Tren Literario

Tren Literario
No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

jueves, 31 de marzo de 2011

Absurdos con sentido. Desde el bolígrafo hasta la leche.


El balín gira y gira mientras se embarra de tinta, de esa de pulpo que merodea por las cavernas submarinas. Un abrazo así quisiera, de análogo perro fiel de ocho brazos que me trae juguetes para que se los lance. Todo eso mientras el bolígrafo escurre dos que tres caracteres sobre las fibras papelosas. ¿Papelísticas? ¿Celufolios? Y pensar que ahora rellenan las plumas con tinta de calamar. ¡A dónde vienen a parar los desechos de los octópodos! Y mira, qué forma tan magistral van tomando.

            Escurrir letras es, más que un arte, una necesidad. Si de paso se enmarca un pergamino que contenga semejantes sabidurías ya saldrán la luna y el sol ganando. Enmarcaré un poema sobre el sistema solar. Luego, uno sobre el fondo submarino. En otra de mis inmersiones el pulpo perro me tomó por sorpresa, jalándome hacia una de las cuevas donde había una enorme colección de gemas y brillantes objetos de los incautos humanos. El tesoro. Entre las chácharas me hallé un anillo de zafiro y lo extraje para traerlo puesto un par de días.

            Lo peor de los bolígrafos con balín es cuando éste se atasca. Luego la tinta hace un vuelco. ¿Será resultado de cuando uno escribe porquerías? Será la baja calidad de tinta de calamar que es inferior a la del pulpo. El otro día lo vi cazando en la zona de las columnas de barro. Ambos reconocemos el territorio ya. Veo, examino, toco y luego de emerger a la superficie y trepar al barco, deposito más tinta en el bolígrafo especial y comienzo la escritura.

            El capitán me trae un vaso con leche. ¿Leche de pulpo? Ya regué la leche. No, en serio. Ah, no, fue la tinta sobre la leche de pulpo. La tinta, sobre la leche, de pulpo.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Encuentros diminutos.


Allá se descuelga con modesto temperamento, estirando y relajando las extremidades, recogiéndolas de nuevo ante un nuevo descenso. La gravedad es perfecta cuando la ventana está cerrada. El hilo invisible entre el terciopelo negro y el blanquecino material del techo está tenso. Tenso como la vida misma. Esa cuerda cristalina es lágrima de los materiales. Quién sabe por dónde entra un gentil soplido fresco para mecer las flores del jardín y propinarle al hilo un cambio: se transmiten en su longitud reverberaciones de luz, de energía. Y ella sigue bajando porque quiere apresurar unos nudos en un lápiz gigante que sobresale de una mesa esquinera.

            Acá se contorsiona, afloja y estira, posando su fosforescente y pegajosa textura y dibujos caprichosos sobre el borrador y arrastrando el lápiz lo suficiente como para fingir que lo blande como espada. Al retroceder se topa con la pared y no puede escalarla. Al merodear un rato por allí vuelve a encontrar la hoja verde que mordisqueó. Es hora de otro almuerzo.

            Allá se ha detenido. El terciopelo se eriza. Ocho maneras de mirar comienzan a mostrar enfado. Ahora debe descender más para buscar otra estructura donde el nodo ajustará. El hilo invisible se tambalea con otro soplido y ella se sujeta fuertemente. Está luchando para no hacer las de un globo perdido. Adiós tensión del hilo. Adiós recta perfecta e inmodificable.

            Acá muerde un poco y de repente pierde el platillo, que sale volando por esa fuerza desconocida del jardín que peina los árboles. Él se enrosca porque cree que el mundo se está acabando y que pronto se caerá el cielo. Es un anillo que iría bien en los dedos de un extraterrestre verde.

