Escribir poesía no se hace con el corazón. Jamás. Primero habría que encajarle una pluma, desangrarlo e ir impregnando las hojas como quien sella su vida ahí. Numerosas venas han quedado extendidas, no correspondidas, muertas, estiradas hasta la saciedad de los solitarios deseos de un gigante rítmico. Y resiste. Su mecánica es tan dramática que cuando nos lo rompen aumenta de tamaño, se enreda en hambre, se vuelve un monstruo, un hematófago incontenible. Actúa y confunde a la diosa mental que habita en las lúgubres cavernas de la cabeza.
No se calla la divinidad, es arte puro y sacude el cuerpo en revoluciones de pensamiento, locura sin ataduras y razón mermada. Nada más de repente se resbala con su dislexia, silenciosa, hundida, nos susurra lo que los dedos machacan en cada tecla. Si acaso, lo que la pluma dibuja es poesía o una prosa travestida. Sangre hay para todos, pues de tanto escribir también come el cerebro.
Sois musas en conflicto, ustedes dos. La una roja, revoloteadora, danzante y calcinante. Sea el fuego libre del interior un poderoso demonio que explota con cada aliento. La otra está partida en dos, es hombre y mujer, es todo y nada, es el enlace íntimo entre una explosión de big bang y un orgasmo bien planificado. La androginia en persona. La vigorosa pasión eterna. El verdugo de la conciencia. El inagotable recurso del pecho.
Escribir poesía no es algo que se haga con el cerebro, nunca. Primero habría que desenredarlo, servirlo en una bandeja, meterlo en el tintero y ponerlo a grabar impresiones en papiros. Su suerte es tal que se discute consigo, metiendo dos personas en una, secuestra el cuerpo y lo arrebata cuando le conviene. Su maquinaria es tan compleja que cuando nos lo rompen envía una bomba de tiempo al resto de la historia, donde a simple vista vemos caer un simple hombrecillo con sueños ridículos.
Entonces llega la otra, la del color del sol a punto de ahogarse en el mar. Estalla, reta a su antagonista. No se puede confiar en ninguna. Se envidian, se hieren... una transforma lo que la otra ya hizo, una invade, la otra roba. Una llora, otra ríe. Luego intercambian.
Escribir poesía es más bien un flujo de vidas y muertes pequeñas. Es corazón y cerebro, así, unidos como azul y cielo. Sois musas en conflicto que en secreto se aman, y estando fundidas un paradigma nace. Jamás podrán destruirse a pesar de que hacen pedazos un alma errante que sólo quiere llenar el papel de tinta para que la historia la conserve. Entonces se diga: ahí hay una breve proesía.
27 letras y la infinita imaginación. Letras que vienen desde algunas profundidades, de otras sinceridades del alma y de curiosidades del espíritu.
Tren Literario

No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn
jueves, 28 de agosto de 2014
miércoles, 27 de agosto de 2014
Páginas.
Ella. Sin nombre. Sólo ella. Cándida, constituida de mezcla de sangre de varios colores. Lo que la hace diferente es que trae una estrella enredada en el cabello. Un cometa que nunca acaba de caer al cual siempre me refiero como su mascota. Tras servirse un postre cierra la puerta de la cocina y escapa a su habitación siempre iluminada. Allí se pone a leer a las personas: ésta es así, ésa es grande, aquélla azul, el otro es un maldito, esos son grises, él es encantador.
Todo lo tiene en un reducido espacio: cocina, sala, comedor, jardín y estudio. Salta entre las páginas, diseña todo con letras. Se asoma entre las hojas para mirar la biblioteca. Duerme boca abajo y se funde con el papel. La cama flota, ella sueña que es de madera de sauce bajo una lluvia generosa de agosto.
La interrumpen. Ella es invisible en la página 76. Las oraciones subordinadas, los verbos, las puntuaciones y los párrafos la disfrazan. Ella mira directamente al lector, pretende amarlo, le grita. "Cosa bella son los ojos", dice en otra página. Él la ignora, no la ve, sólo se fija en las vísceras morfosintácticas. Se levanta entonces una atmósfera de tristeza, grande como el volumen del libro.
