Hay que tener mucho cuidado con las palabras: si la lengua hablada fuera visible, se nos enredaría, tarde o temprano, alrededor del cuello. Igual que una serpiente nos asfixiaría hasta que no pudiéramos hablar más. Así, ¿cuántos no habría atragantándose con sustantivos mal hechos y verbos deformes?
Y allá arriba, desde la cornisa, un suicida como péndulo al viento, sin poder arrepentirse jamás de todas esas oraciones malditas, pésimamente pronunciadas y en un momento terrible.
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