Allí en el teatro eres invisible, te ríes, lloras y vives con el personaje. Ves el rostro de los demás, desde arriba, en secreto. Los actores, ellos lo saben, pero no los de la historia. Y se funden entre el delirio, la esperanza, la felicidad, el desamor, la muerte.
Armas después el rompecabezas de la vida de todos. De ellos que se destruyen y desaparecen atrás del telón. Luego salen otros, sonriendo al final de la obra, desposeídos de los que interpretaron. Recuerdan conscientemente todo.
Intentar hablarles está prohibido, al menos bajo el primer principio tradicional. Fuera del contexto no los conoces, sería un error creer que sabes algo de ellos. Se siente la ruptura espacio temporal cuando finalmente abandonas el teatro.
En el gran teatro del mundo somos los personajes para las almas que no podemos ver. Y se ríen con nuestros triunfos, lloran con nuestras desgracias y nos hablan aunque esté prohibido, sutilmente. Este guión no está escrito todavía.
A veces dan ganas de cambiarles el guión, o dan ganas de meterse en el tiempo congelado de la obra. Todo el tiempo somos observados. Ellos viven sólo allí, porque por las noches cuando el teatro está abandonado se pueden ver sus fantasmas rondando el escenario.
Voy y busco a mi personaje favorito, sólo está la mujer que le da vida. Algo brilla: son fragmentos de su interpretación que se le escapan por la piel, el cuerpo y la boca cuando menos lo espera. Y por otra parte, en el teatro a oscuras, ella, la del conflicto, se comporta como una completa desconocida y no sabe por qué. No hay forma de unirlas. Nunca. Porque la actriz está cenando mientras ella (su personaje) se repite una y otra vez, indefinidamente.
Es interesante cuando conoces la historia pero no tienes ganas de compartirla. Y es interesante pensarse ahí en el anónimato de las terceras personas y de los espectadores encarnados y descarnados de toda posibilidad de hacerse verso en la poesía que se lleva a cabo mientras el proxenio ha sido tomado por las armas, los diálogos y los trazos escénicos. No es una cita a ciegas, es una puesta en escena. Es una guerra, sutil y franca guerra. Una ficción documentada en la que no formamos parte, más bien somos espías en un lugar de gente que toma la carne de otra gente para regodearse, haciéndose sentir observada.
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