Las palabras son volátiles como un barril de pólvora. Llega un buen hombre y las carga y las almacena. Cuando tiene un arma literaria las dispara con gentileza. Todo funciona de maravilla.
Sin embargo, también puede llegar un mal hombre y las carga y las acumula de mal modo, con mala fama y con muy mala costumbre. Las mancha, las embrutece, las ridiculiza, las destruye y las deforma. Luego tenemos mucho monstruo deambulando por ahí, que en realidad no son tan malos, si tienen conocimiento de causa.
Bien por arte y por ego, un conocedor puede mover sus palabras sin hacerlas explotar. Va y adopta algunos monstruos para embellecerlos, con gracia y estilo. Para que no se sientan solos, hace obra de caridad y construye uno que le brota de su alma, así, tuerto de acentos y mutilado de ortografías, para que haga compañía sana y con el tiempo cure a los demás de sus males.
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