Desde el cielo hasta el infierno gris, ellos azotan el asfalto para castigar las estupideces de los humanoides. Allí se les ve, sacrificándose algunos y escurriéndose los otros. Otros tantos se divierten usando las resbaladillas de tela. Los hidrosoldados que se han tejido en lejanas fibras vaporosas... Una triste mujer llora sentada en la banqueta y nadie se da cuenta. Se fusionan las lágrimas del viento con las suyas. Por unos instantes, ve cómo se purifican las almas rotas de los desafortunados transeúntes, porque el cielo cura con azotes que empapan. Y cada aguja hiere la espina dorsal de los que no llevan impermeable.
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