Él me llevó por un sendero con los ojos vendados. Mientras caminaba de su mano pude oler el perfume de mis flores favoritas. Caminé con cuidado hasta que me dijo que me quitara las zapatillas. Allí, con algo de miedo, sentí el pasto como una alfombra que acariciaba mis pies. Entonces me desató la venda y me quedé mirando algo en el suelo.
Había una piedra con una flor encima que tenía los pétalos a la mitad. Alrededor había montones de arena donde estaban plantadas pequeñas ramas. Pude contar como cinco o seis cuenquitos repletos de agua.
Él tomó una zarza y me pinchó un poco el pie. Las gotas de sangre cayeron en la flor. Luego se sentó y dijo que era digno de admirarse.
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