No me habla. Sigue sin hablarme. Por eso no me gusta discutir. Comienza a ignorarme, se pone a mirar su celular con descaro, contestando mensajitos insignificantes.
Llegamos a otra estación. Sube la gente y se apretujan un poco más. Cómo tengo ganas de abrazarla, pero no me habla. Miro entonces por la ventana cómo pasan las luces en el túnel, como si fueran disparos de una pistola láser a lo lejos.
Se mueve un poco, se acomoda en su asiento y siento cómo roza su hombro con el mío. Quisiera que al menos se recargara en mí, para hacer una tregua en silencio, para olvidar lo malo del mundo, para perdonarnos sin decir nada. Basta una mirada nada más. Sí, me mira rápido y luego regresa a su celular. Creo que esto va para largo.
Todavía nos quedan como siete estaciones para resolver nuestra situación. Trato de recargarme ligeramente en ella pero me empuja, muy molesta. No quiere ni voltear a verme. Yo muero por sus labios, por sus manos, por su cabello perfumado.
En la estación Viveros se baja, sin decirme adiós. Ni un mísero "nos vemos" o "luego hablamos". Se me escapa de las manos. La veo caminar y perderse. Tal vez nunca la vuelva a ver.
Así son todas.
Así son todas mis novias que comparten asiento conmigo durante un viaje en metro, aunque ellas no lo sepan.
Algo me dice que no se guardó el comentario. Y raro, porque ayer hasta publicado lo vi. Así es eso de andar blogueando en los tiempos de lo efímero.
ResponderEliminarPero bueno, recuerdo que poetice un poco, le hice a la jalada del verso alejandronio rememorando algo que digamos era como exaltar y ensalzar el mood del pasajero enamorado que anda encontrando musas por doquier y se inventa historias en su cabeza. Comenté que yo solía bajar casi a diario en esa estación del metro cuando cursé mis estudios superiores, y había algo muy peculiar en ella, como está justo afuera de los Viveros, se siente el aire que transpira tanto arbolito santo, y suele ser una estación muy fresca de ventiscas y está suave. Yo también en su momento estaba muy clavado con ese tipo de historias y escribí una en 2005, recuerdo, no la dediqué a ese metro, pero si a un conjunto de musas pasajeras que cuajaron en el molde de una ficción precisa, creo que cursi por el momento, no sé qué tan bien lograda. Fue unos de mis pininos en el relato corto que de vez en cuando y por largos periodos de mutismo practico.
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