Vamos a ponernos poéticos.
La noche era un manto estrellado con el que arropaban al universo.
Ahora es una caja perforada llena de canicas suspendidas en plasma.
O si quieres, puede ser en el futuro un enorme vestido de luces de la galaxia que amamantó a algunos dioses.
27 letras y la infinita imaginación. Letras que vienen desde algunas profundidades, de otras sinceridades del alma y de curiosidades del espíritu.
Tren Literario

No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn
domingo, 27 de abril de 2014
sábado, 26 de abril de 2014
Añoranza.
El sr. Buffa se levanta todas las mañanas bajo un sol de trigos, justo allá en el horizonte, pintando una odisea con nubes y aves borrosas.
Sirve el café. En la única calle ruedan casi por azar algunos autos. Buffa ha llegado a contar hasta 25 en un día con mucha actividad. Salen los niños. La pelota intercambia manos infantiles. El sr. Buffa se estira, bosteza y abre luego una puerta abajo de su casa. Esta conduce a un taller de relojería con múltiples repisas, instrumentos y sueños de otros en manecillas congeladas.
Después de reparar diez o quince, va al comedor a devorar peperoncini farciti al Tonno, junto con botellas de vino fuerte y otras creaciones deliciosas. Celebra con su esposa el día. Cada vez que acerca su copa a la de ella dice "chin chin". Ríe a carcajadas. Termina.
Se asoma por la ventana, mira las montañas y se deja hundir en un sillón de jardín, donde los próximos cuarenta y tantos minutos roncará como si hubiera competencia.
Si alguien lo mirase desde lejos notaría que no es él quien ama su hogar. La Toscana lo ama a él. Con su brillo particular en los ojos, con su sonrisa inagotable y unos días que parecen salidos de un cuento. Con su noche estrellada y la promesa de que el siguiente sol será idéntico al anterior: tranquilo, largo, único. Pero también diferente: más sonrojado.
Suena el teléfono.
Del otro lado, de una ciudad de América, se escucha el flujo de bocinas atragantándose entre motores. Una conversación de negocios. Se apresura. Justo en ese momento, el sr. Buffa añora regresar a la Toscana. A su hogar.
Sólo le basta colgar y asomarse por la ventana para olvidar aquel infierno donde ya no caben los coches. Y se pregunta cómo es que algunas personas pueden vivir sin vino, sin sol de trigos, sin peperoncini.
Una semana.
Un turista pinta desde lejos un retrato del hogar del sr. Buffa. Luego se le agotan las vacaciones, se lleva su cuadro y se regresa a Nueva York. Se expone la galería.
Mientras algunos críticos de arte observan la pintura donde el sr. Buffa aparece, otros creen que ese cuadro tiene vida y que en cualquier momento se pondrá el sol de óleo al mismo tiempo que anochece en Nueva York que nunca duerme.
Sirve el café. En la única calle ruedan casi por azar algunos autos. Buffa ha llegado a contar hasta 25 en un día con mucha actividad. Salen los niños. La pelota intercambia manos infantiles. El sr. Buffa se estira, bosteza y abre luego una puerta abajo de su casa. Esta conduce a un taller de relojería con múltiples repisas, instrumentos y sueños de otros en manecillas congeladas.
Después de reparar diez o quince, va al comedor a devorar peperoncini farciti al Tonno, junto con botellas de vino fuerte y otras creaciones deliciosas. Celebra con su esposa el día. Cada vez que acerca su copa a la de ella dice "chin chin". Ríe a carcajadas. Termina.
Se asoma por la ventana, mira las montañas y se deja hundir en un sillón de jardín, donde los próximos cuarenta y tantos minutos roncará como si hubiera competencia.
Si alguien lo mirase desde lejos notaría que no es él quien ama su hogar. La Toscana lo ama a él. Con su brillo particular en los ojos, con su sonrisa inagotable y unos días que parecen salidos de un cuento. Con su noche estrellada y la promesa de que el siguiente sol será idéntico al anterior: tranquilo, largo, único. Pero también diferente: más sonrojado.
Suena el teléfono.
Del otro lado, de una ciudad de América, se escucha el flujo de bocinas atragantándose entre motores. Una conversación de negocios. Se apresura. Justo en ese momento, el sr. Buffa añora regresar a la Toscana. A su hogar.
Sólo le basta colgar y asomarse por la ventana para olvidar aquel infierno donde ya no caben los coches. Y se pregunta cómo es que algunas personas pueden vivir sin vino, sin sol de trigos, sin peperoncini.
Una semana.
Un turista pinta desde lejos un retrato del hogar del sr. Buffa. Luego se le agotan las vacaciones, se lleva su cuadro y se regresa a Nueva York. Se expone la galería.
