Tren Literario

Tren Literario
No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

domingo, 20 de noviembre de 2016

Posibilidades.

Ellos estaban sobre una avenida, en la orilla. Los cascos sobre la motocicleta. Las manos agitadas. Flotaba en el aire una batalla de palabras. Él de pie, a su lado. Ella sobre la moto, con la intención de irse. En los ojos se veía dolor.

— Ya no puedo confiar en ti —dijo ella en tono bajo.
— ¿En qué porcentaje me crees?
— En un 50.
— Soy mitad verdadero y mitad falso, entonces.
— Dame bases para creerte.
— Estoy aquí de pie, a tu lado. No me he marchado.
— No es suficiente.
— Abandona el pasado. Suéltalo.
— ¿Crees que es tan fácil?
— Debería serlo.
— ¿Para qué me quieres? ¿Qué es lo que quieres de mí?
— Que me creas. Al creerme estarás en el presente. En este amor que nos mantiene.
— Ya no quiero que me duela.
— Yo ya no quiero que te duela tampoco.
— No puedo evitarlo. Deberías ser honesto.
— ¿Debo inventarme una mentira que será verdadera para ti, sólo para que coincida con la verdad subjetiva que es tu contexto? ¡Paradoja!
— Al menos estarías siendo honesto.
— ¡Necia!
— ¿Estoy loca? Sí. Soy una loca. No entiendo por qué estás conmigo.
— Estoy contigo por que te amo y no te he mentido.
— Te tardaste mucho, no te haces dos horas de tu casa a la mía.
— Ya te expliqué, tomé una avenida congestionada y la moto se quedó sin gasolina. Tuve que empujarla...
— ¿Y no pudiste llamarme?
— Venía empujando...
— Para ti es muy fácil no sentir nada. ¿Por qué no me entiendes? ¿En verdad no me entiendes?
— No. Quiero entenderte.

Hubo un silencio. Ella miró su reloj y se marchó. Él se fue caminando con un hueco en sus sentimientos. Ella manejaba llorando.

Él extrajo un extraño amuleto que tenía anillos giratorios. Se lo puso alrededor del cuello y sosteniéndolo con ambas manos, comenzó a darle vueltas mientras decía lo siguiente: "maldición, esto no debía salir así". Todo se oscureció alrededor de él y pronto volvió a la escena, cuando dejó de girar los anillos. Se quitó el amuleto y estaba al inicio de la conversación.

— Ya no puedo confiar en ti —dijo ella en tono bajo.
— ¿En qué porcentaje me...? Necesito que confíes en mí.
— Ya no puedo. Lo intento, pero debes darme bases.
— Estoy aquí de pie, a tu lado. No me iré.
— No es suficiente.
— Yo propongo, corazón, que abandones el pasado. Sé que te dolió, pero ya no te aferres a él, es doloroso.
— ¿Crees que es tan fácil?
— Sé que no lo es. Déjame sanarte.
— ¿Pero cómo? Parece que sólo existe el dolor.
— Necesito que creas en este amor que nos mantiene.
— Ya no quiero que me duela.
— Prometo que ya no te dolerá. Estará en mis manos hacer todo lo posible para que esto no suceda de nuevo.
— No sé. Siento un hueco. Siento que te perdí. Algo se murió en mí.
— Recupéralo. Debe haber algún modo.
— No sé cómo...
— Cariño, podemos intentar...
— Creo que ya no puedo hablar más, se me hace tarde.
— Si estoy contigo es porque te amo, no lo olvides.
— Si me amas, ¿por qué me lastimas?
— No. No es mi intención.

En otro silencio, ella miró su reloj. Encendió la motocicleta y se fue. De inmediato extrajo el amuleto y lo volvió a colocar alrededor de su cuello. Más vueltas. Oscuridad. De regreso a la escena.

— Ya no puedo confiar en ti —dijo ella en tono bajo.

Sin responder nada, él la sujetó fuertemente entre sus brazos y la besó con algo de ahínco porque ella se resistió.

— ¿Crees que con un beso así se arregla todo?

Ella volvió a encender la moto y él intentó detenerla, pero ya era tarde. De nuevo usó el cronoregresador.

— Ya no puedo confiar en ti —dijo ella en tono bajo.

Esta vez la sujetó con delicadeza para intentar besarla, pero ella aún se resistió.

Una y otra vez dio vueltas al dispositivo, obteniendo resultados distintos, pero iguales en el final: ella se marchaba.

Al final, el aparato del tiempo tenía que devolver todos los retrocesos y adelantó la suma de todos los tiempos retrocedidos, con la condición de que en el mundo de afuera, el tiempo transcurría sin él, porque él estaba atrapado en la oscuridad de los viajes. Ocurrió de repente, sin que él pudiera controlarlo.

