la seducción?
—Nada. L'amour, mon cheri. L'amour. Sólo eso. C'est la vie.
Micaela no pudo dejar caer su ego. Nice no podía tener razón. Citó a su amiga para explicarle.
—Como te lo dije, tarde o temprano caen. Lamento decirte esto pero no funcionó.
—Pierre no es así. Yo no te creo.
—Es que debiste hacerme caso. Las relaciones a distancia te destruyen.
—Llama a tus amigas. Quiero oírlas.
—No. Ya están muy avergonzadas.
Nice se quedó callada. Fingió deprimirse, pero lo que tenía era angustia. Tan pronto pudo salir de casa de Mica, le llamó a Pierre, le dijo que era urgente. Él contestó.
—¿Me engañas, Pierre?
—Mon cheri, no. No, mi petit fille.
Durante esa llamada se calmaron las cosas. Nice no era tan estúpida para sacar conclusiones del vacío. Le pidió que hiciera un viaje de emergencia. Ella tenía que verlo. Y Pierre lo consiguió, para el fin de semana. Ella recibió a su francés sin ningún reproche y con mucho deseo, con mucho sexo bueno y silencioso. Él había llegado el viernes por la noche.
A la mañana siguiente Nice planeó su jugada. Le llamó a Mica con el pretexto de sentirse deprimida y le pidió ir a verla. Mientras tanto, Pierre quedaba en su casa, oculto. Cuando Nice llegó fingió estar llorando.
—Le llamé a Pierre y no me contesta. ¡Tenías razón! Las relaciones a distancia son la peor estupidez del mundo —mintió Nice.
—Bueno, yo te lo dije. No pienses mal, sólo déjalo ir. Ni le digas nada. Lo que te hace falta es contacto.
Y Mica, sintiéndose una corrupta, la abrazó. El ego podía más. Después de una absurda consolación de una amistad inexistente, Nice siguió presionando.
—¿Ahora podemos llamarles a tus amigas? No quiero tener resentimientos.
—No es buena idea, Nice.
—Entonces le llamaré a Pierre, sólo para despedirme.
—No seas tonta. Estás viviendo una mentira. Sólo déjalo por la paz.
Nice de todas maneras lo hizo. Marcó el número de su propia casa e inmediatamente contestó el francés.
—Oui?
Justo después de ello, Nice había colgado el teléfono celular con sagaz discreción.
—Amor, sólo te llamo porque voy a despedirme y quería que lo escucharas. Esta distancia en nuestra relación es sólo el resultado de una mentira —dijo, mirando a los ojos a Mica—. Sólo eres un personaje, una ficción, y todo esto es una estupidez. No quiero volver a verte nunca, esto no se le hace a nadie. Y ya comprobé que me has estado engañando. Ya basta de esta estupidez. ¿Oíste?
Finalmente deslizó el móvil en el bolsillo. Tomó su bolsa y salió. Mica le habló, intentó detenerla.
—¿Te sientes mejor?
—¡Oh sí, mucho mejor! ¡Ya me oíste Mica! ¡Me voy!
—Sí claro, sí. Cuando estés mejor, hablamos. Te entiendo.
Pobre Mica ingenua, que a su vez compadeció a Nice. Toda la verdad en su cara y ni siquiera lo notó. El ego la poseía. Y Nice voló a los brazos de Pierre. El domingo, durante un paseo, Mica los vio juntos, pero ella no conocía a Pierre. Se le acercó a su amiga, sólo para decir otra verdadera estupidez.
—¿Ves? Te dije que tarde o temprano pasaría, que el contacto físico siempre nos va bien. Y qué rápido. ¡Luego hablamos!
Y ese "luego hablamos" se convirtió en 17 llamadas perdidas de Mica, 24 correos electrónicos y 3 ignoramientos del timbre de puerta, como si no estuviera Nice en casa. Al fin puso la distancia necesaria en esa relación fallida, entre Mica y ella.
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