Observábase un poeta absorto en la luna, tratando de hacer de la poesía un astro de letras.
Mas la gravedad le cambió súbitamente, imantando así a la blanca esfera en segundos contra su planeta.
Para pronto ella impactó haciendo un corto ruido, dejando impresionada contra el suelo la estampa del hombre ridículo.
Así la luna pinta cuadros rojos de poesía perfecta.
- Roldán de Ridere.
27 letras y la infinita imaginación. Letras que vienen desde algunas profundidades, de otras sinceridades del alma y de curiosidades del espíritu.
Tren Literario

No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn
viernes, 28 de febrero de 2014
lunes, 24 de febrero de 2014
Abuso.
Tras el primer soplido, aquél hombre mundano me miró perplejo. Gordo como un tinaco de azotea, se sentaba todas las tardes en su jardín a leer el "Sports Section" matutino. Sin playera. Si se le veía de reojo, el jardín parecía tener en el centro una tinaja rosada, olvidada y amoratada. No era sino hasta que se movía que uno se daba cuenta que aquello en realidad era un hombre leyendo.
Sudaba siempre a borbotones por la menor tarea posible: una caminata, cargar un maletín, formarse en las filas del metro donde me lo encontraba repetidas ocasiones.
Surgía un nuevo disparo de la cervatana entre mis labios, obligando al mastodonte a incomodarse, decir unas maldiciones, verlo incorporarse como una gelatina mal cuajada y meterse pesadamente en su casa. Se quitaba con trabajo los dardos de anestesia que había recibido.
Unas horas después tocaba la puerta de mi casa y le abría mi madre. Yo escuchaba complacido desde mi habitación todo el regaño, que el "bullying" de su hijo ya lo tenía frito. Y mi señora madre, con toda la prudencia, paciencia y certeza que tenía, sólo atinaba a decir:
"Es un niño, sólo juega. Ya sabe cómo son. Sobretodo si a los cuatro años les quitan el desayuno todos los días, con maña, fuerza y dolo. ¿Ya no se acuerda, animal?" Discutían un poco y ella, con todos sus argumentos sobre la justicia y la veterinaria, se las arreglaba para que el hombre le tuviese miedo y se fuera calladito, amenazado.
Ella azotaba la puerta. Luego me preguntaba, gritando hacia las escaleras: ¿cuántos dardos te quedan hijo?
Cuarenta y siete. Cuarenta y siete pagos que todavía debía aquel marrano hijo de la gran puta que hizo de mis primeros años de escuela una tortura con hambrunas.
Sudaba siempre a borbotones por la menor tarea posible: una caminata, cargar un maletín, formarse en las filas del metro donde me lo encontraba repetidas ocasiones.
Surgía un nuevo disparo de la cervatana entre mis labios, obligando al mastodonte a incomodarse, decir unas maldiciones, verlo incorporarse como una gelatina mal cuajada y meterse pesadamente en su casa. Se quitaba con trabajo los dardos de anestesia que había recibido.
Unas horas después tocaba la puerta de mi casa y le abría mi madre. Yo escuchaba complacido desde mi habitación todo el regaño, que el "bullying" de su hijo ya lo tenía frito. Y mi señora madre, con toda la prudencia, paciencia y certeza que tenía, sólo atinaba a decir:
"Es un niño, sólo juega. Ya sabe cómo son. Sobretodo si a los cuatro años les quitan el desayuno todos los días, con maña, fuerza y dolo. ¿Ya no se acuerda, animal?" Discutían un poco y ella, con todos sus argumentos sobre la justicia y la veterinaria, se las arreglaba para que el hombre le tuviese miedo y se fuera calladito, amenazado.
Ella azotaba la puerta. Luego me preguntaba, gritando hacia las escaleras: ¿cuántos dardos te quedan hijo?
Cuarenta y siete. Cuarenta y siete pagos que todavía debía aquel marrano hijo de la gran puta que hizo de mis primeros años de escuela una tortura con hambrunas.
jueves, 20 de febrero de 2014
Ella espera, ella inspira.
Ella no lava los platos, pero se mete en la cocina. No escucha, no sabe nada. Arroja la ropa lejos y luego se ríe. Sostiene cabello por cabello, mordiéndolos lentamente en la plenitud del jardín. Se mete a la fuente como niña, levantando oleajes diminutos, volcando barcos de papel.
