A pesar de todo, oponer resistencia a escribir cosas sin sustancia no es tan sencillo como parece. Debería, en primer lugar, absorber para sí misma la tinta, de tal forma que quien la sostiene se desespere y la abandone en algún punto. Aquí se develaría el principio de la dignidad: sólo plasmará sus ideas la pluma si considera que contienen una relevancia, un sentido verdadero, según sus propias expectativas. Hay ocasiones en las que no hay forma de evitar todo lo que se transmite con ella, debe volverse cómplice ineludible del escritor, aunque no estén de acuerdo con las ideas que van formando. Esta sería la primera gran oposición: la pluma es capaz de escribir cosas que realmente no ha deseado plasmar. Hay una coerción de por medio.
Debe encontrar métodos para evadirse. No hallarlos pronto forma una angustia que se refleja en el tallo, hacia arriba, porque los folículos comienzan a estropearse.