Casi nadie sabe que al cruzar el espejo, mientras se vacila entre dormirse y despertarse, se hallan las ideas pensadas, no escritas y olvidadas. Una vez en ese punto, del otro lado idéntico de la habitación, cruzando el reflejo, hay que tomar la medida de un pescador de viento y sacar una red para capturar en el aire todas las ideas sueltas.
Si se les corretea, la corriente aumenta y sólo provocamos la huida. Si se les espera, no caerá nada en la red. La mejor instrucción consiste en moverse completamente como una idea propia, intentando hacerse frase con las otras ideas, haciendo uso de esas luciérnagas que son en realidad conjunciones.
Puesto que las ideas olvidadas evolucionan de distinta forma que las que aún nos quedan, pronto creeremos que no son nuestras. Son, materialmente dicho, como huevos de los cuales pueden surgir distintas aves salvajes que no van a hacernos caso, nos picotearán y aletearán. En este punto nosotros debemos adaptarnos a la idea salvaje y no al revés. Hay que preguntarse cuántas ideas huevo andan quebrándose por ahí y cuántas aves horrendas acechan. Otras quedan al abandono.
Ante estas circunstancias invasivas, lo mejor es volver del otro lado del espejo y apurarse a despertar, tomar una pluma y ver si las ideas recapturadas no se han fugado de nuevo.
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