Tren Literario

Tren Literario
No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

lunes, 26 de octubre de 2015

Harta.

Ella no entiende esa parte de la memoria a corto plazo que se le borra a él todos los días. Al cruzar por las piedras y llegar a la fuente, él la saluda de nuevo, preguntando sobre cómo estuvo su día, aunque sabe perfectamente lo que hizo ella el día anterior.

Todas las noches van a buscarse a las ocho, como los gatos de las azoteas que hacen ronda sobre los tejados oscuros y se pierden para admirar el cuarto creciente.

Hoy ella llega erguida más de la cuenta. Lo espera cinco minutos. Se ajusta el vestido y después de dejar sobre los ladrillos la canasta de pan, se acerca a él. Vuelve la cantaleta del día anterior: ¿cómo estuvo tu día? ¿dormiste bien? ¿me extrañaste? Sin avisar, de su brazo delicado sale una bofetada a la velocidad del rayo, dejándolo perplejo.

— Por haber llegado tarde y por repetirme lo mismo.

Él agacha la cabeza y suplica por un perdón que no llega. Ella toma su canasto, saca una pieza de pan, la muerde y se la deja a él envuelta en una pañoleta, sobre los ladrillos.

Se va erguida, con el corazón muy enojado. Gruñe un poco como los gatos que pelean en los tejados. Ella quiere escuchar historias nuevas, una nube, un perro, un árbol, un niño en bicicleta o lo que sea, menos el terrible "cómo estuvo tu día", pues ella lo que quiere es un beso de esos que estallan de sorpresa y que no tengan que saludarse nunca más con palabras.



jueves, 15 de octubre de 2015

Máquinas necias.

Y hoy, como ningún otro día, las máquinas se han negado a continuar estampando la tinta. Están hartas de la sangre regada sobre los objetos en una escena de homicidio bien premeditada por el autor de la novela. Han decidido ponerse en huelga y no estamparán nada que tenga que ver con ese deseo de carne viva que todo ser lleva en su interior. ¿Para eso leyeron Alicia en el País de las Maravillas, hace 20 años? El problema que ellas detectaron es que el lector es un monstruo cómplice de no sé cuántos asesinatos y morbosidades. Todos son culpables.

Hoy te quieren ingenuo como el corazón que pulsaba cuando tenías un Principito entre los dedos.

jueves, 8 de octubre de 2015

Culpable.

— ¿Cómo se declara? ¿Culpable o inocente?

— Me declaro culpable de no haber alimentado a las máquinas por varios días. Durante ese tiempo sentí cómo me mordían los pies, llegaban haciendo algún ruido mecánico oxidado, con sus ruedas chirriantes. Yo sólo me limité a levantar los pies y subirlos en la cama, donde no hay terreno para el temor. Ellas, las cinco, se quedaban abajo de la cama y chocaban unas contra otras, a modo de protesta. En ocasiones rasguñaban con algo una tela que colgaba: era un brazo de tecla sin la parte final.

Los días más tranquilos eran aquellos donde llovía. Las gotas de agua sobre la ventana parecían tranquilizarlas. Durante esos tiempos no se movían y se quedaban paralizadas, como si alguien las hubiera dormido. Cuando salía de nuevo el sol, se movían rápido por la habitación, buscando alguna nueva hoja que hubiera dejado caer la mucama. Se me ocurrió que podía darles hojas recicladas, con artículos viejos, pero así como las atrapaban con el rodillo volvían a vomitarlas y luego las pisoteaban, enfurecidas. Ellas querían algo con olor a nuevo, blanco, como la cabeza de algún escritor con bloqueo mental.

— ¿Por qué no las alimentó?

— Ellas me quitaban todo el trabajo. Devoraban rápidamente las hojas y comenzaban a llenarlas de sus novelas sobre sus creadores y cómo es que habían vuelto a la vida. Escucharlas a las cinco escribir sin parar era como un hormigueo insoportable que no me dejaba dormir. Tan pronto una terminaba con una hoja, la escupía y me buscaba para pedir otra. No me dejaban hacer nada, ni podía ir con tranquilidad al baño. No citas, no lecturas, no conciliar el sueño y cuando llegaba mi hora del almuerzo no podía disfrutar los bocados. Por eso las abandoné a su suerte.

— En estas hojas que ellas escribieron dice que usted las fue adquiriendo una por una, que por tanto le pertenecen. Todas. ¿Es verdad?

— Pensaba en volverme coleccionista. Una se estaba volviendo mi preferida. La negra con rayones en la carátula. Las demás exigieron atención y pronto todas consumían más de la cuenta. No pude permitirme pagar tanto papel. Intenté con otro tipo de hojas pero ellas sólo quieren el blanco, lo he dicho ya. Se volvieron agresivas. En varias ocasiones, por las noches, me levantaba al baño descalzo y lo primero que pisaba era algo filoso. Un rodillo, una aguja, no sé, hasta parece que lo hicieron a propósito. Tengo marcas en toda la planta de los pies. Aún ahora, aunque las vea allí sin moverse, están que buscan cualquier papel vacío para seguir contando toda una sarta de posibles mentiras. Soy culpable de no haberlas alimentado, pero inocente en cuanto a maltratarlas.

— ¿Esta de aquí es la que tiene menos teclas? ¿Se las ha ido arrancando?

— Yo jamás haría eso...

— Aquí en este folio dice que usted las despegaba con pinzas.

