Felipe Verde compró una casa. Sin amueblar, con el piso deteriorado. El tapiz desgastado como costra de sartén que no se ha usado en mucho tiempo. Las lámparas solían mecerse con el viento que entraba por las ventanas, recién abiertas. La sonrisa de Felipe se prolongó significativamente en el rostro cuando, a pesar de las críticas negativas de sus amigos, vio en la sala principal una portezuela que conducía a un húmedo sótano.
Y es que a Felipe le fascinaban los sótanos de otras personas, por eso quería tener el suyo, como quien tiene codicioso un libro favorito o un par de autos de colección. Cada vez que el joven Verde era invitado a una casa, antes de preguntar por el baño, como haría cualquier otra persona, preguntaba por el sótano y quería explorarlo. Allí yacían fragmentos de las personalidades de los amigos. Recuerdos, tiempos antiguos, baratijas, incluso basura. Felipe quería pasar todo el tiempo explorando y revisando cajas, moviendo cosas y mirando las huidizas arañas moverse de un lugar a otro. ¿Para eso son los sótanos, no? Son pequeños universos paralelos a la casa que los contiene. Felipe no dudaba que en algún momento alguien podía encontrar a una persona perdida en uno de esos sótanos, habitando como vagabundo.
El sótano: el verdadero motivo por el que Felipe había adquirido la casa en una ganga. No estaba vacío, sino que incluía todo tipo de "basura" de los dueños anteriores. Para Felipe era tan emocionante como viajar a otro país y aprender culturas distintas. Y no se hizo esperar. Tan pronto le fue entregada la nueva residencia, cerró todas las puertas y se equipó con sus linternas. Esperaba, por lo menos, ver indicios de que algún fantasma había estado allí. Las minucias de otra vida. Las cronologías almacenadas y olvidadas. Libros polvorientos con contenidos interesantes.
Dejó a propósito las luces apagadas, para generar ese interesante suspenso que había visto en las películas. Encendió la linterna y se adentró en el mundo del sótano nuevo. Al bajar por las escaleras, sin embargo, su inquietud se volvió decepción. Muchas cajas vacías. Unas lavadoras oxidadas rodeaban por la pared. Siete por lo menos. Nada adentro. En ninguna. Envolturas de dulces. Revistas ilegibles por la humedad. Después de ordenar todo en una esquina, Felipe descubrió en el centro del piso un martillo. Y lo recogió.
Comenzó a golpear ligeramente en el piso del sótano. Sonaba hueco, como si otro sótano lo esperara debajo de éste. Levantó el brazo triunfante y arremetió con gran fuerza. Pronto se desplomó el piso y todo lo que había en él. Felipe cayó hacia el vacío, adentrándose en la oscuridad, hasta que sintió el impacto de la tierra sobre su cuerpo. Su cabeza había golpeado sobre el aserrín comprimido. Permaneció inconsciente durante algunos minutos. Al despertar y reincorporarse admitió que eso le había cambiado la vida.
Y desde entonces comenzó a explorar áticos.
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