Resultó que la suma de todos esos tiempos e insistencias llegó a sumar la tremenda cantidad de 64 horas, sin que él pudiera evitarlo, aparentando que él no se interesaba en ella, porque los días pasaban sin que él la buscara. Decepcionado, guardó el dispositivo en un cajón, no sin antes pensar en que bien podía darle vueltas hasta llegar al día en el que la conoció, un año atrás.

Tras horas de reflexión, decidió arriesgarse. Respiró hondo y miró los calendarios mientras volvía hasta el momento exacto en el que la vio por vez primera. Era un espacio amplio y él le enseñaría a manejar una motocicleta. Él era su instructor. Tan pronto la vio, corrió a abrazarla pero ella reaccionó defensivamente.

— ¿Qué te pasa, acosador? Vine a mi clase de moto, no a ligar —dijo ella en un tono juguetón.
— Lo siento...

Ambos se quedaron mirándose mientras él recordaba todos los momentos románticos a su lado.

— Aquí es el curso, ¿verdad? —preguntó ella, ansiosa.

Él tragó saliva. Asintió y conteniendo las lágrimas dijo:

— Ya no tarda en llegar el instructor. Yo sólo traje la moto. Te deseo mucha suerte.
— Ella sonrió emocionada y se sentó a esperar.

Él se alejó lo suficiente como para irse, aceptando que le evitaría muchas horas de dolor a ella. Después de algunos minutos, el dispositivo de tiempo lo devolvió a él hacia adelante, con un año de ausencia en su vida.

Terminado el proceso, aún con el collar del amuleto puesto, estrujó el dispositivo y lo presionó con unas pinzas hasta destruirlo. Él alcanzó a verla a ella en la distancia, montando una motocicleta preciosa, con gracia y estilo, más contenta que nunca. Él sonrió por vez última.

Entonces, el dispositivo, mal ejecutándose, succionó todos los años del portador, hasta envejecerlo y matarlo, yendo hacia adelante en un infinito proceso imparable.

jueves, 17 de noviembre de 2016

Ingrato lector.

Ha usted de saber, ingrato lector, que...

— ¿Cómo me has llamado?

Ingrato lector.

— Pero estoy leyendo. ¿Cómo te atreves?

Porque has dejado de leer.

— Pero si estoy leyendo, carajo.

Bueno, ahorita sí. Pero luego lees y metes una cosa entre las páginas y dejas de leer. Por lo tanto debería decirte ingrato lector de episodios.

— Yo tengo derechos de lector. Y puedo dejar de leer cuando yo quiera.

Eso no te quita lo ingrato.

— ¿Qué tal si dejo de leer ahora mismo?

Pues ya no verías nada de lo que sigue.

— Ahí va a estar para cuando yo vuelva.

¿Estás seguro?

— Sí. Nos vemos luego.

(Aquí se fue un ingrato lector y no hay manera de negarlo).

martes, 15 de noviembre de 2016

Repertorio.

Le llamó por teléfono y ella le colgó. Esto fue motivo suficiente para que él cometiera suicidio. Él decidió encerrarse en una cisterna hasta morir de inanición, no sin antes sufrir alucinaciones severas.

Cuando ella se enteró de que él había muerto, también decidió cometer suicidio. Se encerró en el ático hasta morir de inanición, no sin antes sufrir alucinaciones impactantes.

Ambos muertos.

Ella le soltó la mano, enojada. Esto fue suficiente para que él cometiera suicidio. Se arrojó desde el edificio más alto que pudo encontrar. Ella lo vio caer y decidió suicidarse colocándose justo abajo de él para morir por impacto.

Ambos muertos.

Ella lo abofeteó porque olvidó su cumpleaños. Motivo suficiente para suicidarse. Él se fue a las vías del tren a ser arrollado. Al enterarse de esto, ella fue a las avenidas de alta velocidad para morirse también.

Una vez más, decidí sacar otros dos personajes de utilería de minificción, al fin que son infinitos y hay amplio repertorio. Este efecto de bucle se consigue al no ponerles nombre a ninguno de los personajes, con tal de no encariñarnos con ellos y poder matarlos a gusto.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

El muerto.

El muerto nos da miedo porque no podemos soportar que después de inanimado, se ponga a vivir como si nada, desafiando las leyes naturales. Más bien, habría que ver qué tanto nos molestó el muerto cuando estaba vivo, porque si nos regala algo, tal vez podríamos aceptarlo. Podemos aceptarlo si y sólo si es un muerto con aspecto de vivo.

Además, el muerto no quiere pasársela como vivo. Ni tampoco quiere hacerse el vivo molestándonos. Nos da miedo porque creemos que va a quitarnos la vida para que estemos igual que él. Tal vez él quiera que le quitemos la muerte para que regrese a la vida.

El muerto no necesariamente se nos sube a mitad de la noche. Algunos dicen que de tanto frío busca algo de calor, porque estar bajo tierra suena terrible. Nada más que olvidamos que el muerto no está en su cuerpo, sino en una entidad espiritual que no debe espantarnos. Y si no da mucho miedo, podemos hacernos los muertos.