Tren Literario

Tren Literario
No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

lunes, 24 de febrero de 2014

Abuso.

Tras el primer soplido, aquél hombre mundano me miró perplejo. Gordo como un tinaco de azotea, se sentaba todas las tardes en su jardín a leer el "Sports Section" matutino. Sin playera. Si se le veía de reojo, el jardín parecía tener en el centro una tinaja rosada, olvidada y amoratada. No era sino hasta que se movía que uno se daba cuenta que aquello en realidad era un hombre leyendo.

Sudaba siempre a borbotones por la menor tarea posible: una caminata, cargar un maletín, formarse en las filas del metro donde me lo encontraba repetidas ocasiones.

Surgía un nuevo disparo de la cervatana entre mis labios, obligando al mastodonte a incomodarse, decir unas maldiciones, verlo incorporarse como una gelatina mal cuajada y meterse pesadamente en su casa. Se quitaba con trabajo los dardos de anestesia que había recibido.

Unas horas después tocaba la puerta de mi casa y le abría mi madre. Yo escuchaba complacido desde mi habitación todo el regaño, que el "bullying" de su hijo ya lo tenía frito. Y mi señora madre, con toda la prudencia, paciencia y certeza que tenía, sólo atinaba a decir:

"Es un niño, sólo juega. Ya sabe cómo son. Sobretodo si a los cuatro años les quitan el desayuno todos los días, con maña, fuerza y dolo. ¿Ya no se acuerda, animal?" Discutían un poco y ella, con todos sus argumentos sobre la justicia y la veterinaria, se las arreglaba para que el hombre le tuviese miedo y se fuera calladito, amenazado.

Ella azotaba la puerta. Luego me preguntaba, gritando hacia las escaleras: ¿cuántos dardos te quedan hijo?

Cuarenta y siete. Cuarenta y siete pagos que todavía debía aquel marrano hijo de la gran puta que hizo de mis primeros años de escuela una tortura con hambrunas.

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