No responde, no contesta. Se esconde de mí y cuando logro encontrarla, me muestra, sin embargo, los torbellinos de sus ojos, esperando una respuesta creadora. Intenta abofetearme y se retira a sus aposentos, de entre los miles que tiene dispersos en la casa. Su cabello es un desastre y se empecina en cepillarlo lentamente hasta que se le consume el día.
Ya pronto se consume también la noche, entre las velas. Allí brota la chispa de una literatura vuelta folios con precisa caligrafía dorada. Lenta. Bien trabajada. Entonces me sonríe, me sonríe y me abraza la condenada musa que durante todo el día permaneció callada.
martes, 18 de febrero de 2014
Amantes al derecho y a la inversa.
Tras la noche, donde el sol se ahoga y la luna comienza a morder a las estrellas, los amantes han de explorarse al derecho y a la inversa:
Sentirse los besos,
Labiárselos.
Cabellizarse los olores,
Manizarse los roces.
Incorporarse los bailes,
Mirarse con la comida.
Amarse en la hechura.
Juntarse dormidos.
Desnudarse tocados.
Encamarse en el secreto.
Oírse en el habla.
Encorazonarse con el tacto.
Animarse el veneno mutuo.
Vocificarse lo extraño.
Encariñarse las confesiones,
e infinitarse la exploración.
Así, hasta que de los dos no quede ninguno y sólo se sepa que la luna se incuba entre las nubes para quebrarse y hacer salir el sol de sus entrañas.
domingo, 16 de febrero de 2014
Diatriba elegante.
(Dedicada a los estafadores del amor).
Permítame vuestra merced hacerle un sencillo, atinado y obstinado comentario. Una bondadosa injuria contra su denigrante, engañosa y embustera persona.
Habla del amor como si lo conociera personalmente, cuando en realidad todos sabemos que lo disfraza con artilugios. El amor le salió mordido y robado por un perro de pocas pulgas. Ni los cupidos arrojarían una flecha para clavarla en su pulmón. Allí, sobre esa baratija que lleva por sombrero, derraman las palomas negras su despreciable y chorreante líquido de tripas.
Vago semejante no le arrebataría su posición de mentiroso embaucador. Su cara ceniza derrite los jabones más finos y ni los cerdos lo aceptarían como invitado de honor en un charco fresco. Embárrese de vuestra merced mismo para que se contamine aún más. Yo le digo que si el excremento hablara, saldría huyendo de su contaminada existencia, pues lo ofendería gravemente al pisarlo.
Sus palabras, le insisto, son cloacas vivas que ni las brujas ni las gárgolas más terribles quieren respirar. No se confíe ni se vaya por el lado contrario, no lo estoy halagando. Le confecciono esta diatriba para contrarrestar las lágrimas que ha hecho derramar a una jovial e inocente alma.
Y ahora, si me lo permite, iré a consolar con magistral eficacia esa flor que vuestra merced se encargó de deshojar oportunamente.
Mientras, sírvase morir lentamente vuestra merced con el veneno en polvo que esparcí sobre esta hoja y que seguramente vuestra merced ya inhaló con sus horrendas fosas. Pues a la fosa, por ingrata y ofendida que sea, no merece albergar semejante porquería ni inmundicia. Así que le recomiendo dejar dinero suficiente para que lo conviertan en cenizas.
Disfrute el resto de sus últimas horas.
Permítame vuestra merced hacerle un sencillo, atinado y obstinado comentario. Una bondadosa injuria contra su denigrante, engañosa y embustera persona.
Habla del amor como si lo conociera personalmente, cuando en realidad todos sabemos que lo disfraza con artilugios. El amor le salió mordido y robado por un perro de pocas pulgas. Ni los cupidos arrojarían una flecha para clavarla en su pulmón. Allí, sobre esa baratija que lleva por sombrero, derraman las palomas negras su despreciable y chorreante líquido de tripas.
Vago semejante no le arrebataría su posición de mentiroso embaucador. Su cara ceniza derrite los jabones más finos y ni los cerdos lo aceptarían como invitado de honor en un charco fresco. Embárrese de vuestra merced mismo para que se contamine aún más. Yo le digo que si el excremento hablara, saldría huyendo de su contaminada existencia, pues lo ofendería gravemente al pisarlo.
Sus palabras, le insisto, son cloacas vivas que ni las brujas ni las gárgolas más terribles quieren respirar. No se confíe ni se vaya por el lado contrario, no lo estoy halagando. Le confecciono esta diatriba para contrarrestar las lágrimas que ha hecho derramar a una jovial e inocente alma.
