Tren Literario

Tren Literario
No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

jueves, 10 de febrero de 2011

Los dos males del escritor.


Hoy un escritor que conozco se enfrentó nuevamente a los dos problemas más malditos: la ausencia de inspiración, mejor conocida como Blokus, y la falta de energía mental, llamada Graverevernoberapateúsa. Las dos anomalías, tremendas y compinches, se aprovechan de la benevolencia y nobleza del artista creador de temerarias novelas y cuentos certeros. En ocasiones se separan estas dos enfermedades temporales, pero esto no disminuye los efectos destructivos que poseen para el pobre literato. Pobre amigo mío, se ha contagiado y me lo ha dicho. No obstante, el mismo hecho de volverse consciente sobre su estado le otorga un ligero derecho a curarse, siempre y cuando siga mis consejos.

            Para deshacerse de algo primero hay que entenderlo. Así, Blokus bloquea, precisamente, a la inspiración o ese torrente río afluente sonoro acuoso y divertido que ahoga novedosamente el cerebro del escritor, obligándolo a desahogarse en un pergamino posmoderno. Imagino, como lector, que ese río contiene ideas revueltas que caen en un lago y en círculos concéntricos las ondas son oraciones hermosas. En el centro saldrá un pez con un sombrero de graduado y las recitará todas. Todo esto ocurre, sin duda, mientras vemos a un hombrecito teclear frente al monitor (en el pasado faltaba la pantalla, pero el principio era el mismo). Luego, las ideas que no se constituyeron en paradigmas literarios siguen su curso y se evaporan, como el ciclo del agua. Van a dar a las nubes y llueven las ideas, y otros sagaces entes se las apropian. ¿Quién no me dice que este mismo contenido se lo he robado a mi pobre amigo?

            Sorpresa. Llega Blokus y funciona como una presa. El río de ideas deja de circular, el nivel del lago baja y el pez con sombrero de graduado se asfixia. Por si fuera poco, muchas ideas se deshidratan y se secan, jamás recuperándose. Finalmente nadie las escribirá y el mundo perderá para siempre dichas sabidurías. “No todo es tan grave”, le digo a mi amigo, para vencer a Blokus hay que hacer lo contrario a esforzarse demasiado. “Más vale esbozar con gracia unas líneas espontáneas que obligarse un arduo pensar que apenas construya un párrafo perfeccionista”. Y sin querer, la perfección llega por arte, por añadidura, con sello, como hoja de árbol que nos cae en el helado y nos saca una oculta sonrisa. Se toman las letras más filosas, como la “i”, el número “1”, la “L” minúscula, que parecen saetas. Son capaces de perforar la porosa barrera de Blokus. Por allí escurrirá el río de ideas hasta que finalmente quiebre con toda la presa. Hay que hacer las ideas muy delgaditas, pues a mayor presión buscaremos menor superficie. Invencible, idea, infinito, imaginación. Literatura, letra, luz. Ya en breve Blokus desaparece y se llena el lago otra vez.

            Caso aparte es Graverevernoberapateúsa. Hay que entender primero su pronunciación, para lo cual nos conviene desmenuzar el palabroide: Grave. Rever. Nober. Apateúsa. Esta enfermedad es grave pero reversible, además de apática. Físicamente ocurre cuando no se han ingerido alimentos ricos en imaginación y fantasías. Un plátano cubierto con chocolate y bañado en caldo de arcoíris debería servir para prevenirnos contra esta larguinominal deficiencia. Se lo he dicho a mi amigo: “Come”.

            Mientras que por fuera hemos de ver a un hombrecito con sueño, perezoso y sin ganas de teclear, adentro en la realidad, el molino que impulsa el río de ideas desde el núcleo, se detiene. Aquí hemos de entender algo: Blokus está subordinado a Graverevernoberapateúsa. Se le teme más a este último. Los instrumentos fallan, el molino empeora, la madera se pudre y hay que sustituirla por materiales más resistentes. No es raro que cuando el molino gira despacio las ideas apenas alcancen para un vaso. Y si a todo esto aparece Blokus, el dilema es casi mortal. Llega el pobre escritor al círculo vicioso, no escribe porque no tiene ganas y las pocas ganas se le quitan porque no ha escrito algo. ¡Pobre amigo mío! Afortunado tiempo en el que me halló para diagnosticarlo y recomendarle un remedio seguro para sus males.

            Los alimentos nutritivos crean letras pesadas de magnífico tonelaje. Como lector, jamás regañaría al hombrecito que devora galletas mientras teclea. La buena productividad va de la mano con el efecto de la ingestión de dulces factores. Allí se le ocurrirán los mejores sainetes entre letra y letra: “rima y razón, locura de dulzura, cuento novelesco y novela de cuento, drama para morir y muriendo de risa volver a la vida. Sonrisa de susto y asústame de prisa, escribe con letras y haz de letras luz un castillo de escritura. La cura de la cordura e infalible remedio inflable. Ínflate pues, poeta y dale que dale al molino. Gira rápido lingüista y articula fino. Se viste de artista y regala prosa amena. Si miras la colmena toma miel de fresa, haz caso del remedio y evitarás ser la presa”.

            De preferencia se debe recitar una vez en voz alta, para que el pez del centro del lago lo escuche todo. Se sostiene un tintero en la mano derecha y una pluma de ave entre los labios. En la izquierda se coloca un libro bien servido y se arrodilla el afectado frente a su hoja en blanco. Pronto el molino comenzará a dar vueltas y Graverevernoberapateúsa huye. Blokus se desvanecerá.

            Y si con esto, buen amigo mío, aún no te da apetito de escribir, no es cosa de las letras, ni del arte, ni del conocimiento, ni de la divina inspiración, ni de los dos males malditos mencionados. No será cosa de la forma ni del contenido, no así de los versos ni del lirismo. Tampoco será cosa de la crítica y mucho menos del sentido. Esto amigo, es cosa de tu cabeza de coco hueco, cerebro que amaneció estreñido.

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