Aquella anciana se acercó lentamente. Dijo "hola". No agitó las manos. Luego dijo: "sonrisa". Y no brotó nada de sus facciones.
Llegó su hermano, más lento y no dijo nada. Después de un silencio incómodo, balbuceó:
— Ella era la más expresiva.
Ella extrajo de su bolso tembloroso un teléfono celular y digitó muchas caras felices, figuras de manos, expresiones de rostros sorprendidos. Luego lo mostró.
— Aún lo sigo siendo —se leía.
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