Un sorbo. ¿Notas ese calor entrando por la boca y bajando alegre por la garganta? La cocina se llena de aroma, y de pronto ya no hay paredes ni estufa, ni lavabo. Es una fábrica llena de granos, en costales, en barriles, en molinos que muelen con un curioso sonido. Cada crujido es delicioso y libera más placer para oler.
Otro sorbo. ¡Qué belleza acercar la nariz y dejar que viva allí el vapor caliente! No hay tiempo, ni relojes. No hay horas, ni minutos. Sólo un largo contenedor frente a tus ojos, repleto de un líquido que te da los buenos días.
Un sorbo más. Haz que cada rincón y átomo de esa galleta se inunden con el sabor. La combinación perfecta. Dormir o no hacerlo no tiene importancia. El espíritu de la taza, el fantasma del placer que se dibuja en el aire. Ahora tienes el alma inundada, le pertenece a ese aroma de leyenda, a la excitación de miles de receptores en la lengua, que callada, no sabe hacer otra cosa que tomar café.
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