Tren Literario

Tren Literario
No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

miércoles, 29 de agosto de 2012

Cómplices.

La madurez falla repentinamente. Después de ver todas las caras grises, el ir y venir del tiempo lleno de displicencia urbana, quieres volver, por unos instantes, a la belleza de la imaginación con tus cómplices de niñerías.

Olvidar que el alcohol y el cigarro son juguetes diseñados para el hombre. Rodar ese día colina abajo en una pradera, descalzo, como si el sol se congelara en una pintura para que no se hiciera noche nunca más. ¿Qué más da? Sostener la mano de tu mejor amigo y adivinar los secretos de las nubes.

Intercambiar la sangre diaria por el majestuoso tapete del bosque. Tener un cómplice de niñerías, donde los ojos sean espejo de ti mismo. Estar vivo sin cargar los muertos del mundo en la espalda todo el día.

Hazte de la pequeña utopía en una bolsita y convídame, cómplice de niñerías.

martes, 28 de agosto de 2012

Agotarse de sentimientos.

Los sentimientos son un recurso no renovable.

No hay tristeza que dure cien años ni poeta que la resista.

Ya sólo te quedaste llena, como la luna, de cráteres vacíos. Todos aquellos choques, ¿recuerdas?

Nada más sientes cómo te alejas cada vez más de la órbita romántica.

¿Llorar? No, ya no se puede llorar. Ya no puedes porque se te salió, por los ojos, el alma a pedazos.

lunes, 27 de agosto de 2012

Antes.

Olvídame antes de que me conozcas, no sea que después ya no te puedas salir de la historia.

Antes, cuando sólo éramos un par de extraños salidos de dos realidades distintas. Antes, cuando una mirada sólo adivinaba lo que éramos sin espiarnos realmente.

Olvídame antes de que sepas quién soy y ya no sea un extraño que sólo transita por las calles.

Antes, cuando nuestras burbujas espaciales de aura no se tocaban. Antes, cuando pensaste que era ridículo y absurdo conocer el misterio de nuestras vidas.

Idealiza tus historias con mi figura, sin conocerme, porque antes todos somos caballeros de aventura y después unos hechiceros malignos.

Olvida esa idea y conóceme en tu mente sin conocerme realmente.

Quédate así, con el antes, donde soy el misterio y no tu realidad condenada.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Desaparecen los cupidos.

Al principio él creía en el amor, esa magia misteriosa que todo cura, compone y sana. Pero el amor es también guerra, lucha, delirio y suplicio. Y como el corazón es una casa donde se asoman unos niños, también puede derrumbarse.

...

Después de algunos años, desventuras y deterioros, él mantuvo a los niños cautivos durante mucho tiempo. Dos años. Encerrados, jugando inocentemente en el interior, discutiendo en otras. "¡Quítate esas alas!", decía uno, refunfuñando. "La obra ya terminó, el amor ya pasó". Como nadie visitó la casa en mucho tiempo, los niños comenzaron a volverse desconfiados, ermitaños, temerosos, odiosos cuando les llegaba el periódico de algún estúpido anuncio sobre los cupidos y el amor verdadero.

Y ese es el problema, los niños ya no quieren jugar, nada más se la pasan merodeando por las arterias y luego las tapan. Él deja que se destapen solitas, cuando llueve sobre la nariz y los labios. Para eso es la lluvia.

A veces llegan por correo algunas alas de repuesto, como invitación de cupidos, pero desaparecen sin dejar rastro. Uno de los niños se la pasa diciendo que le quitará las alas a un cupido para que tenga los pies sobre la tierra. Luego lo invitará a la casa a jugar y a que vea la soledad.

Y ese es el problema, los niños cada día se vuelven más ermitaños y groseros. Abren la puerta unos milímetros cuando ven una sonrisa de alguien que toca, pero luego la azotan porque descubren que es una hipocresía. Para colmo arrojan por la ventana algunas botellas viejas con ingredientes que estaban en la cocina.

La casa ya tiene alambre de púas y algunos vidrios en los muros. Arrancaron los tapetes de bienvenida y quitaron las señales de cómo llegar a la sala de huéspedes. Luego desaparecen los cupidos. Los niños se vuelven sombríos. A poco, se pondrán otras alas tristes que no sirven para volar e invitarán a los demonios del amor fallido para jugar con ellos.

Vuelve a llover, y aunque la casa se limpia un poco, los niños no quieren asomarse para ver el sol después de la tormenta. Cubrieron con un ropero gigante las dos ventanas de la sala. Cuando los rayitos de luz asoman por algún rincón perdido, todos se sientan alrededor de un baúl y cuentan sus historias de cómo jugaban con las niñas que venían de visita. Sonríen imperceptiblemente. A uno se le ocurre, inocentemente, quitar algunos escombros del jardín, pero le da miedo el exterior y se encierra de nuevo.

