Tren Literario

Tren Literario
No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

lunes, 22 de junio de 2015

La inestabilidad de la poesía.

Un material volátil, según algunos creadores de sonetos. En manos inexpertas, la poesía puede ofender los oídos, vulnerar los ojos, lastimar serenatas, destruir romances, atraer insectos no deseados y quebrar las creencias de un niño en pleno desarrollo.

Sabes que a la poesía no hay que perseguirle perseguirla. No anda uno tras della, como si de una mariposa se tratase. Primero hay que elaborar el plan y preparar el escenario donde va a caer. Ya he mencionado eso tantas veces como la memoria me permite recordarlo recordártelo.

Además hay que saber del oficio que la atrae. Si eres minero de estrellas, es más probable que halles por allí alguna figura pletórica, repleta de entusiasmo como para encajar en tu magna obra. Si eres buscador de tesoros, es más probable que te encuentre con una zarzáfora transmutable. Si eres escritor de a papel y lápiz podrás toparte con numerosos recursos en la playa, entre la arena y las conchas.

Todo tiene su riesgo. A la poesía ya no basta sólo encontrársela y ser el primero en ir corriendo a mostrarla a cuanta dama se te atraviese. Hay que pulirla. Tallarla. Llévala a un taller de poemintería y dale alguna forma agradable. Eso decía mi amigo el trastornado, el risueño, el autor de numerosas joyas de la poesía. Para poemas sueltos basta leer y seguir leyendo. Para poesía en estado puro hay que ser un visionario. Irse y perderse por ahí. Quizá puedas arrancarle algunos átomos de lenguaje a la aurora boreal.

Inestable. Lo he dicho creo que al principio. Deja reviso. Volátil, dije. La tienes entre tus manos como plastilina y ya a punto de entregarla a tu amada, nada más estalla como palomitas de maíz, dejándote en ridículo porque no te diste el lujo de trabajar más con ella.

Para buscarla no hay que ser listo. Hay que ser ingenuo, más bien. Vas y coges la rosa roja del jardín, buscándole la poesía entre los pétalos, así como un colibrí busca el néctar. Sabes que la has encontrado cuando ya no quieres seguirla buscando. O tengas acaso una revelación: una antirrosa negra de la maceta de la azotea a la que le ha llovido algo de ácido de nube. Cuida tu poesía. No la dejes flotando nada más. Cultívala. Replántala.

Un consejo. Ya cuando la tengas, no la regales. Clávatela en el corazón para que no se salga. Entonces ya no será inestable y podrás vivir para contarlo contárselo contártelo. Ego.


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