Los que te siguen son, en realidad, los ecos de tus propios pasos convertidos en monstruos magníficos o benevolentes ancianos. No son los fantasmas de los que siempre te escondiste durante tu infancia por culpa de las leyendas y rumores. Esos, los fantasmas, andan preocupados por los ecos de sus pasos, que se transforman en vivos diligentes o escoria humana.
Aquel muerto que se está asomando por entre las tumbas del cementerio, por ejemplo, no es otra cosa que una tímida mal formación de tu ira liberada e incontrolable instinto asesino. Y si el muerto te asesina es porque en realidad ya estabas, sólo que no te habías dado cuenta. Porque hoy en día, hasta los muertos sufren de molestias y abusos por los profanadores.
¿Ves todos los cuerpos etéreos que vas dejando día con día? No, no los percibes. El polvo se forma de la piel antigua y renuevas tus tejidos. El polvo fantasmal es tuyo también. Luego vienes a creer que te molestan los malos espíritus. Lástima que no sepas como redimir esa contaminada alma que trae el lastre de las ignominias. Casa limpia, espíritu putrefacto.
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