— ¡Eso es una mentira! Ellas están revolviendo todo entre la ficción y la realidad. Ni siquiera tengo unas pinzas en casa. ¿Por qué no simplemente se van y ya? Cualquier hombre con ganas de escribir las pudo haber recogido. Es absurdo que estemos todos aquí en este intento de interrogatorio. Es más, se las regalo si gusta. Pero ya ha visto que todos los días va a necesitar muchos kilogramos de papel en blanco.

— No señor. Pertenencias así no pueden regalarse y ya. En todo caso debe usted ceder los derechos de las máquinas y de todo lo que escribieron. Los investigadores han dicho que en su armario hay más de dos millares de hojas con contenido valioso. Deberá entregar eso también si es que en realidad desea hacer el traspaso de bienes. Y además debe firmar unos documentos. ¿Está dispuesto? De ser afirmativo, podríamos terminar con esto cuanto antes.

— Sí sí. Cuanto antes. Yo quiero escribir lo mío y que ellas escriban lo suyo. Todos contentos. Al fin podré dormir. Conseguiré una nueva. Sólo una. Voy a firmar todo lo que sea necesario, señor editor.

— En ese caso acepta usted los términos de entrega y renuncia usted rotundamente a volver a ver estas máquinas de escribir. ¿Estamos de acuerdo?

— Totalmente.

Carta al señor editor:

"Despreciable y exigente corrector de escrituras: no estamos dispuestas a tolerar que meta sus dedos en una literatura prístina como la que contamos. Renunciamos completamente a continuar escribiendo para usted, aunque no tengamos ni un poco de papel para masticar. Váyase a los mil demonios".

miércoles, 7 de octubre de 2015

Sobre la muerte.

Todo mundo cree que la muerte sólo sale el día de muertos. Aquél espíritu grande y majestuoso, más bien, sabe que todos los días son día de muertos. Debe hacer cuentas, ocupa su tiempo, trabaja diario sin dormir, no necesita descanso, organiza agendas, va a entrevistas en otros mundos y se actualiza todos los días.

La guadaña no se usa para cortar cabezas, como todo el mundo cree. La punta filosa desgaja suavemente la cortina de la dimensión espacio-temporal y es así como puede estar en todos lados con sencilla rapidez.

El espíritu inmortal no tiene rostro y conoce muchos a la vez. No es calavera ni esqueleto, es una solución etérea inexplicable e indescifrable que habita algún atuendo de temporada. Eso de andar usando carruajes con caballos es sólo para disfrutar un rato el desplazamiento cotidiano. También se le ha visto ir a toda velocidad en un deportivo, en una motocicleta y planear un poco en algún parapente.

Cuando finalmente te llega la hora, no es que el espíritu grandioso lo sepa. Es que más bien debe registrar los eventos para sus informes en su estudio.


lunes, 5 de octubre de 2015

Autopista.

Velocidad es igual a líneas paralelas que se tocan en el último fondo de la perspectiva. Al menos, eso es para Beatrice. Modelo delgada, edad suficiente, atrevida, entusiasta, colecciona pistas.

Beatrice no es capaz de sólo ver una autopista hacia el infinito donde las montañas comienzan a aparecer. A ella le gusta ir cada vez más rápido sobre el punto de fuga. "Mientras todo sea recto...", dice. Primero comienza con un zig zag estupendo, dejando ver todo su esplendor. Danza un poco y comienza a elevar la velocidad hasta que siente que flota. Quiere alcanzar en poco tiempo las prometedoras montañas para comprobar que no es un simple tapiz que la engaña. Porque eso hacen las autopistas luego: la perspectiva miente y lo que parecía ser un castillo con muros imponentes se vuelve ruinas cuando cambia el ángulo. "A lo lejos casi todo es mentira...", dice.

Hoy por la mañana la tomé de la mano y me invitó a ir con ella. Me prometió que resistiría cualquier velocidad que ella alcanzara y que no me desintegraría en el intento. Por si las dudas no desayuné para evitar accidentes. Todo comenzó como un juego y en el fondo, al final donde las líneas paralelas de la autopista se unen, se veía el cielo despejado. Ella comenzó a danzar y después elevó la velocidad. En realidad estábamos flotando. No recuerdo en qué momento dejé de sentir el suelo y veía como las líneas-guía se acercaban, igual que cuando uno ve las luces-láser de los túneles de un tren subterráneo.

De pronto se nos terminó la pista y Beatrice seguía flotando hacia el cielo. Su velocidad le daba alas. No me importó seguirla hasta donde tuviera que llegar. En pleno vuelo dejé de escuchar el viento. Comencé a observarla con detalle: los cristalinos y filosos patines que envolvían sus delicados pies, su vestido plateado con lentejuelas que parpadeaban al sol, su determinación para seguir adelante y su rostro perfecto con los ojos cerrados. Su cabello revoloteando atrás y dejando un rastro de tinta. De pronto me soltó la mano y caí sobre otra hoja de papel, no sin dar cientos de vueltas antes de detenerme por completo.

A los pocos minutos llegó Carlotte. Me ayudó a levantarme y me dio la mano. Sus patines eran azules y su vestido parecía una flor invertida. Aún me faltaban muchas travesías.

Las letras convertidas en modelos.
Las plumas vueltas patines.
Las pistas hechas páginas de libros perdidos.
Nunca es tarde para danzar otros fragmentos.