Lástima que se tapen las arterias tan seguido.

Ayer uno mandó un avioncito de papel, aprovechando que los demás no lo veían. Lo envió al exterior, con la esperanza de que no siguieran desapareciendo los cupidos. Horas después, se desplomó la habitación donde estaba. Salió de entre los escombros, malhumorado, sucio, lleno de sangre y raspones. Maldijo las alas blancas que usó hace mucho tiempo y las rompió. Extrajo su arco del baúl y atravesó con una flecha el aeroplano que se alejaba, para verlo caer en una charca lodosa del jardín.

Y ese es el problema, los niños ya no sólo no quieren, sino que no pueden jugar. No hay espacio para ellos en la ficción del amor. No deben. Y cada día se ponen más groseros, ermitaños, detestables, mugrosos. Luego tapan las arterias deliberadamente.

Hoy cruza por el cielo una niña resplandeciente del exterior, con sus alas recién colocadas, limpias. Baja y se queda en el jardín, traviesa. Todos los niños sin alas la miran con displicencia. Ella les sonríe. A poco, como por milímetros, ellos sonríen también. Se quedan en sus ventanas, no salen a jugar, y uno a uno se esfuman al interior. Ella se va y sólo uno permanece mirándola. Cierra la cortina de un tirón y segundos después él desea que la casa donde habitará ella esté llena de dicha, que no se derrumbe y que no desaparezcan los cupidos.

jueves, 16 de agosto de 2012

Pensamientos sobre el teatro.

Allí en el teatro eres invisible, te ríes, lloras y vives con el personaje. Ves el rostro de los demás, desde arriba, en secreto. Los actores, ellos lo saben, pero no los de la historia. Y se funden entre el delirio, la esperanza, la felicidad, el desamor, la muerte.

Armas después el rompecabezas de la vida de todos. De ellos que se destruyen y desaparecen atrás del telón. Luego salen otros, sonriendo al final de la obra, desposeídos de los que interpretaron. Recuerdan conscientemente todo.

Intentar hablarles está prohibido, al menos bajo el primer principio tradicional. Fuera del contexto no los conoces, sería un error creer que sabes algo de ellos. Se siente la ruptura espacio temporal cuando finalmente abandonas el teatro.

En el gran teatro del mundo somos los personajes para las almas que no podemos ver. Y se ríen con nuestros triunfos, lloran con nuestras desgracias y nos hablan aunque esté prohibido, sutilmente. Este guión no está escrito todavía.

A veces dan ganas de cambiarles el guión, o dan ganas de meterse en el tiempo congelado de la obra. Todo el tiempo somos observados. Ellos viven sólo allí, porque por las noches cuando el teatro está abandonado se pueden ver sus fantasmas rondando el escenario.

Voy y busco a mi personaje favorito, sólo está la mujer que le da vida. Algo brilla: son fragmentos de su interpretación que se le escapan por la piel, el cuerpo y la boca cuando menos lo espera. Y por otra parte, en el teatro a oscuras, ella, la del conflicto, se comporta como una completa desconocida y no sabe por qué. No hay forma de unirlas. Nunca. Porque la actriz está cenando mientras ella (su personaje) se repite una y otra vez, indefinidamente.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Esa tilde juguetona.

Sólo sé que estoy solo,
solo entre las hojas de naturaleza muerta,
sólo me quedan las páginas de aroma de libro,
solo entre tanta literatura.

Sólo quiero estar un rato solo,
no sólo una hora, sino un día,
solo en la soledad de lecturas de agonías.
Sólo no me dejen solo tanto tiempo.

martes, 14 de agosto de 2012

Poema ingenuo de lluvia y piel.

Báñate bajo la lluvia como en aquella primavera.

El regalo tibio de la amargura de las nubes.

Cuando rocen tu piel bendecirás las gotas, ángel de la tristeza.

La túnica pesa húmeda, despójate de tu carga.

Envuélvete mejor en tus propias alas.

Y llora al fin, que nadie te mira en el diluvio de tu alma.

lunes, 13 de agosto de 2012

Elucubración.

Los buenos escritores, los malos escritores. Me quedé pensando en esta dicotomía y no doy de manera precisa con la respuesta. No hay respuesta, porque también pienso en los buenos y malos lectores. Unos dicen que hay que escribir para provocar, de manera sencilla y amena. Y voy recuperando poquitos consejos de aquí y de allá, sin llegar a una receta magnífica.

