Sal de casa y cierra la puerta tres veces. Hazlo inverosímil, toca con los nudillos como en ritual lúdico, sabiendo que no hay nadie adentro. Baja las escaleras brincando, pero nunca siguiendo el diseño original para descenderlas. Recogerás una de las hojas, belleza en crescendo, que el pino depositó en el suelo desde la noche anterior. Saluda a un amigable extraño del sexo opuesto y brinca en un rincón donde nadie te mire sólo para cuidar la amarga dignidad social. Cuélgate mono, cualidad flexible, de alguna plataforma y compra el par de cigarrillos para algún nicotinadicto necesitado. Quítale, con permiso, la botella con jabón rebajado a los de los semáforos y ensucia un parabrisas. Después lárgate. Muerde un pastelillo antes de pagarlo y cuando el vendedor comience a ladrar sus venganzas restriégale en la mesa un billete del doble de valor. Vacía el líquido de un caramelo chupado en la alcantarilla, pues las ratas también deben disfrutar del azúcar.
Luego, al regresar a casa, te mirarás al espejo y dirás que el mundo está terriblemente loco.
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