Y así, con semejante peligro desenvainado, caballero respetable, no me puedo creer que queráis poner por delante la palabra. Así, vuestra merced, con la mano temblando sobre el tahalí y una mirada de daga en mi frente. ¿Cómo puedo confiar si desde antes ya habéis hecho deslizar la espada, cuyo trueno metálico calla de inmediato cualquier boca y desazona algún diálogo que nace?
No. Vuestra merced mata ya todas las plumas de más refinado plumaje y escritura en cuanto sostiene la empuñadura de ese artilugio que escribirá, sí, pero con sangre las tierras.
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