Mientras algunos críticos de arte observan la pintura donde el sr. Buffa aparece, otros creen que ese cuadro tiene vida y que en cualquier momento se pondrá el sol de óleo al mismo tiempo que anochece en Nueva York que nunca duerme.
jueves, 24 de abril de 2014
Muertes que renacen.
¿Cuántas veces, detestable compañero de urbanidad, te he matado?
Te he arrancado la cabeza con unas pinzas gigantes, llenado la cara con estiércol fresco de vaca, incendiado hasta dejarte en los negros huesos, puesto bajo la guillotina y dado tu sangre a los cerdos.
Te he licuado con todo y ropa en un depósito de materiales, te he derretido tu horrible mueca con plástico hirviendo, te he dejado caer una grúa encima, arrancado los brazos, triturado industrialmente y enterrado vivo con dos alacranes.
¿Cuántas?
Anoche soñé que te dejaba caer desde un precipicio, con un alambre de púas al cuello, listo para hacerse nudo.
Lamentablemente, todos los días te vuelvo a encontrar con tu patética corneta al volante.
Te he arrancado la cabeza con unas pinzas gigantes, llenado la cara con estiércol fresco de vaca, incendiado hasta dejarte en los negros huesos, puesto bajo la guillotina y dado tu sangre a los cerdos.
Te he licuado con todo y ropa en un depósito de materiales, te he derretido tu horrible mueca con plástico hirviendo, te he dejado caer una grúa encima, arrancado los brazos, triturado industrialmente y enterrado vivo con dos alacranes.
¿Cuántas?
Anoche soñé que te dejaba caer desde un precipicio, con un alambre de púas al cuello, listo para hacerse nudo.
Lamentablemente, todos los días te vuelvo a encontrar con tu patética corneta al volante.
viernes, 11 de abril de 2014
Abuelo.
Es tan seco, tan serio, tan firme. Comienzo a creer que dejó de ser padre para convertirse en abuelo.
Te acaricia con esa dulzura por las mañanas pero te quema si lo miras demasiado con esa falta de respeto propia de un escuincle.
Se duerme temprano, como a eso de las siete. Aunque le cambien la hora, él sigue levantando a las gallinas todas las mañanas. Se pone rojo por la tarde, ruborizado. Echa de menos el mar.
Los rumores dicen que es un maligno, que nos va a provocar irritaciones. Se le ve bien alto, serio, seco y cálido a la vez.
No lo hagas enojar porque se esfuma, no te habla, te aplica la ley del abismo verbal. Luego regresa con su cara como si nada hubiera pasado, después de la lluvia, lavado, limpio y listo para seguir escuchándote.
Y no es más que un sol que todos los días le da vuelta a este hogar enorme.
Te acaricia con esa dulzura por las mañanas pero te quema si lo miras demasiado con esa falta de respeto propia de un escuincle.
Se duerme temprano, como a eso de las siete. Aunque le cambien la hora, él sigue levantando a las gallinas todas las mañanas. Se pone rojo por la tarde, ruborizado. Echa de menos el mar.
Los rumores dicen que es un maligno, que nos va a provocar irritaciones. Se le ve bien alto, serio, seco y cálido a la vez.
No lo hagas enojar porque se esfuma, no te habla, te aplica la ley del abismo verbal. Luego regresa con su cara como si nada hubiera pasado, después de la lluvia, lavado, limpio y listo para seguir escuchándote.
Y no es más que un sol que todos los días le da vuelta a este hogar enorme.
Personajes que somos.
Describieron tus características, tu personalidad, tus vicios, tu apariencia, tus desengaños, tus sueños y tus cualidades.
Te escribieron.
Lamentablemente ya te han borrado el guión.
Arréglatelas como puedas.
Te escribieron.
Lamentablemente ya te han borrado el guión.
Arréglatelas como puedas.
miércoles, 9 de abril de 2014
Beso.
Uno de fuego destruye las camas.
Uno de hielo inunda los rostros.
Uno de aire es pura carcajada de niños.
Uno de agua da un poco de asco.
No te puedes ir de este mundo sin haberlos sentido.
No puedes retirarte sin haberlos entregado.
Uno de hielo inunda los rostros.
Uno de aire es pura carcajada de niños.
Uno de agua da un poco de asco.
No te puedes ir de este mundo sin haberlos sentido.
No puedes retirarte sin haberlos entregado.
martes, 8 de abril de 2014
Ladrona.
Mire, vuestra merced, róbeme los labios.
Yo me acerco, sea ruin, húrteme.
