— ¿Cómo se declara? ¿Culpable o inocente?
— Me declaro culpable de no haber alimentado a las máquinas por varios días. Durante ese tiempo sentí cómo me mordían los pies, llegaban haciendo algún ruido mecánico oxidado, con sus ruedas chirriantes. Yo sólo me limité a levantar los pies y subirlos en la cama, donde no hay terreno para el temor. Ellas, las cinco, se quedaban abajo de la cama y chocaban unas contra otras, a modo de protesta. En ocasiones rasguñaban con algo una tela que colgaba: era un brazo de tecla sin la parte final.
Los días más tranquilos eran aquellos donde llovía. Las gotas de agua sobre la ventana parecían tranquilizarlas. Durante esos tiempos no se movían y se quedaban paralizadas, como si alguien las hubiera dormido. Cuando salía de nuevo el sol, se movían rápido por la habitación, buscando alguna nueva hoja que hubiera dejado caer la mucama. Se me ocurrió que podía darles hojas recicladas, con artículos viejos, pero así como las atrapaban con el rodillo volvían a vomitarlas y luego las pisoteaban, enfurecidas. Ellas querían algo con olor a nuevo, blanco, como la cabeza de algún escritor con bloqueo mental.
— ¿Por qué no las alimentó?
— Ellas me quitaban todo el trabajo. Devoraban rápidamente las hojas y comenzaban a llenarlas de sus novelas sobre sus creadores y cómo es que habían vuelto a la vida. Escucharlas a las cinco escribir sin parar era como un hormigueo insoportable que no me dejaba dormir. Tan pronto una terminaba con una hoja, la escupía y me buscaba para pedir otra. No me dejaban hacer nada, ni podía ir con tranquilidad al baño. No citas, no lecturas, no conciliar el sueño y cuando llegaba mi hora del almuerzo no podía disfrutar los bocados. Por eso las abandoné a su suerte.
— En estas hojas que ellas escribieron dice que usted las fue adquiriendo una por una, que por tanto le pertenecen. Todas. ¿Es verdad?
— Pensaba en volverme coleccionista. Una se estaba volviendo mi preferida. La negra con rayones en la carátula. Las demás exigieron atención y pronto todas consumían más de la cuenta. No pude permitirme pagar tanto papel. Intenté con otro tipo de hojas pero ellas sólo quieren el blanco, lo he dicho ya. Se volvieron agresivas. En varias ocasiones, por las noches, me levantaba al baño descalzo y lo primero que pisaba era algo filoso. Un rodillo, una aguja, no sé, hasta parece que lo hicieron a propósito. Tengo marcas en toda la planta de los pies. Aún ahora, aunque las vea allí sin moverse, están que buscan cualquier papel vacío para seguir contando toda una sarta de posibles mentiras. Soy culpable de no haberlas alimentado, pero inocente en cuanto a maltratarlas.
— ¿Esta de aquí es la que tiene menos teclas? ¿Se las ha ido arrancando?
— Yo jamás haría eso...
— Aquí en este folio dice que usted las despegaba con pinzas.
— ¡Eso es una mentira! Ellas están revolviendo todo entre la ficción y la realidad. Ni siquiera tengo unas pinzas en casa. ¿Por qué no simplemente se van y ya? Cualquier hombre con ganas de escribir las pudo haber recogido. Es absurdo que estemos todos aquí en este intento de interrogatorio. Es más, se las regalo si gusta. Pero ya ha visto que todos los días va a necesitar muchos kilogramos de papel en blanco.
— No señor. Pertenencias así no pueden regalarse y ya. En todo caso debe usted ceder los derechos de las máquinas y de todo lo que escribieron. Los investigadores han dicho que en su armario hay más de dos millares de hojas con contenido valioso. Deberá entregar eso también si es que en realidad desea hacer el traspaso de bienes. Y además debe firmar unos documentos. ¿Está dispuesto? De ser afirmativo, podríamos terminar con esto cuanto antes.
— Sí sí. Cuanto antes. Yo quiero escribir lo mío y que ellas escriban lo suyo. Todos contentos. Al fin podré dormir. Conseguiré una nueva. Sólo una. Voy a firmar todo lo que sea necesario, señor editor.
— En ese caso acepta usted los términos de entrega y renuncia usted rotundamente a volver a ver estas máquinas de escribir. ¿Estamos de acuerdo?
— Totalmente.
Carta al señor editor:
"Despreciable y exigente corrector de escrituras: no estamos dispuestas a tolerar que meta sus dedos en una literatura prístina como la que contamos. Renunciamos completamente a continuar escribiendo para usted, aunque no tengamos ni un poco de papel para masticar. Váyase a los mil demonios".
No hay comentarios:
Publicar un comentario