La amplitud y autonomía de un universo construido en una obra literaria radica, en parte, en la pericia que el escritor o autor tenga con su lenguaje nativo. Aunque es improbable que el narrador domine su propia lengua a un nivel insuperable, sí lo hace funcionar como una ecuación de incremento de límites, sin alcanzar nunca una supuesta perfección. Dicha improbabilidad viene de la volatilidad de una lengua: si al autor le llevó bastantes años aprenderla, para cuando memorice y use un número alto y poco común de vocablos, la misma lengua ya habrá tenido algunas variaciones. En resumen: un narrador siempre lee y está en busca de perfeccionar su propia lengua, sin alcanzar nunca el verdadero dominio. No obstante, tendrá la madurez necesaria para manipular dicha lengua y generar efectos interesantes que produzcan novedad en el lector.
La otra parte de la que consta una obra literaria se debe a las propias experiencias del autor, capacidad creativa-léxica, imaginación, su idiosincracia y educación. Nos surge aquí una pregunta interesante: ¿puede ser entonces una limitante no saber escribir en algún otro idioma? Al principio así parece, pero es en todo caso una barrera temporal que también se desvanecerá gradualmente en función de la ecuación de aprendizaje de nuevas lenguas. Y por supuesto, no se tendrá la comprensión inherente que posee un hablante nativo. Dicha ecuación puede comprimirse en la siguiente premisa: cada vez aprenderemos más de una lengua y estaremos cerca de dominarla, pero dicho dominio nunca será total.
Afortunadamente existen los traductores, pero en algún punto ellos también tuvieron que aprender los rasgos funcionales de la otra lengua. Hemos visto, además, que las traducciones no pueden ser totalmente legítimas, sino interpretaciones lo más posiblemente apegadas a la versión original. Suponemos entonces que cuando leemos la traducción al español (experta, pongamos por caso) de una novela francesa, acaso nos estaremos perdiendo efectos inherentes que un francohablante entendería de inmediato. El traductor lo resarce entonces con los recursos propios del español, para sustituir el efecto original con uno muy parecido. Podríamos comparar, para ulteriores estudios, tres traducciones de la misma novela (escrita originalmente en francés):
a) Un francohablante ha aprendido la lengua española y ha hecho la traducción.
b) Un hispanohablante ha aprendido la lengua francesa y ha hecho la traducción.
c) Un angloparlante ha aprendido lenguas francesa y española. Decidió traducir.
Si, en el mejor de los casos, habláramos y comprendiéramos las tres lenguas en un alto estándar de dominio, podríamos notar las diferencias y reconocer los efectos pragmáticos que corresponden no sólo a una lengua, sino a una cultura completa. Allí caben, sin lugar a dudas, las expresiones idiomáticas o modismos, que la RAE define como: "Expresión fija, privativa de una lengua, cuyo significado no se deduce de las palabras que la forman". Un ejemplo tonto pero ilustrativo está en las siguientes expresiones:
a) Me estás tomando el pelo.
b) You're pulling my leg.
c) Vous me faites marcher.
Si tradujéramos literalmente dichas expresiones nos daríamos cuenta que distan mucho del significado original, que puede resumirse en la palabra "engañar". En español, "tomar el pelo" correspondería a la acción de sujetar el pelo de alguien con la mano. En inglés correspondería a "jalar la pierna" de alguien y en francés parecería la queja hacia alguna orden marcial "me haces caminar mucho". Es aquí donde entraría en juego la habilidad del traductor para no sólo reconocer los distintos modismos en las tres lenguas, sino para saber cuándo se aplican sin menospreciar la intención original del novelista. Si eligiera utilizar una palabra que funcionara simultáneamente en las tres versiones, usaría "engañar" y se ahorraría problemas de interpretación, pero privaría a lectores cultos de esos pequeños juegos lingüísticos.
Vale la pena darle un giro a nuestra pregunta inicial: ¿es una limitación no saber leer en una lengua diferente a la nuestra? La respuesta es sí, aunque sea poco significativa y parcial, puesto que al leer la traducción de una obra estaremos obteniendo la mayor parte del significado de ésta. Sería, hablando retóricamente, comerse un helado de chocolate sin las chispas que lo adornan.
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