Tren Literario

Tren Literario
No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

jueves, 3 de febrero de 2011

Retazos morfosintácticos.


A, ágil y aerodinámica, salió huyendo con sus patines a todo lo que daban sus extremidades, largas y flexibles. Entonces comenzó a cobrar mayor velocidad y a lo lejos en la distancia vio el borde. Muchas letras estaban allí, asomadas a un vacío virtual que no dejaría nada bueno, pero la curiosidad era más grande. Y atrás la perseguía un cursor que amenazaba con destruir la existencia.

            El caos se dibujó ahora por toda la página, blanca y desolada. A se encontró con horrorosas evidencias: eran vestigios de otras letras, eran tildes perdidas, arrancadas de sus dueñas. Fue entonces cuando A echó una mirada atrás y descubrió que el cursor también aumentaba la velocidad. Ni hablar, nada podía ser peor que el borde de lo desconocido. Al parecer eran varios cursores destructores que deambulaban por la extensión longitudinal del papel. El horizonte estaba indefinido y marcado sólo por algunas letras cobardes que no se atrevían aún a arrojarse.

            Allá arriba, en la poderosa mano del escritor, el verdadero destino era inalcanzable. Maldito creador esclavizado a corregir y editar. Injusto dios sin escrúpulos que no toleraba las erratas. Allá afuera estaba la imposible veracidad de un universo externo, insorteable. Quizá… acaso… ¿arrojándose a la muerte del borde? Llegó muy pronto para averiguarlo A, frenando con determinación. Allí estaba también K, la poeta, sentada en la orilla.

            La ola destructora se detuvo segundos antes de desaparecerlas, dubitativa, desafiante. Es el fin para K y para A. Breves instantes eternos. Al mirar a uno y otro lado de la infinitud plena del borde, millones de letras caen al vacío y se consumen en un olvido severo. El último poema de K está sonando en el holocausto. ¿Oyes las estrofas de la injusticia? ¿Se quedan esas voces efímeras en tus necios oídos, escritor de un literaturicidio? ¿Vale la pena la sombra? Adiós K. Se arroja, se arroja al fin, lenta y con sonrisa, pero vence. Su fonema es recuerdo hermoso de poesía musical que toca los hilos de la vena artística del asesino. Y llora en silencio.

            Abajo en el vacío virtual yacen prosas tristes y muertas, insolubles, incomprendidas. La punta del cursor quiebra una de las ágiles extremidades de A. Es la última en ver la hoja limpia. ¡Pronto! Cuando toda su vida de párrafo pasa como búmeran frente a su memoria, se acuerda de la esperanza: el decaimiento transdimensional. Así A se levanta en su único pie, desafía la gravedad y es invisible a los ojos del escritor, pero lleva recuerdo, porque ya no puede patinar. Pasa la ola destructora y se engaña.

            Queda A de pie, casi parece un 4, ante la hoja infinita, el blanco eterno. Esfinge de la sucesión más terrible de la historia y próspera para erigirse en un segundo discurso cuyo escritor ignora por completo. ¡Salve, A, emperatriz de la simbología lingüística!

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