Y ahora, si me lo permite, iré a consolar con magistral eficacia esa flor que vuestra merced se encargó de deshojar oportunamente.
Mientras, sírvase morir lentamente vuestra merced con el veneno en polvo que esparcí sobre esta hoja y que seguramente vuestra merced ya inhaló con sus horrendas fosas. Pues a la fosa, por ingrata y ofendida que sea, no merece albergar semejante porquería ni inmundicia. Así que le recomiendo dejar dinero suficiente para que lo conviertan en cenizas.
Disfrute el resto de sus últimas horas.
viernes, 14 de febrero de 2014
Desamor.
En este mundo se me vienen a tiros, a cruces, a desprecios. Aquí se van las pretendidas, huidizas, prejuiciosas, dudosas.
Yo no las mataría. Las amaba. Ya no las amo así en plural. Las amaba, hasta que su constante rechazo me hizo odiarlas a todas y amar a cada una por separado. Y luego, odiar a cada una por un nuevo rechazo. Y después odiarla a ella en particular. Ella en todas nuevamente.
Si un demonio no es capaz de amar. Me pusieron los cuernos y seguí amando. Así, demonio de cuernos rojos cuya única búsqueda era no odiar desde el principio, sino con causa.
Ahora sólo tengo ganas de encerrar tu alma para siempre en un frasco negro, oscuro, como la maldad que juraste que yo tenía por ser demonio y que en realidad ha sido tuya por siempre.
No, yo no las mataría. Pero sí las encerraré a todas y cada una en la eternidad oscura, sin pan, sin agua ni remedios, hasta que sus lágrimas puras convenzan a otro demonio entre millones.
Que las maten sus propios infiernos de maldad contenidos en ellas, que a mí sólo me pusieron cuernos y no un garfio de venganza.
Yo no las mataría. Las amaba. Ya no las amo así en plural. Las amaba, hasta que su constante rechazo me hizo odiarlas a todas y amar a cada una por separado. Y luego, odiar a cada una por un nuevo rechazo. Y después odiarla a ella en particular. Ella en todas nuevamente.
Si un demonio no es capaz de amar. Me pusieron los cuernos y seguí amando. Así, demonio de cuernos rojos cuya única búsqueda era no odiar desde el principio, sino con causa.
Ahora sólo tengo ganas de encerrar tu alma para siempre en un frasco negro, oscuro, como la maldad que juraste que yo tenía por ser demonio y que en realidad ha sido tuya por siempre.
No, yo no las mataría. Pero sí las encerraré a todas y cada una en la eternidad oscura, sin pan, sin agua ni remedios, hasta que sus lágrimas puras convenzan a otro demonio entre millones.
Que las maten sus propios infiernos de maldad contenidos en ellas, que a mí sólo me pusieron cuernos y no un garfio de venganza.
miércoles, 12 de febrero de 2014
Niños del universo.
Los niños: "mostros" de muchos colores. Nos comemos la luna y la masticamos para soplarla luego en nuestros cereales. Todo es tan fácil como quitarle las rayas a un tigre y hacernos una cuerda para brincar. O más sencillo que echarse de cabeza en un lago para salir por la superficie del otro lado y luego cruzar 34 espejos.
Somos dioses. Tenemos muchos reinos y castillos. Poseemos riquezas incontables y las repartimos cuando nos place. En el espejo, atrás de nosotros, están esos demonios juguetones, los ángeles que los cuidan y los ogros que reparten la comida durante las fiestas.
¿Quién dijo que los días duran 24 horas? ¿A quién se le ha ocurrido desatar a mi alebrije?
Once mil leguas de habitaciones llenas de juguetes no bastan. Hoy iré por un libro de ideas para encender otras. ¿Ya es tan tarde? ¿A quién le importa? Mañana voy a atar al sol con la cuerda que le quité al tigre para darle buenos catorrazos a ese orgulloso de Saturno.
Ah, la imaginación no es un estado ni un país, es un agujero negro que se traga los sueños de los dormidos: incautos. Del otro lado se vomitan las ideas, nuevecitas, como plastilina.
¡Tanta comida para probar y dale que dale con la sopa! Sólido, líquido, gaseoso, plasmoso, gelatinoso y cósmico.
Ayer le dije a mi madre que no sólo la quería. No sólo la amaba. La nebulosificaba. Se le nota a metros ese color blanco y azul chispante, esos bichos que la rondan, esos torbellinos que le hacen cosquillas en los dientes que luego me enseña cuando me mira.
