El balín gira y gira mientras se embarra de tinta, de esa de pulpo que merodea por las cavernas submarinas. Un abrazo así quisiera, de análogo perro fiel de ocho brazos que me trae juguetes para que se los lance. Todo eso mientras el bolígrafo escurre dos que tres caracteres sobre las fibras papelosas. ¿Papelísticas? ¿Celufolios? Y pensar que ahora rellenan las plumas con tinta de calamar. ¡A dónde vienen a parar los desechos de los octópodos! Y mira, qué forma tan magistral van tomando.
Escurrir letras es, más que un arte, una necesidad. Si de paso se enmarca un pergamino que contenga semejantes sabidurías ya saldrán la luna y el sol ganando. Enmarcaré un poema sobre el sistema solar. Luego, uno sobre el fondo submarino. En otra de mis inmersiones el pulpo perro me tomó por sorpresa, jalándome hacia una de las cuevas donde había una enorme colección de gemas y brillantes objetos de los incautos humanos. El tesoro. Entre las chácharas me hallé un anillo de zafiro y lo extraje para traerlo puesto un par de días.
Lo peor de los bolígrafos con balín es cuando éste se atasca. Luego la tinta hace un vuelco. ¿Será resultado de cuando uno escribe porquerías? Será la baja calidad de tinta de calamar que es inferior a la del pulpo. El otro día lo vi cazando en la zona de las columnas de barro. Ambos reconocemos el territorio ya. Veo, examino, toco y luego de emerger a la superficie y trepar al barco, deposito más tinta en el bolígrafo especial y comienzo la escritura.
El capitán me trae un vaso con leche. ¿Leche de pulpo? Ya regué la leche. No, en serio. Ah, no, fue la tinta sobre la leche de pulpo. La tinta, sobre la leche, de pulpo.
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