Las palabras viven, se reproducen y eventualmente mueren. Algunas por incendio, otras por cobardía, aquellas por ausencia y las no dichas entre dos amantes que no se ven, por omisión.
Se ha visto volar las palabras como semicorcheas, sobre los grandes y antiguos telares del tejedor. Él ha hallado una musa entre millones, dispuesto a escribirle versos, prosas y composiciones no antes vistas.
A toda hora, cobra vida nuevamente. Él recibe una parte de la melodía y comienza a tejer para devolverla embellecida.
Ella recibe vocablos armoniosos y comienza a crearle una belleza externa, etérea.
En este ciclo perpetúa el amor sagrado entre dos almas, hasta que una aguja del mundo cruza como flecha entre ambos. Entonces se pierde la sincronía. Se rasgan los telares y aquel violín siempre ávido de transformar en música las prosas, toca con tristeza hoy y siempre...
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