Un poeta se encuentra con un niño.
— Dígame un poema — le chilla.
"Magnífico palacio,
cromado de ilustre sapiencia.
El yugo de la verdad relativa,
metáfora de lujurias.
Subsuelo trastornado
de intimidad recóndita".
En la cara del niño un enigma infinito.
— ¡Qué cosa tan desconocida! —dice el crío— Todo está mal. Son palabras que no conozco. ¿Me lo explica?
— Por supuesto que no. La poesía se siente, no se explica. ¿Quién te ha enseñado eso?
— Es que no puedo sentirla, de verdad. ¿Hace cosquillas?
— Por supuesto que no. Sentir poesía es algo que no todos pueden.
— Es que algo anda mal entonces porque no entiendo nada.
— No está mal. No hay que entender la poesía. Por eso mismo es tan bueno este poema. ¿No ves lo hermoso que suena? ¡Qué sabe un niño de poesía!
— ¿Me lo escribe para llevármelo de recuerdo?
— ¿Aunque no lo entiendas? Bueno, qué más da...
El niño hace un gemido de inconformidad. Recibe el fragmento y se retira a la biblioteca. Haciendo uso de diccionarios, manuales y sugerencias de libros comienza a estudiarlo.
Acto seguido, pluma en mano, el niño corrige todo el poema:
Grandísimo palacio. Magnífico.
Alto, fuerte, como gigante de piedras: indestructible.
Bien plantado en el suelo. Inamovible como la montaña.
Bañado en metal brillante. Tan magnífico es que se le ve de lejos.
Es como un espejo en pleno desierto.
Adentro contiene sabidurías de distinguido origen.
Lo habitaron los sabios, los magos, los libros.
¡Qué inmortal conocimiento!
Templo inteligente que invita a todos adentro.
Y en la sala principal todos brillan,
porque saben ahora lo que contiene.
Algunos libros mienten.
Como si ataran la mente de los grandes.
Hay oraciones que deben ser obedecidas.
Y esos libros también habitan el palacio.
¿Será que algunos libros vuelven locos a los lectores?
Se creen todo. Mucho. Muy grande cambian el sentido de las cosas.
Y tanto lo cambian, que luego nada entienden.
Enterrados, creo, están esos libros disparatados.
Confundidos, revueltos, cabeza abajo.
Abajo del suelo no deberían estar las bibliotecas del palacio.
Ese secreto guarda el palacio. Hay libros ocultos. ¡Gran tesoro!
Escritos para una sola persona.
Diarios llenos de historias.
Para entenderlos hay que estar loco,
porque hay quien a pesar de todo, busca desenterrarlos.
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Una vez terminado el poema, comenzó a escribir también instrucciones para hacerlos y leerlos, pues considera que abundan en este mundo los poemas y los poetas, pero pocas personas que realmente los sientan.
1) El poema debe ser una historia apachurrada que quepa en una hoja de papel.
2) El poema debe explicarse por sí mismo, para que entendido, pueda sentirse.
3) Es necesario conocer todas las palabras del poema. Si no se conocen, estudiarlas en un diccionario. Si no existen, el poema no necesita ser entendido de todas formas.
4) Un poema que nadie entiende de ninguna forma es un poema egoísta.
5) Dibujar el poema puede ayudar a entender muchas cosas.
6) Un poeta no debe explicar su poema a nadie, porque el poema explica más bien al poeta que lo hizo.
7) Para hacer un poema sólo hacen falta tres juguetes: una historia, palabras y entusiasmo.
8) Un poema no es bueno ni malo. Es sólo un poema. Lo que los demás hagan con él ya es otra cosa.
9) Un mismo poema puede hacer sentir diferentes emociones a alguien. Si no se siente nada, no pasa nada.
10) El día que alguien logre que un poema le haga cosquillas, escríbame una carta.
Tiempo después el niño se encuentra de nuevo con el poeta.
— Señor poeta, señor poeta. ¡Ya sentí su poema!
— ¿En serio? ¡Qué maravilla!
— Sentí deseos de aprender más sobre los libros del palacio.
En la cara del poeta: un gesto de incertidumbre.
— ¿Libros del palacio? —contesta— ¿qué libros y qué palacio?
Se retira el niño sin decir nada. En su cara inocente un poema hecho sonrisa.
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