Tren Literario

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No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

martes, 9 de mayo de 2017

Molcajete.

Cansado ya de salsas totalmente molidas, él decidió usar su antiguo molcajete. Lo extrajo de una bolsa que llevaba encima unos siete u ocho años de polvo. Impecable. Rígido. Pesado. Su piedra estaba en otro cajón de la cocina. Asó sus chiles y jitomates. Luego, como si estuviera machacando todos sus dolores, aplastó todo, mientras estallaba en el utensilio un jugo apetitoso. Eso le gustaba. Una salsa martajada con fuerza, coraje y venganza. En la licuadora eso no ocurre, porque todo se lo lleva el carajo de las aspas.

El molcajete cobró vida y le sugirió aplastar todo lo que se le ocurriera: verduras, naranjas, uvas, granos y condimentos. En cada destrucción había una salvación, un renovado aire de confianza. Cada salsa preparada era una herida que se abría, se le echaba limón y cicatrizaba. Siguieron los días con el molcajete hasta que con emoción se aplastó el dedo meñique de la mano izquierda. Lanzó cuatro maldiciones y se chupó el dedo impregnado de maracuyá con BBQ.

— ¿De qué lado estás, maldita piedra? —vociferó mientras se sobaba.

Luego se avergonzó porque él mismo había provocado eso. Su mano derecha no sabía lo que hacía la izquierda. La derecha era la destrucción y la izquierda la tímida. Deambulando en esos pensamientos duales, comenzó a fabricar la salsa más picosa que alguien hubiera creado jamás. Una que con tan sólo aspirarla se quemaran las fosas nasales. Usó todo tipo de chiles y la guardó pronto.

Con el paso de los días encontró a su exnovia. Decidido a vengarse, virtió la salsa en el interior de su emparedado mientras ella pedía otra cosa en la cafetería. Escondido atrás de unos arbustos notó con satisfacción cómo ella se llevaba las manos a la garganta, asfixiándose. Tuvieron que llevarla a servicios médicos. Al llegar a casa, la salsa impregnada y seca del molcajete dibujaba una mueca de venganza feliz: cejas arqueadas hacia abajo y sonrisa malévola.

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