Tren Literario

Tren Literario
No hay peor libro que el no se escribe, al negarle la oportunidad de existir. -Kuvenn

domingo, 30 de agosto de 2015

El complicado arte de escribir.

De grandes memorias, el escritor, poco a poco va deslizando lo que le parece digno de contarse. Quizá contarlo con más brío y energía que si lo hiciera hablado. Posiblemente se lo cuente en tercera persona primero, para entender algo de sí que no estaba antes allí, como tratando de huir de sí mismo aunque no pueda.

Por la mañana se levanta y es mirado a través de una ventana de papel que se desdobla para mostrar la casa amueblada. Pueden verse patinando por las paredes esas letras correlonas que intentan organizarse para ser admitidas en un libro, según el lejano y complejo consejo de admisión en la Academia Literaria Surrealista del Complicado Arte de Escribir.

Él, el tejedor de palabras, antes pensaba que había algunas moscas sobre la pared y que evadían los periodicazos. Tras minuciosas observaciones, se dio cuenta de que algunas eran trazas de algún texto, que al ser impactadas se transformaban en números. Allí pensó que las matemáticas también tenían algo de argumentarse, de justificarse y de enunciarse.

Cuando sale al jardín se topa con sus árboles predilectos. Los verdes siempreverde, los arbustos, las frutas maduras; las descuelga para meterlas en un tazón. Son letras rojas y amarillas, con las que debe hacerse la tinta para escribir algo interesante mientras el café moja los labios y humecta la garganta. Como siempre, este jardín está poblado de hojas de otoño que nunca se barrieron. Otras letras secas las mordió el perro, o bien las enterró, o bien se las comió.

Después de ilustrar algo en la hoja parda, el escritor se mira en el espejo para ver si no le quedó algún acento colgando del pelo. Una vez limpio, se dispone a caminar por la calle para atrapar algún personaje interesante y digno de un buen cuento. Afuera todos son importantes. Llevan corbatas y trajes, maletines misteriosos, carriolas, libros con fotografías y niños que acarrean globos.

Afuera también la gente ha adoptado algunas letras correlonas. Eso cuando se dejan, porque normalmente vuelan o son devoradas por algún ave de colores. Son necesarias porque complementan la literatura de una forma especial, como el sazón de la sopa a la hora de la comida, cuyo olor atrae los más exigentes estómagos.

Cae la noche. Literalmente. En cuestión de segundos, el escritor se da cuenta que el día ha durado tan sólo unos minutos. Ah, pero no hay que dejarse engañar, si es tan sólo el niño divino del exterior que está cerrando un poco el libro con su mano gigantesca. Esa misma noche, que seguramente durará otros tantos minutos, él hablará sobre el deseo enorme que tiene de ir a recorrer el lomo del libro. Más allá de las páginas desplegables y más allá del olor a papel.


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