He
venido pensando que los relojes no son mis amigos. Me gusta el eco de las
manecillas, la danza del minutero y el horario cuando se toman de la mano a las
seis en punto. Pero no son mis amigos. Muchos me prometieron darme señales de
una novedad, de algo que cambiará mi vida para siempre, de un giro de 360
grados o algún equinoccio de primavera con noticias extraordinarias.
Tras
darle unos deslices al piano, se le ocurrió a alguien tocar su violín, en una
extraña fusión de instrumentos. Quería seguir sus acordes, pero me quedé
extasiado oyendo los ecos de las cuerdas en la distancia, como si anunciaran
algo que aún no entiendo. Después copié la melodía y unos grandes tic tacs
interrumpieron.
¿Es
que acaso dos instrumentos pueden amarse así, a lo lejos? ¿No serían lamentos
perdidos en busca de algo? Sólo los sueños lo saben. Nostalgia de esos ecos en
la distancia. Mis pies se apresuraban a salir para buscarlo, entre los jardines
de varios edificios elegantes. Nada. Salí y perdí la voz de ese violín. Ya no
pude agradecerle lo mucho que me había espantado el sueño, porque ahora no
podré dormir imaginando que alguien le escribe cartas-melodías románticas a mi
piano, y él contesta siempre, aunque se lamente de no poder moverse y desea todo el tiempo tocar en
la misma habitación que ese compañero entrañable.
Quizá
en algún otro tiempo darán un concierto inimaginable...
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