Más allá de los horizontes en altamar se encuentra la incandescencia que hace hervir los océanos. La burbuja luminosa que va a dormirse pero que en realidad engaña a los navegantes, porque se despierta trastornada en el otro horizonte, en la línea curva interminable que la persigue cada instante de tu vida.
Has visto el cielo y sus personalidades: la clara, la oscura, la perforada nocturna capa de soñadores y astrónomos, la que sangra cuando no se decide entre uno y otro color, la que hace aullar a los lobos y la que es como una pintura que se derrite cuando las auroras salen de paseo. Has visto todo eso. Has visto cómo es que el cielo rompe a llorar repentinamente si segundos antes estaba pletórico de alegría.
Lo que no has visto es más allá del día y la noche, en el espacio que sólo consigues cuando no te decides entre el sueño y la vigilia. Allí el cielo es el que te vigila constantemente, es él quien escribe poesías sobre tus constantes y rápidos cambios de humor. Un cielo verde, verde como un mar luminoso que nunca se cae por gravedad.
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