            Allá la curva cristalina flota y ella roza los bordes de la plataforma, adhiriéndose. Cara a cara con él. Allá y acá. Acá y allá. Él se desenrosca y coloca cuatro extremidades sobre la goma del lápiz. Ella comienza a darle vueltas de hilo invisible al grafito. Después, como es lógico, vienen los tirones, nadie quiere ceder. La ventana sí lo hace, abriéndose de par en par con una ráfaga temible. Rueda el lápiz y tanto él como ella parecen cirqueros. Al llegar al final de la plataforma las leyes físicas son puestas a prueba por un simple e invisible cordel. Él trepa poco a poco por la frágil maderita mientras ella disminuye la distancia entre el techo y la punta del lápiz, recogiéndose el hilo en un carrete improvisado. Él mira hacia abajo y ve su almuerzo. No es gran distancia, así que se deja caer, aterrizando luego con ingenio y acrobacia. Ella termina de subir y colecciona el novedoso aparato de sencilla escritura.

Él se oculta bajo unos adornos para terminar de saciar el apetito. Ella duerme flotando en una cama que aparece por aleatorios momentos.

Oruga y araña merodean en las ridículas superficies y obsoletos materiales humanos.

sábado, 12 de marzo de 2011

Ecos en la distancia.

He venido pensando que los relojes no son mis amigos. Me gusta el eco de las manecillas, la danza del minutero y el horario cuando se toman de la mano a las seis en punto. Pero no son mis amigos. Muchos me prometieron darme señales de una novedad, de algo que cambiará mi vida para siempre, de un giro de 360 grados o algún equinoccio de primavera con noticias extraordinarias.

Tras darle unos deslices al piano, se le ocurrió a alguien tocar su violín, en una extraña fusión de instrumentos. Quería seguir sus acordes, pero me quedé extasiado oyendo los ecos de las cuerdas en la distancia, como si anunciaran algo que aún no entiendo. Después copié la melodía y unos grandes tic tacs interrumpieron.

¿Es que acaso dos instrumentos pueden amarse así, a lo lejos? ¿No serían lamentos perdidos en busca de algo? Sólo los sueños lo saben. Nostalgia de esos ecos en la distancia. Mis pies se apresuraban a salir para buscarlo, entre los jardines de varios edificios elegantes. Nada. Salí y perdí la voz de ese violín. Ya no pude agradecerle lo mucho que me había espantado el sueño, porque ahora no podré dormir imaginando que alguien le escribe cartas-melodías románticas a mi piano, y él contesta siempre, aunque se lamente de no poder moverse y desea todo el tiempo tocar en la misma habitación que ese compañero entrañable.

Quizá en algún otro tiempo darán un concierto inimaginable...

martes, 1 de marzo de 2011

Palanquetas dulces para el alma. Segunda parte.


II

Románticos aliados se suponen los astros
inyectando inspiración diáfana y divina,
cuídate poeta, no sea tu luna asesina,
añicos tus versos de cuarzo y alabastro.

Nube negra y geografía su diosa,
alitérate palabra, lluvia la pluvia fluye,
sin olvidar el estallido un ogro celeste.
Corre huye del agua desastrosa
porque tu tinta pronto se diluye.

En la colina el escritor callado,
ostentando un falso estar de sapiente.
No le muevas al molino de la mente
si tus poemas ya se han esfumado.

Bosque verde, verde y espeso,
buen escondrijo para el creador inocente
con enamoramiento arrebolado.
¿Cómo te atreves, intruso insolente
a entrar así de ideas tieso?

Oro en plata y sueños de amatista,
desperdicio es para regalo de amorío.
A buena avaricia porque sólo en mí confío
y de gemas, orgullo coleccionista.

Uy, se quedan los cuerpos pegados.
Ya murieron de cruel agotamiento.
Muerte y vida nueva,
en cada sacudida y movimiento
los amantes de placer acribillados.

Una flor para esa alma corrupta:
rosa, lo de siempre y tulipán.
El hambre se cura con grande pan
y una cena de caricia abrupta.

Es futuro este tiempo y sugiere
que la amada ya está harta de palabra.
Lo que quiere, mire entre líneas
es un baile impetuoso que le abra
el deleite húmedo y desespere.

Luego el hielo y frágil escarcha.
Dos siluetas pletóricas de paz.
Por la ventana entra de luz el haz
y mira qué risa: ella se marcha.

Se consume la dicha lumbre
entre nieves y suspiros de helado,
toma tu verdad poeta,
muerto en vida estás tirado
en tu cama y sueño de costumbre.