Ese enorme pequeño universo en el interior de la cabeza busca todos los días crear sinapsis. Neuronas que no se conocen todavía entre sí, tal cual como yo no conozco a varias personas en la provincia de Pistoia en la Toscana, Italia. O vamos, no tan lejos, en Puebla, en Veracruz, en la capital. Además, muchas personas en el mundo aún no saben que existen otras potenciales amistades esperando por un intercambio de ideas, gustos e impresiones.
Ese universo alterno en el interior de la tierra busca todos los días conectar personas.
Hablé con otra neurona.
Tenía brazos, piernas y cabeza.
Extendí los dichosos axones y las dendritas del mundo. En un impulso eléctrico de intercambio de miradas, palabras y gestos, el mundo tiene una sinapsis más.
Libertad. Para hablar y unir finalmente ese hilo invisible que todos los días espera enredarnos cuando nos acaricia sutilmente la boca para preguntar algo que desencadene una conversación.
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