No vaya a ser que más pronto que hace unos segundos, mi boca ya no esté.
Escabúllase, lléveselos para siempre.
No mire jamás de vuelta.
Vuestra merced, que yo no le pido nada.
Pero llévese la fuente de estas palabras.
Verá cómo embona.
Si no embona, oblíguela.
Póngase estos labios en su rostro firme.
Es ahora. Instantes después puede que ya no estén.
Si me ignora, yo la perderé.
No sea boba. La perderé del mundo por mi culpa, yo me encargo.
No se extrañe si no sabe ni dónde está, porque yo le juro que la pierdo y del mundo la desaparezco.
Vivirá prisionera no en la torre, sino en las noches de mi cama.
Bandida hágase de una vez, o le prometo que la ladrona no será vuestra merced.
Roldán de Ridere,
a la reina de cualquier reino que tenga riquezas miles.
(y cuya belleza sea igual de copiosa).
Yo me acerco, sea ruin, húrteme.
No vaya a ser que más pronto que hace unos segundos, mi boca ya no esté.
Escabúllase, lléveselos para siempre.
No mire jamás de vuelta.
Vuestra merced, que yo no le pido nada.
Pero llévese la fuente de estas palabras.
Verá cómo embona.
Si no embona, oblíguela.
Póngase estos labios en su rostro firme.
Es ahora. Instantes después puede que ya no estén.
Si me ignora, yo la perderé.
No sea boba. La perderé del mundo por mi culpa, yo me encargo.
No se extrañe si no sabe ni dónde está, porque yo le juro que la pierdo y del mundo la desaparezco.
Vivirá prisionera no en la torre, sino en las noches de mi cama.
Bandida hágase de una vez, o le prometo que la ladrona no será vuestra merced.
Roldán de Ridere,
a la reina de cualquier reino que tenga riquezas miles.
(y cuya belleza sea igual de copiosa).
jueves, 3 de abril de 2014
Bella ingenuidad.
Cambio de cincuenta cuando se ha pagado con uno de quinientos. Sabes que la naturaleza de lo humano está corrupta cuando saliste de la panadería y te has percatado de esas matemáticas, cuentas mal hechas y mal observadas. Y tú las permitiste. Por ingenuo. No, por estúpido. Más bien estabas distraído, pensando en el café que te espera en casa, en la compañía, en la televisión o en el único que te soporta como nadie después del trabajo: el sofá.
El pan más caro de ese día: sólo dos piezas. Dos cuernos de mantequilla que ahora te preparas para disfrutar como gourmet debido a tu falta de atención y a una cajera mal hija de su madre, a la cual ya le enviaste todos los insultos que te sabes. Da igual, piensas, pero después te regresas enojado con todo lo que se cruza en tu camino, dispuesto a reclamar. En la panadería todos disimulan. Se echan la bolita. Nadie tiene tu cambio. El imbécil vigilante de la entrada te acusa de no guardar bien tus cosas y que probablemente lo hayas perdido en la calle.
Vas de vuelta a la casa y te desquitas con los cojines del sillón hasta dejarlos amoratados, llenos de tu sangre imaginaria en los impresos de hilo rojo. Azotados contra el suelo, les echas llaves de lucha libre hasta que te gana la risa y entonces sabes que estás curado.
Eso no es ingenuidad. Como tampoco lo es creerse que nadie encontró tu cambio. Eso es abuso de la gente, es la corrupción encarnada en caras de mentirosos, en tipos cancerígenos que quieren colapsar con tu buena honradez y honestidad. Sabes que de todas formas no te volverás como ellos, que seguirás siendo recto incluso en algo tan trivial como separar la basura en orgánica e inorgánica.
Aunque te dan ganas de mandar a tu mejor amigo a provocar un escándalo, te las aguantas. Te castigas mentalmente una y otra vez sobre cómo se puede estar tan distraído. Abres tu billetera y revisas, sólo para recalcar de nuevo ese momentito de pendejada. Sí, no está el billete. No está. Arrojas la cartera y te desplomas en la mesa. Cinco minutos más tarde estás masticando los cuernos más caros de la panadería.
Dejar caca de perro en la entrada no ayudaría. Te repasas tus maldades de chiquillo en la cabeza para hacerte justicia. No volverás a esa maldita panadería corrupta de mierda. Como último intento piensas en ir a cagarles el pan que acabas de ingerir sobre la caja, de alguna forma. O ya de menos, cagarte en la leche como dicen los españoles. Bola de rateros.