Ella le muestra sus cosas, su ropa, sus utensilios, sus sueños, las maravillas del mundo, los discursos prohibidos, una luna vacía, incluso se desnuda, pero él continúa ignorándola.
Tras correr con desesperación, ella consigue un cura para que los case mientras dure la vista del apuesto lector en la página 125. Todo es tan rápido y tan lento. Felices para siempre, hasta que otro libro los separe. Ella sabe que al final morirá cuando la cuarta de forros la rebase. Y se muere de angustia cada vez que sus ojos siguen los de él línea tras línea.
El temido punto final. La conclusión de la segunda reimpresión. En la biblioteca todos engañan a todos. Y ella, sin nombre, tan cándida, tan sutil, con la tristeza del tamaño de Júpiter, se deja caer al vacío esperando que un incendio o una inundación la borre de las páginas para siempre.
Todo lo tiene en un reducido espacio: cocina, sala, comedor, jardín y estudio. Salta entre las páginas, diseña todo con letras. Se asoma entre las hojas para mirar la biblioteca. Duerme boca abajo y se funde con el papel. La cama flota, ella sueña que es de madera de sauce bajo una lluvia generosa de agosto.
La interrumpen. Ella es invisible en la página 76. Las oraciones subordinadas, los verbos, las puntuaciones y los párrafos la disfrazan. Ella mira directamente al lector, pretende amarlo, le grita. "Cosa bella son los ojos", dice en otra página. Él la ignora, no la ve, sólo se fija en las vísceras morfosintácticas. Se levanta entonces una atmósfera de tristeza, grande como el volumen del libro.
Ella le muestra sus cosas, su ropa, sus utensilios, sus sueños, las maravillas del mundo, los discursos prohibidos, una luna vacía, incluso se desnuda, pero él continúa ignorándola.
Tras correr con desesperación, ella consigue un cura para que los case mientras dure la vista del apuesto lector en la página 125. Todo es tan rápido y tan lento. Felices para siempre, hasta que otro libro los separe. Ella sabe que al final morirá cuando la cuarta de forros la rebase. Y se muere de angustia cada vez que sus ojos siguen los de él línea tras línea.
El temido punto final. La conclusión de la segunda reimpresión. En la biblioteca todos engañan a todos. Y ella, sin nombre, tan cándida, tan sutil, con la tristeza del tamaño de Júpiter, se deja caer al vacío esperando que un incendio o una inundación la borre de las páginas para siempre.
lunes, 25 de agosto de 2014
Refugio.
A golpe de lluvias reblandece. Ha visto despedazarse el cielo y caer en numerosos fragmentos memorables.
Es un par, no, una triada de labios que se cruzan en el camino de la enamorada. Los besa todos los días, todas las noches, afuera de su ventana, en medio del jardín, con llanto en los ojos, desde su nocturna contemplación de astros.
Las dos y afuera oscuro. No hay pisadas de caballos, ni arbustos que se muevan, ni ríos. No hay sueños futuros.
Una vez más, ha bajado en plena madrugada la campesina. Sella su boca contra el tulipán, su refugio bajo esa tormenta frágil que reblandece. Nada más lo ama. De flor a flor.
No hay lengua que lo describa, sólo el pistilo húmedo y una corola que se abre ante el aliento de la amada.
Es un par, no, una triada de labios que se cruzan en el camino de la enamorada. Los besa todos los días, todas las noches, afuera de su ventana, en medio del jardín, con llanto en los ojos, desde su nocturna contemplación de astros.
Las dos y afuera oscuro. No hay pisadas de caballos, ni arbustos que se muevan, ni ríos. No hay sueños futuros.
Una vez más, ha bajado en plena madrugada la campesina. Sella su boca contra el tulipán, su refugio bajo esa tormenta frágil que reblandece. Nada más lo ama. De flor a flor.
No hay lengua que lo describa, sólo el pistilo húmedo y una corola que se abre ante el aliento de la amada.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)