Tren Literario

Tren Literario
No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

domingo, 27 de febrero de 2011

Palanquetas dulces para el alma. Primera parte.


I

¡Qué robusta necesidad retórica, desafiante!
A galope de métricas, necedad de pirita.
No uso de la aristocracia que irrita,
si más bien me conformo con este diamante.

No quiero magnitudes de cielo azul tono.
A la rima: túmbate por el agujero.
No hacen falta pomposas rimbombancias,
si de jabón estas pompas enjabono
y me alegra en el árbol el jilguero.

Omítete metáfora, sal por si acaso
pues azúcar quieren estos versos,
más por más van juego y dispersos
ufanarse libres al crepúsculo y ocaso.

Tema: del sol dorados los cabellos.
Si ni peine tiene, la luna lo controla.
Patrañas: a las seis sangra el cielo.
Ni hablar, esto es estrofa pirinola
y el sol quema en el desierto a los camellos.

Ojos en despojo te hundes submarino.
Según ellas ojos de mar dicen los poetas.
A seguro calamar con tentáculos por saetas
y sus ojos son tremendo remolino.

Uy, el éxtasis de amar fusión de pieles,
uy, pasión y fuego artístico explosivo.
No me venga con superfluos,
poeta fingido y soberbio señor altivo
si amar es tan sólo juntar dos mieles.

Se acostumbra ahora la amada
a escuchar las perlas de su sonrisa y boca.
No la engañe porque no está loca,
es de costa y el beso le sabe a ostra semicerrada.

Hartazgo de poemas en apariencia gloriosos.
Complicas todo, negligente estructura
y confundes al paladar, insisto.
A bien conozco yo la golosina y cura:
consiste en puñado de dulces deliciosos.

Quieren inventar maneras miles
de elevar el efímero clímax placer.
No es otra cosa que volver a nacer
después de caricias con permiso viles.

Juego en hipérbole del mismo fuego,
proclaman: incendia grande el alma
y acelera del amor los corazones.
Quédate tranquilo en la hoguera en calma
y achicharra tu esqueleto luego.

jueves, 17 de febrero de 2011

Metasoledad.


Qué triste es respirar un aire helado, tan gélido y quemante, porque sabes que no hay nadie para respirarlo contigo.

Triste es el silencio seco que inunda la habitación como mundo aparte, pues en el cementerio lejano se escuchan crujir, al menos, los huesos olvidados.

Qué triste que ya no exista ni la depresión para consolar el olvido, porque el tiempo anda inerte aunque los relojes lo disfracen.

Irónica tristeza aquella de la soledad que se fue para estar con otras personas solas, porque ya ni la soledad quiere acompañarte.

Triste es mirar alrededor del departamento y ver los ojos ausentes de un felino cruzar la sala en total abandono, como si tú y él pertenecieran a dos fotografías diferentes que se tocan en un collage.

Saber tristeza es lo triste de este intelecto que ya ni en la oscuridad teme. Saber que los monstruos no existen y perder la ingenuidad del cobarde que no quiere apagar la luz. Porque sabes que la soledad es tal que no hay en lo negro a quien temerle del todo.

Decían almas viejas que la ignorancia es bendición, porque es triste darte cuenta del verdadero engranaje del funcionamiento del mundo y no emocionarte por nada.

Muerte triste es la lectura a solas, porque sabes que el autor de la obra que tanto te alegra la vida ya estará muerto para cuando acabes la novela. Pronto te das cuenta que las letras abandonaron el libro.

Más triste es reconocer que la propia tristeza se cansó de tu lástima y se llevó con ella todas tus emociones, porque ni la depresión quiere acompañarte.

Triste inercia de existencia: que te sientes objeto con velo encima para que el polvo no te vista.

Sales a confrontar el mundo y estando rodeado de multitudes sabes que estás solo. Triste invisibilidad que va de la mano contigo.

Y triste es que la esperanza juegue contigo, porque alguien te habla y es sólo para pedirte artificial materia.

La metasoledad. Triste para siempre que dos tristezas ambulantes estuvieron a punto de chocar y ni siquiera rozaron.

jueves, 10 de febrero de 2011

Los dos males del escritor.


