Tren Literario

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No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

sábado, 15 de febrero de 2020

¿Ser como la montaña, el río, la piedra?

Recientemente, algunos libros, no todos, han estado apoyando extrañas ideas de una metamorfosis imposible para la naturaleza humana. Me refiero a que brotan las comparaciones entre las emociones humanas y algún elemento o materia propios de la naturaleza animal o vegetal. Por ejemplo, se suele decir que los árboles son fuertes y echan sus raíces, que sólo así se forjará una copa sana y tronco robusto. Así se dará frutos, etcétera. Sí, hay que ser sagaz para no pretender ser árboles y tomar las metáforas que la figura comparativa ofrece. No obstante, a veces parece que esos textos demeritan el gran flujo de emociones, interacciones, experiencias y sensaciones del ser humano. "Sé como el árbol, que no se doblega". Sí, es un gran consejo... para árboles.

A los autores que han propuesto semejantes paradigmas (a algunos, no todos) se les ha olvidado la premisa de que por mucho que querramos imitar o emular aspectos de la naturaleza vegetal, no dejaremos nuestros instintos o racionalidades humanas. Por ejemplo, el árbol no se enamora (hasta donde sé, porque no recuerdo haber sido uno), por lo que no sufre las consecuencias de un vórtex de sentimientos provocado por un desamor, pongamos por caso.

Tomemos otro ejemplo: "por mucho que sople el viento, la montaña no se derrumba". Como lectores sagaces vamos a desentrañar las metáforas y tomaremos lo que nos sirva para la experiencia propia. Pongamos el caso: tendremos situaciones agradables e infortunios, pero debemos mantenernos en pie, como si fuéramos una montaña. Está bien, salvo que: no somos sedentarios, no somos gigantes, no estamos poblados de árboles o vegetación, el viento nos puede tirar, tenemos corazón y cerebro. Por mucho que juguemos al juego de ser montañas, tarde o temprano se manifestará nuestra propia naturaleza de entes pensantes y caminantes. Estamos obviando lo evidente: no hay que tomar literal el texto, son sólo metáforas para reflexionar. Estoy de acuerdo. Así funciona la poesía, atribuyendo cualidades extrañas a otros objetos y seres.

No obstante, algunos libros se esmeran en querer motivar la metamorfosis impracticable. Se les olvida que el lector es una persona con tres aspectos fundamentales: mente, espíritu y cuerpo. Pareciera que el texto se dirige a personas que quieren o planean convertirse en piedras, en ríos cuyo curso es ininterrumpido, en nubes, en animales. Así no funciona la estrategia. Si bien podemos adoptar y trasladar a nosotros particularidades, por ejemplo, de un río, no nos convertiremos en uno. "El río no pelea contras las piedras, las pasa de largo". Está bien si eres un río, pero si no, no en todas las circunstancias servirá pasar de largo o darles la vuelta a los problemas. Habrá que confrontar en ocasiones. "El río no se queja de ser río". Evidencia: el río no tiene ni boca, ni cerebro. Y si se está quejando entre sus borbollones, seguramente es un lenguaje que aún no comprendo. Tampoco descarto la posibilidad de que un río quiera volverse un ser humano.

¿Metáforas e interpretación? Viable. Pero cuando la sugerencia se vuelve un mandato se vuelve absurda y ridícula. "La piedra resiste los embates firme, firme. Hay que ser como la piedra". Pues sí, por eso es piedra. No es sano pretender un diagrama transformacional en el ser humano con las cualidades y defectos de las piedras. No de forma seria.

Dejemos esto a la poesía y entonces sí, ya todos nos convertimos en lo que queramos: en aves, en peces, en medusas, en montañas, en ríos, en mares, en espuma, en levedad. Allí el lenguaje puede jugar, volar, estallar, dilatarse, expandirse, reconstruirse y llegar al alma de cualquier lector. Eso ya es otra cosa.

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