En México les gusta, por ejemplo, enmarcar y ensalzar la oscura realidad de las transgresiones del país y las peores condiciones. Que lo hacen para provocar y crear conciencia, dicen. Es la realidad aumentada con la lupa del que escribe: una violación, la personalidad de un asesino, las drogas y la interminable guerra que siempre está en repetición y "loops". La sangre, la muerte, el sexo, la traición y las mentiras. Y al mexicano le gusta, le llega, lo analiza y critica. Por allí saldrá alguno que diga: "yo conocí a un dealer como el de esta novela".

Además la mayoría disfruta de esa representación de realidad aumentada. Odian el escape hacia los mundos mágicos de otros escritores. Aquí se vive al día, con las noticias de la mañana oliendo a morbo, a grosería y a otra estúpida muerte. Si alguien escribe un análogo de "Alicia en el país de las Maravillas" es porque seguramente ya se metió marihuana o alguna otra cosa que lo zarandeé más fuerte. Y de repente la fantasía es literatura para enfermos mentales, porque nos obligan a quedarnos con un México lleno de gusanos putrefactos. ¡Qué bien! Una novela que me habla de la corrupción (ya es cliché, desgraciadamente) en esta política, como si no fuera suficiente vivirla día con día. Lo malo no es la novela, sino su copiosa insistencia en otras muchas de lo mismo, que ya ni provocan ni nada porque eso es lo normal.

De niños nos enseñan los mejores cuentos con finales felices, la magia y el deseo, la posibilidad de un sueño hecho realidad. Y de pronto, al crecer, nos guillotinan de tajo para rellenarnos con más muerte, drogas, dinero robado; de allí podemos sacar muchos temas a las novelas de hoy en día. Todos nos alimentamos, en mayor o menor medida y sin querer, de una escena con sangre que ya salió en la portada del periódico.

Creo que nos hemos hecho pesimistas. Nos han metido en la cabeza que conociendo muchos ejemplos de lo que sucede vamos a crear conciencia. A base de golpes de morbo. Quizá he sido mal lector y no he sabido apreciar esas realidades, porque me he quedado con un mal sabor de boca. Tal vez he sido mal escritor y no lo sé, ha habido pocos que me han hecho críticas.

Recuerdo que solía escribir con muchas redundancias, con palabras pomposas y adornadas, como si eso fuera a sorprender a los lectores. Y luego el abuso de eufemismos, porque me sonaban obscenas las palabras como puta, chingada, sangre. Ya olía el líquido rojo nada más de leerlo, y era fétido, pesado, asqueroso. Quizá he sido mal escritor por no provocar, por refugiarme como un egoísta dentro de los temas que me enseñaron de niño.

Ahora me parece que a los niños se les construye un mundo ficticio: una isla, unas alas, unas casas en el árbol, magia en los corazones. Por otro lado es de adultos amar, sufrir, matar, mentir, disparar una pistola, fumarse un venenoso cigarro y tratar a todos como perros. Y algunos mexicanos gozan de esta parafernalia. ¿Por qué el personaje va a tener un final feliz si todos tienen una vida de mierda, insatisfecha? Si ademas así es el amor, una falsedad que siempre termina mal, dicen. Dales sueños a los niños y luego arráncaselos cuando vean dónde y cómo se vive.

No voy en contra de estar al pendiente de la situación del país y de confrontar las malas realidades, pero sí me doy cuenta que cada cual tiene su escape: la tele, el fútbol, las revistas, los amigos, los libros, la escritura, el arte. Y en cuanto a los libros, me parece que efectivamente no logran disfrazar ni amenguar la realidad. Por ello salieron esas diatribas contra los de autoayuda, por sonar ridículos en este paradigma de la sociedad maldita, los esquemas contrastantes entre pobreza y buena vida, hambre y diputados con cortes de pelo de diez mil billetes. "Sea feliz", dicen, en un mundo donde todos te arrojan excremento.

Y me surgen en la cabeza temas como los de los escritores que no maduraron porque se pusieron a redactar historias para niños. El sueño perdido, la ilusión inexistente, dicen.

Y me pongo a pensar que los escritores no son moneditas de oro, ni de plata, ni de estaño ni nada. Y ser bueno o ser malo es, entre otras cosas, condición en identificar cómo se sienten algunos lectores cuando lo leen. Algunos se van hacia ese escape: los personajes que le dicen que sea feliz, para olvidar que por la mañana apareció un colgado del puente porque era un soplón que reveló que llevaban una camioneta llena de cocaína. Porque sí, porque casi siempre la realidad apesta. Porque en el mundo hay "bullying" de adultos y hay gente que te sigue chingando como puede. O será que a algunos mexicanos les gusta ver cómo se joden otros.

Quizá hay que escribir para olvidar que, efectivamente, la realidad apesta a sangre, muerte y corrupción. Y si algunos escriben sobre eso, para no olvidar ser precavido ante lo deplorable de la decadencia y peor condición humana.