Después de todo el berrinche, como a media noche, escuchas el aleteo perdido de una polilla gigante. Se metió por la cocina buscando el calor. Olvidas todo. Admiras el diseño de las alas, la estructura firme del insecto, el abdomen, el tórax, las alas perfectas sin ningún rasguño. Te preguntas cómo es que hizo para evitar a los gatos nocturnos del patio de servicio.
Te pierdes en sus alas, en sus pardos tonos y en su vuelo a un fragmento del cuerno que aún no te has terminado. Se quedará toda la noche allí, parece. Y no te molesta.
Esa es la bella ingenuidad.
El pan más caro de ese día: sólo dos piezas. Dos cuernos de mantequilla que ahora te preparas para disfrutar como gourmet debido a tu falta de atención y a una cajera mal hija de su madre, a la cual ya le enviaste todos los insultos que te sabes. Da igual, piensas, pero después te regresas enojado con todo lo que se cruza en tu camino, dispuesto a reclamar. En la panadería todos disimulan. Se echan la bolita. Nadie tiene tu cambio. El imbécil vigilante de la entrada te acusa de no guardar bien tus cosas y que probablemente lo hayas perdido en la calle.
Vas de vuelta a la casa y te desquitas con los cojines del sillón hasta dejarlos amoratados, llenos de tu sangre imaginaria en los impresos de hilo rojo. Azotados contra el suelo, les echas llaves de lucha libre hasta que te gana la risa y entonces sabes que estás curado.
Eso no es ingenuidad. Como tampoco lo es creerse que nadie encontró tu cambio. Eso es abuso de la gente, es la corrupción encarnada en caras de mentirosos, en tipos cancerígenos que quieren colapsar con tu buena honradez y honestidad. Sabes que de todas formas no te volverás como ellos, que seguirás siendo recto incluso en algo tan trivial como separar la basura en orgánica e inorgánica.
Aunque te dan ganas de mandar a tu mejor amigo a provocar un escándalo, te las aguantas. Te castigas mentalmente una y otra vez sobre cómo se puede estar tan distraído. Abres tu billetera y revisas, sólo para recalcar de nuevo ese momentito de pendejada. Sí, no está el billete. No está. Arrojas la cartera y te desplomas en la mesa. Cinco minutos más tarde estás masticando los cuernos más caros de la panadería.
Dejar caca de perro en la entrada no ayudaría. Te repasas tus maldades de chiquillo en la cabeza para hacerte justicia. No volverás a esa maldita panadería corrupta de mierda. Como último intento piensas en ir a cagarles el pan que acabas de ingerir sobre la caja, de alguna forma. O ya de menos, cagarte en la leche como dicen los españoles. Bola de rateros.
Después de todo el berrinche, como a media noche, escuchas el aleteo perdido de una polilla gigante. Se metió por la cocina buscando el calor. Olvidas todo. Admiras el diseño de las alas, la estructura firme del insecto, el abdomen, el tórax, las alas perfectas sin ningún rasguño. Te preguntas cómo es que hizo para evitar a los gatos nocturnos del patio de servicio.
Te pierdes en sus alas, en sus pardos tonos y en su vuelo a un fragmento del cuerno que aún no te has terminado. Se quedará toda la noche allí, parece. Y no te molesta.
Esa es la bella ingenuidad.
miércoles, 2 de abril de 2014
Libertad.
Ese enorme pequeño universo en el interior de la cabeza busca todos los días crear sinapsis. Neuronas que no se conocen todavía entre sí, tal cual como yo no conozco a varias personas en la provincia de Pistoia en la Toscana, Italia. O vamos, no tan lejos, en Puebla, en Veracruz, en la capital. Además, muchas personas en el mundo aún no saben que existen otras potenciales amistades esperando por un intercambio de ideas, gustos e impresiones.
Ese universo alterno en el interior de la tierra busca todos los días conectar personas.
Hablé con otra neurona.
Tenía brazos, piernas y cabeza.
Extendí los dichosos axones y las dendritas del mundo. En un impulso eléctrico de intercambio de miradas, palabras y gestos, el mundo tiene una sinapsis más.
Libertad. Para hablar y unir finalmente ese hilo invisible que todos los días espera enredarnos cuando nos acaricia sutilmente la boca para preguntar algo que desencadene una conversación.
Ese universo alterno en el interior de la tierra busca todos los días conectar personas.
Hablé con otra neurona.
Tenía brazos, piernas y cabeza.
Extendí los dichosos axones y las dendritas del mundo. En un impulso eléctrico de intercambio de miradas, palabras y gestos, el mundo tiene una sinapsis más.
Libertad. Para hablar y unir finalmente ese hilo invisible que todos los días espera enredarnos cuando nos acaricia sutilmente la boca para preguntar algo que desencadene una conversación.
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