Hay que conseguir más aliados. Nuevecitos. Frescos. Que jueguen con la tierra, que duerman en el pasto, que se rían de la abeja, que busquen a su perro nariz con nariz, que escupan el agua, que comanden a las figuritas, que usen sus planetas como pelota, que miren a través del fuego, que incendien sus almas con la infinitud, que platiquen con Urano y Xyrus, que digan la verdad con colores, que hagan música, que respiren auroras boreales, que construyan ciudades de cristal, que fabriquen golosinas terribles, que vean todo con el núcleo latente, que se tomen de las manos para volar, que monten dragones, que mastiquen lunas y luego las escupan en sus cereales.
Ahora sólo nos falta que nos sobre antídoto suficiente para no desaparecer con el tiempo. Y luego engañar a todos esos gigantes de por allí que no entienden nada de este mundo. Conquistarlos a todos. A todos.
Somos dioses. Tenemos muchos reinos y castillos. Poseemos riquezas incontables y las repartimos cuando nos place. En el espejo, atrás de nosotros, están esos demonios juguetones, los ángeles que los cuidan y los ogros que reparten la comida durante las fiestas.
¿Quién dijo que los días duran 24 horas? ¿A quién se le ha ocurrido desatar a mi alebrije?
Once mil leguas de habitaciones llenas de juguetes no bastan. Hoy iré por un libro de ideas para encender otras. ¿Ya es tan tarde? ¿A quién le importa? Mañana voy a atar al sol con la cuerda que le quité al tigre para darle buenos catorrazos a ese orgulloso de Saturno.
Ah, la imaginación no es un estado ni un país, es un agujero negro que se traga los sueños de los dormidos: incautos. Del otro lado se vomitan las ideas, nuevecitas, como plastilina.
¡Tanta comida para probar y dale que dale con la sopa! Sólido, líquido, gaseoso, plasmoso, gelatinoso y cósmico.
Ayer le dije a mi madre que no sólo la quería. No sólo la amaba. La nebulosificaba. Se le nota a metros ese color blanco y azul chispante, esos bichos que la rondan, esos torbellinos que le hacen cosquillas en los dientes que luego me enseña cuando me mira.
Hay que conseguir más aliados. Nuevecitos. Frescos. Que jueguen con la tierra, que duerman en el pasto, que se rían de la abeja, que busquen a su perro nariz con nariz, que escupan el agua, que comanden a las figuritas, que usen sus planetas como pelota, que miren a través del fuego, que incendien sus almas con la infinitud, que platiquen con Urano y Xyrus, que digan la verdad con colores, que hagan música, que respiren auroras boreales, que construyan ciudades de cristal, que fabriquen golosinas terribles, que vean todo con el núcleo latente, que se tomen de las manos para volar, que monten dragones, que mastiquen lunas y luego las escupan en sus cereales.
Ahora sólo nos falta que nos sobre antídoto suficiente para no desaparecer con el tiempo. Y luego engañar a todos esos gigantes de por allí que no entienden nada de este mundo. Conquistarlos a todos. A todos.
domingo, 9 de febrero de 2014
Nueva vida.
Si quieres renacer no basta con morir y aparecer súbitamente con cara fresca. Así, fingiendo que tu alma está lavada. Sin más, tal cual describe ese cliché de dar vuelta a la hoja.
Reciclarás los fragmentos de tu destrucción, harás hoguera de tus hojas y respirarás el humo para descontaminarte. No hay modo de abandonar para siempre esas figuras quemadas que viste en el espejo, sino que ahora se comprimen para crear una mejor y más grandiosa obra.
En la destrucción de tu "YO" inerte también hay creación. Todos tus muertos te cohabitan y vivirán en sus sarcófagos, latentes, hasta que una emoción los haga estallar en un pergamino con tinta negra o un hilo de sangre atrás de la cabeza, a modo de marco en la pared.
Reciclarás los fragmentos de tu destrucción, harás hoguera de tus hojas y respirarás el humo para descontaminarte. No hay modo de abandonar para siempre esas figuras quemadas que viste en el espejo, sino que ahora se comprimen para crear una mejor y más grandiosa obra.
En la destrucción de tu "YO" inerte también hay creación. Todos tus muertos te cohabitan y vivirán en sus sarcófagos, latentes, hasta que una emoción los haga estallar en un pergamino con tinta negra o un hilo de sangre atrás de la cabeza, a modo de marco en la pared.
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