No hay bienvenida más cálida después del trabajo que ver sobre la mesa una taza con chocolate caliente, sobre todo cuando en la gabardina abunda nieve y el viento mueve las copas de cristal al abrir la puerta. Al sentarme se afloja mi cuerpo. En cada sorbo me pregunto qué es lo que habrás planeado esta vez.
Comienza tu juego de escondite. Si llego a encontrarte antes de que suene una alarma que has iniciado desde que llegué, me premiarás. Si no, tendré que preparar el desayuno al día siguiente. Eres perspicaz. Me dejas pistas por la casa aunque en una semiótica algo complicada: el calcetín alrededor del cuello de un oso de cerámica, algunos vasos elegidos que reposan al revés de su conjunto, unos cuadros de la pared de cabeza y notas en algunos cuadernos.
Ignorando todo eso nada más me dedico a buscarte por la casa. Evito al principio los lugares evidentes que usan los niños en las escondidas, pero después pienso que esos son los que vas a elegir. Una vez que te hallo veo que traes la venda puesta en los ojos y nos besamos hasta que nos interrumpe la alarma.
Rediseñas conmigo la casa todo el tiempo. Si no es feng shui es una teoría tuya para no aburrirnos. Duplicas el trabajo para romper las rutinas y sacarme del estrés de conducir de vuelta.
Cada domingo nos damos un regalo que escondemos en la casa. Si no lo encontramos la recompensa viene al doble cuando aparece repentinamente. Los sábados cocinamos al mismo tiempo y me haces pensar cómo es que me emociona tanto entregarte un tomate rojo a tiempo para que la sopa no se queme.
Cuando coincidimos entre semana, durante algún día festivo, sacamos todos los juegos de mesa. Te encanta colocar al centro de la mesa una gran platón con frituras, quesos y semillas.
También a la hora de dormir recordamos como niños qué es corretearse por toda la casa para pescarte del cuello y llevarte cargando hasta donde mereces. Allí batallamos sin ropa antes de cerrar los ojos.
Así, felizmente contigo, todos los días miro al tipo del otro lado del espejo, en esa teoría de paralelismo existencial, mientras que me muero de frío de este lado y tú vives al otro lado del mundo con una vida que sólo toleras.
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