Olvidar que el alcohol y el cigarro son juguetes diseñados para el hombre. Rodar ese día colina abajo en una pradera, descalzo, como si el sol se congelara en una pintura para que no se hiciera noche nunca más. ¿Qué más da? Sostener la mano de tu mejor amigo y adivinar los secretos de las nubes.
Intercambiar la sangre diaria por el majestuoso tapete del bosque. Tener un cómplice de niñerías, donde los ojos sean espejo de ti mismo. Estar vivo sin cargar los muertos del mundo en la espalda todo el día.
Hazte de la pequeña utopía en una bolsita y convídame, cómplice de niñerías.
Qué barbaridad, creo que existe un algo, un ente, un noséquépedodóndeandoyadíganmedóndechingadosesqueselollevan que se anda comiendo mis comentarios en este blog. ¿Ves chavo? Por eso hay tanto cero y tanto sin comentarios. Por aquí existe algo así como un señor del costal de los comentarios. Pero bueno, fuera de eso y que no sé cómo haré para recordar lo escrito, porque cada cosa que escribo tiene un porqué y un por dónde que rara vez recupera con la misma presteza, puntualidad o lucidez si es que dicha cosa pueda haber dentro de mí he aquí que apunto. Necesario es tener una postal de carne y hueso a la cual asirse ante los golpes y las marejadas del tiempo. Que no haya un norte frío que nos agarre mal parados más del mal sentados en que hemos vivido de por vida. Siento no ser un emisario de esperanza, pero a veces, tan sólo mirar hacia atrás, es obviar, ignorar y desentenderse de lo que pasa en el escenario actual de nuestras vidas. Qué bueno fuera poder volver al jardín de la primera edad por alguna puerta de emergencia. Pero se la robaron, nos robaron la elección de poder decir por aquí yo voy, de aquí yo era.
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