Hoy un escritor que conozco se enfrentó nuevamente a los dos problemas más malditos: la ausencia de inspiración, mejor conocida como Blokus, y la falta de energía mental, llamada Graverevernoberapateúsa. Las dos anomalías, tremendas y compinches, se aprovechan de la benevolencia y nobleza del artista creador de temerarias novelas y cuentos certeros. En ocasiones se separan estas dos enfermedades temporales, pero esto no disminuye los efectos destructivos que poseen para el pobre literato. Pobre amigo mío, se ha contagiado y me lo ha dicho. No obstante, el mismo hecho de volverse consciente sobre su estado le otorga un ligero derecho a curarse, siempre y cuando siga mis consejos.

            Para deshacerse de algo primero hay que entenderlo. Así, Blokus bloquea, precisamente, a la inspiración o ese torrente río afluente sonoro acuoso y divertido que ahoga novedosamente el cerebro del escritor, obligándolo a desahogarse en un pergamino posmoderno. Imagino, como lector, que ese río contiene ideas revueltas que caen en un lago y en círculos concéntricos las ondas son oraciones hermosas. En el centro saldrá un pez con un sombrero de graduado y las recitará todas. Todo esto ocurre, sin duda, mientras vemos a un hombrecito teclear frente al monitor (en el pasado faltaba la pantalla, pero el principio era el mismo). Luego, las ideas que no se constituyeron en paradigmas literarios siguen su curso y se evaporan, como el ciclo del agua. Van a dar a las nubes y llueven las ideas, y otros sagaces entes se las apropian. ¿Quién no me dice que este mismo contenido se lo he robado a mi pobre amigo?

            Sorpresa. Llega Blokus y funciona como una presa. El río de ideas deja de circular, el nivel del lago baja y el pez con sombrero de graduado se asfixia. Por si fuera poco, muchas ideas se deshidratan y se secan, jamás recuperándose. Finalmente nadie las escribirá y el mundo perderá para siempre dichas sabidurías. “No todo es tan grave”, le digo a mi amigo, para vencer a Blokus hay que hacer lo contrario a esforzarse demasiado. “Más vale esbozar con gracia unas líneas espontáneas que obligarse un arduo pensar que apenas construya un párrafo perfeccionista”. Y sin querer, la perfección llega por arte, por añadidura, con sello, como hoja de árbol que nos cae en el helado y nos saca una oculta sonrisa. Se toman las letras más filosas, como la “i”, el número “1”, la “L” minúscula, que parecen saetas. Son capaces de perforar la porosa barrera de Blokus. Por allí escurrirá el río de ideas hasta que finalmente quiebre con toda la presa. Hay que hacer las ideas muy delgaditas, pues a mayor presión buscaremos menor superficie. Invencible, idea, infinito, imaginación. Literatura, letra, luz. Ya en breve Blokus desaparece y se llena el lago otra vez.

            Caso aparte es Graverevernoberapateúsa. Hay que entender primero su pronunciación, para lo cual nos conviene desmenuzar el palabroide: Grave. Rever. Nober. Apateúsa. Esta enfermedad es grave pero reversible, además de apática. Físicamente ocurre cuando no se han ingerido alimentos ricos en imaginación y fantasías. Un plátano cubierto con chocolate y bañado en caldo de arcoíris debería servir para prevenirnos contra esta larguinominal deficiencia. Se lo he dicho a mi amigo: “Come”.

            Mientras que por fuera hemos de ver a un hombrecito con sueño, perezoso y sin ganas de teclear, adentro en la realidad, el molino que impulsa el río de ideas desde el núcleo, se detiene. Aquí hemos de entender algo: Blokus está subordinado a Graverevernoberapateúsa. Se le teme más a este último. Los instrumentos fallan, el molino empeora, la madera se pudre y hay que sustituirla por materiales más resistentes. No es raro que cuando el molino gira despacio las ideas apenas alcancen para un vaso. Y si a todo esto aparece Blokus, el dilema es casi mortal. Llega el pobre escritor al círculo vicioso, no escribe porque no tiene ganas y las pocas ganas se le quitan porque no ha escrito algo. ¡Pobre amigo mío! Afortunado tiempo en el que me halló para diagnosticarlo y recomendarle un remedio seguro para sus males.

            Los alimentos nutritivos crean letras pesadas de magnífico tonelaje. Como lector, jamás regañaría al hombrecito que devora galletas mientras teclea. La buena productividad va de la mano con el efecto de la ingestión de dulces factores. Allí se le ocurrirán los mejores sainetes entre letra y letra: “rima y razón, locura de dulzura, cuento novelesco y novela de cuento, drama para morir y muriendo de risa volver a la vida. Sonrisa de susto y asústame de prisa, escribe con letras y haz de letras luz un castillo de escritura. La cura de la cordura e infalible remedio inflable. Ínflate pues, poeta y dale que dale al molino. Gira rápido lingüista y articula fino. Se viste de artista y regala prosa amena. Si miras la colmena toma miel de fresa, haz caso del remedio y evitarás ser la presa”.

            De preferencia se debe recitar una vez en voz alta, para que el pez del centro del lago lo escuche todo. Se sostiene un tintero en la mano derecha y una pluma de ave entre los labios. En la izquierda se coloca un libro bien servido y se arrodilla el afectado frente a su hoja en blanco. Pronto el molino comenzará a dar vueltas y Graverevernoberapateúsa huye. Blokus se desvanecerá.

            Y si con esto, buen amigo mío, aún no te da apetito de escribir, no es cosa de las letras, ni del arte, ni del conocimiento, ni de la divina inspiración, ni de los dos males malditos mencionados. No será cosa de la forma ni del contenido, no así de los versos ni del lirismo. Tampoco será cosa de la crítica y mucho menos del sentido. Esto amigo, es cosa de tu cabeza de coco hueco, cerebro que amaneció estreñido.

jueves, 3 de febrero de 2011

Retazos morfosintácticos.


A, ágil y aerodinámica, salió huyendo con sus patines a todo lo que daban sus extremidades, largas y flexibles. Entonces comenzó a cobrar mayor velocidad y a lo lejos en la distancia vio el borde. Muchas letras estaban allí, asomadas a un vacío virtual que no dejaría nada bueno, pero la curiosidad era más grande. Y atrás la perseguía un cursor que amenazaba con destruir la existencia.

            El caos se dibujó ahora por toda la página, blanca y desolada. A se encontró con horrorosas evidencias: eran vestigios de otras letras, eran tildes perdidas, arrancadas de sus dueñas. Fue entonces cuando A echó una mirada atrás y descubrió que el cursor también aumentaba la velocidad. Ni hablar, nada podía ser peor que el borde de lo desconocido. Al parecer eran varios cursores destructores que deambulaban por la extensión longitudinal del papel. El horizonte estaba indefinido y marcado sólo por algunas letras cobardes que no se atrevían aún a arrojarse.

            Allá arriba, en la poderosa mano del escritor, el verdadero destino era inalcanzable. Maldito creador esclavizado a corregir y editar. Injusto dios sin escrúpulos que no toleraba las erratas. Allá afuera estaba la imposible veracidad de un universo externo, insorteable. Quizá… acaso… ¿arrojándose a la muerte del borde? Llegó muy pronto para averiguarlo A, frenando con determinación. Allí estaba también K, la poeta, sentada en la orilla.

            La ola destructora se detuvo segundos antes de desaparecerlas, dubitativa, desafiante. Es el fin para K y para A. Breves instantes eternos. Al mirar a uno y otro lado de la infinitud plena del borde, millones de letras caen al vacío y se consumen en un olvido severo. El último poema de K está sonando en el holocausto. ¿Oyes las estrofas de la injusticia? ¿Se quedan esas voces efímeras en tus necios oídos, escritor de un literaturicidio? ¿Vale la pena la sombra? Adiós K. Se arroja, se arroja al fin, lenta y con sonrisa, pero vence. Su fonema es recuerdo hermoso de poesía musical que toca los hilos de la vena artística del asesino. Y llora en silencio.

            Abajo en el vacío virtual yacen prosas tristes y muertas, insolubles, incomprendidas. La punta del cursor quiebra una de las ágiles extremidades de A. Es la última en ver la hoja limpia. ¡Pronto! Cuando toda su vida de párrafo pasa como búmeran frente a su memoria, se acuerda de la esperanza: el decaimiento transdimensional. Así A se levanta en su único pie, desafía la gravedad y es invisible a los ojos del escritor, pero lleva recuerdo, porque ya no puede patinar. Pasa la ola destructora y se engaña.

            Queda A de pie, casi parece un 4, ante la hoja infinita, el blanco eterno. Esfinge de la sucesión más terrible de la historia y próspera para erigirse en un segundo discurso cuyo escritor ignora por completo. ¡Salve, A, emperatriz de la simbología lingüística!